José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Otegi y Bildu pretenden transmitir que los etarras mataron a su pesar, por el pueblo, contra la opresión. Se reproducen las bienvenidas a los excarcelados en un ‘crescendo’ que culminará en septiembre con la salida de Henri Parot
Rebrota en el País Vasco el enésimo intento de legitimar el terrorismo de ETA. Ocurre a propósito de la política gubernamental de acercamiento a cárceles próximas al País Vasco y de las excarcelaciones de etarras por razones de legalidad penitenciaria aprovechadas para enaltecerlos en las calles con bienvenidas populares (en euskera ‘ongi etorris’). Este agosto está siendo pródigo en recepciones indecentes. La red de apoyo a los presos de la banda —SARE— está directamente conectada con Sortu, el partido nuclear de la coalición EH Bildu. Otegi es su líder y, al tiempo, también de los partidos que forman la agrupación. Bildu es la segunda fuerza política en el Parlamento Vasco (21 escaños de 75) y dispone de cinco asientos en el Congreso de los Diputados (cuatro por los tres territorios vascos y uno por la comunidad foral de Navarra) con los que en varias ocasiones ha pactado el Ejecutivo de Sánchez.
Estos recibimientos populares a los excarcelados etarras no son la expresión emocional del reencuentro con familiares y amigos en el ámbito privado sino actos de enaltecimiento de los ‘gudaris’ de un «conflicto» de Euskadi con los Estados español y francés. Nada habría, según sus epígonos, que reprocharles de sus historiales criminales porque el suyo fue un ejercicio esforzado de servicio a la «patria».
Por qué lo hacen, o más exactamente, como se preguntaba este jueves en el diario ‘ABC’, Ana Velasco, cuyo padre, jefe de la policía foral alavesa, fue asesinado por ETA en 1980: «¿Por qué se atreven?». Escribe: «En estos años, desde que ‘Eta no existe’ han asentado su legitimación política y social y también su impunidad moral». Velasco cita en su texto, obviamente, la desinhibida relación de Bildu con el Gobierno en unos términos desgarradores pero ciertos: «Se atreven porque obtienen todo lo que exigen, porque se sienten fuertes, porque saben que el Gobierno depende de ellos».
Toda esta tragedia moral y ética ha adquirido un nuevo sesgo: Otegi ha decidido presentar a los etarras como víctimas. Ha mudado el discurso transformando él y su partido los papeles del escenario vasco. Esta narrativa la resumió a la perfección la apertura a cinco columnas de ‘El Correo’ de Bilbao en su edición del pasado jueves: «Sortu dice que las críticas a los homenajes etarras refuerzan a los ‘enemigos de la paz'». Ellos son las víctimas, porque las auténticas han sido borradas. La «memoria democrática» alcanza hasta el franquismo, pero no ampara a las víctimas del terrorismo contemporáneo con cuyos más benignos intérpretes y defensores la relación es fluida por una parte no pequeña de la izquierda española.
El ensayista italiano Daniele Giglioli ha escrito un opúsculo muy revelador que se titula ‘Crítica de la víctima’ (Editorial Herder). Dice en el arranque de la página 11 del libro: «La víctima es el héroe de nuestro tiempo; ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable». La denuncia de Giglioli tiene todo el sentido cuando la victimización resulta una impostura como es el caso de Bildu y Otegi y la maraña de asociaciones y redes sociales que manejan el relato etarra. Utilizan la victimización como estrategia de legitimación deslizándose, poco a poco, de su anterior condición de verdugos a otra de falsas víctimas de una supuesta represión. Los excarcelados exigen la reparación de una festiva bienvenida popular porque habrían sido reos del «derecho penal del enemigo».
La víctima, según nuestro autor, se garantiza, por una parte, la inocencia y, por otra, el monopolio de la verdad. Y cita a Golda Meir en su más desafortunada frase: «Oh, árabes, nosotros podremos perdonar un día haber matado a nuestros hijos, pero no os perdonaremos nunca habernos obligado a matar a los vuestros». Justamente esto es lo que Otegi y Bildu pretenden: los etarras mataron a su pesar, por la patria, por el pueblo, contra la opresión. Ellos son las víctimas y en tal condición son inocentes y su reivindicación es ahora tan legítima como lo fue cuando los etarras baleaban, secuestraban y extorsionaban.
El transformismo de Otegi —un tipo que dispone de la agudeza de los malvados— prepara un otoño de bienvenidas legitimadoras de etarras icónicos en coincidencia con la efectiva transferencia al Gobierno vasco de la competencia sobre las instituciones penitenciarias, que está prevista para el mes de octubre. La excarcelación el 16 de septiembre de Henri Parot, condenado por 39 asesinatos va a ser el final del crescendo de los homenajes públicos a los excarcelados. En Mondragón le esperan con pasacalles, concursos, carreras de relevos, aurreskus, ovación y banderitas. Una indecencia.
No pasará nada pese al espanto. Acaso Grande-Marlaska se dolerá lo justo; el Gobierno vasco y el de Sánchez, se remitirán a los jueces y estos se ampararán en la libertad de expresión. Se irá consumando la transformación que pretende Otegi por la doble vía: la «respetabilidad» de EH Bildu en el Congreso pactando temas de Estado con el Gobierno (reforma laboral, por ejemplo) y la legitimación social que implica celebrar sin reparo, ni legal ni político, a los terroristas excarcelados. En honor a la verdad: Urkullu no ha ahorrado críticas a Bildu, entre otras razones, porque los nacionalistas sospechan que el acoso agresivo que está sufriendo la Ertzainza está inspirado por la izquierda abertzale.
La conclusión no es otra que esa de la que venimos siendo advertidos: ETA no está políticamente derrotada. Entre otras muchas razones porque la banda terrorista —lean al recientemente fallecido Mikel Azurmendi, a Jon Juaristi, a Teo Uriarte…— no nació contra el franquismo (un error historiográfico frecuente) sino contra España como nación. Por eso, ETA cometió el 95% de los crímenes en plena democracia española. Eludir este dato es esquivar la realidad de los propósitos que pretendió la banda terrorista y que ahora persigue EH Bildu: la destrucción del Estado y la desmembración de la unidad territorial de España.