Otegi y Batasuna

La gran lección de todas las negociaciones con ETA es que el papel de HB o de Batasuna es irrelevante. Estaban para gestionar los votos de la izquierda abertzale, cubrir el flanco legal y, sobre todo, aplaudir las decisiones de la banda, tanto si hacía treguas como si las rompía. Confiar en la mediación de Batasuna para la renuncia de ETA es una pérdida de tiempo.

La pregunta más repetida tras la salida de Arnaldo Otegi de la cárcel el pasado sábado era la que pretendía saber cuál iba a ser el futuro político del líder más destacado que ha tenido Batasuna durante los últimos diez años. La pregunta no tiene respuesta por ahora.

Es posible que para muchos de los suyos Otegi sea todavía la principal referencia pública, pero para el conjunto de la sociedad es el símbolo de la incapacidad de hacer política al margen de ETA. El mimetismo irlandés de hace una década llevó a algunos a presentarle como el Gerry Adams vasco que iba a conseguir arrastrar a ETA al abandono de las armas, aunque pronto quedó de manifiesto que esta apreciación era una simple exageración de andar por casa. Se vio tras la ruptura de la tregua en el año 1999 y se repitió tras la vuelta a las armas en el año 2007.

Otegi y sus compañeros de la dirección de Batasuna actuaron en los dos casos como habían hecho todos sus antecesores desde el inicio de la democracia: supeditándose a las decisiones de ETA y defendiendo sus actuaciones terroristas, la «persuasión armada», tal como la calificó el propio Otegi hace algunos años. La existencia de dirigentes de Batasuna que en su fuero íntimo desean el final de la violencia es un dato irrelevante políticamente mientras no sean capaces de expresarlo en público y de actuar en consecuencia como hicieron en su momento los que hoy están integrados en Aralar.

Tras la ruptura de la tregua de 1999 Arnaldo Otegi se encargó de proclamar que había llegado a ETA una generación de nuevos miembros nacidos después de la aprobación de la Constitución y el Estatuto, una generación que está ya intentando desplazar a quienes, como Otegi y sus compañeros, han dirigido Batasuna durante los últimos años. No se conforman con imponerle la dirección política, sino que también quieren poner a las personas que la ejecuten.

La gran lección de todos los intentos de negociación con ETA es que el papel de HB, primero, o de Batasuna, después, es irrelevante. Sólo han tenido alguna función en la medida que operaban como testaferros de ETA, pero sin autonomía para tomar decisiones, siempre pendientes de la voluntad de los dueños de las pistolas. Estaban ahí para gestionar los votos de la izquierda abertzale y cubrir el flanco legal, pero sobre todo para proporcionar respaldo a la banda terrorista y aplaudir sus decisiones tanto si hacía treguas como si las rompía. Confiar en la mediación de Batasuna para que ETA se decida algún día a abandonar las armas es una ilusión vana y una pérdida de tiempo, como se ha demostrado una y otra vez.

Florencio Domínguez, EL CORREO, 3/9/2008