Javier Caraballo-El Confidencial
- El líder nacional de un partido político no se consolida hasta ganar unas elecciones, pero en el camino titubeante que ha elegido Casado, con tanto zigzagueo, el final que ansía se aleja más
En un examen psicológico de cualidades del liderazgo, Pablo Casado suspende a la primera. Se trata de exigencias elementales y sencillas, extraídas de uno de esos manuales que las compañías incluyen en sus redes sociales. Por ejemplo, el más importante de todos: la firmeza. Para el multimillonario inglés Richard Branson, propietario de Virgin Group, esa es la principal cualidad de un buen líder, “la seguridad en la toma de decisiones”. La segunda cualidad la aporta Mary Barra, presidenta ejecutiva de General Motors: “Las buenas ideas no tienen jerarquía”. Pues en las dos está suspendiendo Pablo Casado, sobre todo en los últimos meses por causas internas, como veremos luego, quizá porque una cosa lleva a la otra. Sin firmeza, no puede haber seguridad en las decisiones. En política, que siempre describe los mismos ciclos orgánicos, el líder de un partido político solo alcanza ese estado máximo de firmeza cuando gana unas elecciones y se reivindica ante los suyos con el aval supremo de la conquista del poder. Pablo Casado no lo conseguirá hasta entonces, pero, entre tanto, el reconocimiento solo puede obtenerlo con la fuerza de su discurso, la determinación en las ideas, la personalidad en los planteamientos. Pablo Casado se inició como presidente del Partido Popular con la promesa explícita de abandonar el centro político del marianismo, para tapar la sangría de votos de la derecha hacia Vox, y cuando pensaba que lo había conseguido, tras las elecciones de 2019, giró de nuevo y se desenganchó públicamente de la extrema derecha. Ahora, ya no se sabe bien dónde está o dónde quiere que lo veamos.
Si el presidente del Partido Popular piensa en lo que le ha ocurrido en la concentración de protesta en la plaza de Colón de Madrid, se dará cuenta de que cualquiera que lo haya observado en la protesta contra los indultos a los presos independentistas catalanes lo habrá visto flaquear en ambas cualidades de liderazgo, ni firmeza ni seguridad en la toma de decisiones. ¿Por qué decidió el presidente del Partido Popular participar en la protesta de Colón si, como hemos visto, no estaba convencido de hacerlo? El líder de un partido político es aquel que, con firmeza, promueve, organiza, convoca y preside las manifestaciones, no el que se ve arrastrado por la convocatoria de otros y asiste a la fuerza, intentando cuadrar el círculo imposible de figurar sin ser visto: se queda en una esquina.
La protesta de la plaza de Colón, aunque estuviera justificada por el inaceptable atropello judicial de los indultos a los presos independentistas, no ha sido elegida nunca por Pablo Casado y, sin embargo, su falta de firmeza le llevó hasta la ridícula decisión de asistir a lo lejos, para mostrar su desagrado como si se escondiera tras la cortina. No cabe pensar en la ingenuidad, o la falta de previsión, a la hora de tomar una decisión política como esa, que se vuelve tan errada. Es el titubeo el que puede explicarlo todo, con la consecuencia penosa de que no contenta ni a unos ni a otros; ni a quienes le exigían, desde posiciones más a la derecha, que participara de la protesta, porque verán su decisión como una actitud cobardona, ni a quienes desaconsejaban volver a la foto de Colón, el símbolo de una derecha más agresiva y vociferante, con la que ya había roto Casado, con lo que lo verán como un pusilánime, incapaz de mantener sus propias decisiones estratégicas.
¿Cómo llega esta inseguridad?
Pero ¿cómo llega esta inseguridad? Aquí es donde cobra sentido el segundo consejo de los líderes, eso de que “las buenas ideas no tienen jerarquía”. El problema de Pablo Casado radica, en buena medida, en que en los segundos escalones de su partido, los presidentes regionales que conocemos como ‘barones’, cada cual tiene la firmeza de la que carece el presidente nacional, porque todos ellos han ganado elecciones, y desarrollan un discurso diverso, que oscila desde el mayor centrismo de los presidentes de Andalucía y de Galicia, sustentado en la eliminación de aristas, a la derecha que representa la presidenta de Madrid, volcada hacia la confrontación. No es casual, en este sentido, que la fase más aguda de crisis de personalidad política de Pablo Casado se aprecie a partir del triunfo arrollador de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de Madrid. Mientras que tras el triunfo electoral de Juanma Moreno (2018) y de Núñez Feijóo (2019), Pablo Casado inició un camino de centralidad en el discurso, tras la victoria de Díaz Ayuso, el líder del PP comenzó a girar otra vez, incapaz de mantener la presión que le llega de fuera y que coloca a la madrileña como portadora, sin complejos, de las esencias políticas del Partido Popular.
La foto de Colón, además de la imagen de la que Casado quiso esconderse, es la foto del titubeo del líder del PP, que se traslada a toda la organización. De los cuatro mencionados, los dos primeros, los presidentes de Galicia y de Andalucía, excusaron su presencia, mientras que la presidenta de Madrid cogió el micrófono para liarla con su absurda frase sobre la firma de Felipe VI, con Casado a su lado, silencioso y demudado. Ni 24 horas después, como recogía en El Confidencial mi compañera Paloma Esteban, la ejecutiva nacional del Partido Popular ya estaba buscando “pasar página y recuperar la iniciativa política”, esta vez con una convención nacional, que celebrarán en Valencia en el otoño próximo, para buscar allí su propia plaza, otra vez lejos de Colón, “la gran plaza mayor para el reencuentro nacional, para conversar, volver a creer y crear”. Es sabido, como se decía al principio, que el líder nacional de un partido político no se consolida hasta ganar unas elecciones, pero en el camino titubeante que ha elegido Pablo Casado, con tanto zigzagueo, el final que ansía se aleja cada vez más.