He definido alguna vez el vascuence como lengua rústica, lo que me parece irrebatible y nada deshonroso. Los nacionalistas acostumbran a referirse a aquél como una venerable reliquia del Paleolítico. Entre considerarlo una lengua de sencillos aldeanos y pastorcillos o una lengua de trogloditas, me parece más benigno y justo lo primero.
EL Consejo Asesor del Euskera es un organismo consultivo creado por el gobierno vasco para, como su nombre indica, aconsejar al ejecutivo autónomo en materia de política lingüística. Quien esto escribe fue nombrado miembro de dicho Consejo hace algunas semanas. No se trata de un empleo remunerado, pero supone, qué duda cabe, un reconocimiento honorífico de cierta autoridad científica y quizá moral en los aspectos lingüísticos, culturales y sociológicos implicados en el desarrollo de la normativa referente al uso oficial del idioma vasco.
El pasado lunes, en el Parlamento de Vitoria, el portavoz de Eusko Alkartasuna, Juanjo Aguirrezabala, exigió al gobierno del lehendakari López la inmediata revocación de mi nombramiento, alegando que el mismo constituye un sarcasmo, por ser bien conocidos mis reiterados insultos y manifestaciones de desprecio al eusquera, así como mi condición de «vascófobo», y añadiendo que mi inclusión en el Consejo Asesor viene a ser como entregar las ovejas al cuidado del lobo.
Tal colofón me parece lo más significativo de la intervención del señor Aguirrezabala, porque lo que resulta archiconocido es la obsesión de los varones nacionalistas por las ovejas, que no me recataría en calificar de turbiamente erótica. En rigor, creo que, si no la vida, el honor y la doncellez de las ovejas jóvenes están más seguros bajo la vigilancia de los lobos que con pastores y rabadanes abertzales(y lo mismo podría afirmarse de las gallinas, de las terneras y del ganado de cerda). No se vea, sin embargo, en estas palabras crítica alguna a las inclinaciones y habituales prácticas amorosas de los herederos políticos de Sabino Arana, tan dignas de respeto como las de cualquier otra cultura primitiva.
No recuerdo haber insultado al eusquera, como tampoco a los botijos. Entiendo que los nacionalistas vascos, adeptos a lo que don Julio Caro Baroja —siguiendo a Lévy-Bruhl— llamaba «mentalidad prelógica» (un atavismo de la vida en las cavernas que los empuja a mantener desagradables discusiones con la boina o la motosierra), interpreten ciertas caracterizaciones literarias como denuestos. Todo lo más, he definido alguna vez el vascuence como lengua rústica, lo que me parece irrebatible y nada deshonroso. Los nacionalistas acostumbran a referirse a aquél como una venerable reliquia del Paleolítico. Entre considerarlo una lengua de sencillos aldeanos y pastorcillos o una lengua de trogloditas, me parece más benigno y justo lo primero.
Finalmente, la imputación de vascofobia que lanza sobre mí el señor Aguirrezabala sólo es una verdad a medias. Es innegable que los nacionalistas vascos no me caen simpáticos, salvo contadísimas excepciones, pero, en general, nada tengo contra los vascos no nacionalistas. Supongo que a don Juanjo le pasa al revés, y no por ello lo tildaría de vascófobo. Es más, si lo nombran algún día miembro o incluso presidente de un Consejo Asesor de la Oveja Churra, Merina o Lacha, o incluso de la Gallina Ponedora de Raza Vasca, no pediré su destitución ni declararé que tal nombramiento equivalga a contratar al Sátiro de la Concha como celador de un colegio de huérfanas. A pesar de sus febriles admoniciones sobre la cabaña ovina.
Jon Juaristi, ABC, 23/1/2011