Kepa Aulestia-El Correo
La decisión del EBB de indicarle a Iñigo Urkullu que el partido no contará con él para un cuarto mandato sitúa a la única persona que tiene la potestad de convocar las próximas elecciones autonómicas tan fuera de juego que no tiene más remedio que disolver el Parlamento vasco cuanto antes. Aunque lo comunicado por Andoni Ortuzar al lehendakari en ningún caso puede ser definitivo, cuando ni siquiera se ha puesto en marcha el proceso interno de designación del candidato jeltzale. Pero ni Urkullu osaría discutir tan clara invitación, ni en caso de pretenderlo encontraría cauces reglamentarios -de los otros, ni hablar- para llevar la contraria al EBB.
Hay razones sobradas para pensar que Urkullu quería seguir. Su presencia pública ha sido intensa en las últimas semanas y meses. Lo que permitía suponer que no estaba dispuesto a conceder al presidente del EBB el margen de dudas sobre su ánimo que José Antonio Ardanza brindó a Xabier Arzalluz cuando fue sustituido por Juan José Ibarretxe. De modo que se trata de una retirada de confianza que únicamente puede explicarse como resultado de una tensión insoportable entre Ajuria Enea y Sabin Etxea. Entre Ortuzar y Urkullu. Tensión que ha podido incrementarse por la indisimulada contrariedad del lehendakari al ver que el presidente de su partido visitaba en dos ocasiones a Carles Puigdemont en Bruselas, cuando éste despreció los buenos oficios de Urkullu durante las críticas horas del 26 y 27 de octubre de 2017 en el Palau de la Generalitat. Así como por las apostillas con las que el lehendakari ha ido contrapunteando las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez, dando a entender que el partido estaba dejando flancos descubiertos.
Aunque el oleaje de fondo batía aún con más fuerza. A lo largo de los últimos cuarenta años el PNV ha sufrido reveses electorales y políticos derivados de sus divisiones internas en los años 80, o de una temeraria efervescencia soberanista hace dos décadas. Pero nunca en todo ese tiempo se había desgastado por la administración de lo público, hasta lo ocurrido a partir de la pandemia. Dando muestras de que sus responsables institucionales habían perdido el control de la situación. Médicos, ertzainas, otros empleados públicos y numerosos ‘clientes’ de la Administración autonómica en desacato. Por primera vez la marea de la contestación superó los diques institucionales hasta impactar contra el PNV como partido.
Entre las locales y forales de mayo y las generales de julio, quedó demostrado que el PNV no era ya más que un partido. De modo que tampoco está en condiciones de perpetuar la bicefalia entre los cargos internos que no se presentan a las elecciones y los nominados que las afrontan a estas alturas casi a cuerpo. Como no está en situación de hacer que aquel que nomine para suceder a Urkullu se vuelva, de pronto, líder por designación. Por mucho que los jeltzales se consideren suficiente partido como para prescindir del actual lehendakari en medio de tanta volatilidad.