Ignacio Camacho-ABC
Quizá cuando «esto» acabe volvamos a las andadas sectarias. Pero hoy te propongo engañarnos con la esperanza de otra España
Tómate un respiro, que te va a hervir la sangre. Estamos encerrados y quedan muchos días por delante; lo que menos conviene en estas circunstancias es envenenarse por dentro con la letal incompetencia del Gobierno o el insufrible autobombo de Sánchez. Ya tenemos bastante drama en los hospitales, en las residencias de mayores, en esas sórdidas morgues de hielo donde yacen los muertos sin derecho a que los puedan velar sus familiares. Esto es una película de catástrofe inimaginable cuando hace sólo dos semanas nos sacaban de quicio los separatistas catalanes. Cómo han caducado, empequeñecido, aquellas preocupaciones que nos parecían esenciales; ya sabes eso de que si quieres hacer reír a Dios sólo tienes que contarle tus planes. No, no
te estoy pidiendo que renuncies a cabrearte sino que guardes un poco de vis política para más tarde y trates de reparar ahora en el ejemplo de tantos compatriotas que en medio del desastre han sabido identificar lo realmente importante.
Hay tantos héroes para escoger en este tiempo de zozobra. En primera línea, claro, los médicos, los sanitarios para los que nunca habrá suficiente aplauso. Limpiadores, farmacéuticos, camioneros, empleados de banca, dependientes de supermercados… toda esa gente en la que casi nunca reparamos y que estos días se juega el tipo expuesta al contagio. (Por cierto, ¿te has fijado cómo ha desaparecido el lenguaje inclusivo, el morfema de género, en cuanto nos enfrentamos a un asunto de veras serio?). Y luego están esos que van inventando formas de hacerle la vida más grata al vecindario. Los que ponen música en las ventanas, los que se ofrecen voluntarios para hacer la compra a los ancianos, los que entretienen a los niños por internet, los que saben convertir cada jornada de clausura en un pequeño milagro. Esa cuidadora que saca al enfermo de alzheimer para que toque la armónica y crea que le aplauden, esos propietarios de un motel que han dejado víveres para los transportistas en su área de descanso, ese tipo sevillano que al anochecer sale al balcón disfrazado de oso panda -¿quién guarda un disfraz así en su casa?- y se pone a bailar para entretener al barrio. Pérez Reverte suele decir que las guerras sacan lo peor y lo mejor de los seres humanos, y mira por dónde en esta guerra invisible estamos descubriendo que los españoles sabemos ser, si lo intentamos, generosos, nobles, desinteresados.
Quizá cuando pase todo esto -la frase que más estamos repitiendo- volvamos a las andadas. Al linchamiento moral y a las viejas disputas sectarias que ahora sólo mantienen los políticos y algunos irreductibles dogmáticos que nunca descansan. Pero déjame creer que la mayoría está en otra cosa, centrada en lidiar de la mejor manera con esta maldita emergencia cotidiana. Hoy te propongo engañarnos con el pensamiento positivo de la dulce, optimista esperanza en que exista otra España.