MIGUEL ÁNGEL QUINTANILLA-El Mundo
El autor reflexiona sobre el recorrido del nuevo líder del Partido Popular. Subraya que el saldo municipal ha sido para la formación mucho mejor de lo temido, pero advierte del difícil reto por delante.
La primera, no haber medido el impacto de la crisis. El desempleo masivo empobreció a muchas familias, generó desigualdad y quebró las expectativas de muchos. Erosionó la credibilidad de unas instituciones que fueron desbordadas por la acumulación de demandas sociales. La idea de justicia social quedó en entredicho y evitar el rescate no fue un éxito lo bastante comprensible y concreto como para que los españoles pudieran premiar por ello. Se hacía lo que había que hacer, aunque no fuera lo prometido, pero no se explicó por qué, ni se expuso un criterio de equidad comprensible. Se perdió el contacto y se perdió el voto. A la centrifugación horizontal, territorial, se sumó la centrifugación vertical de la sociedad, con menos clase media y más de los extremos, y su correspondiente expresión electoral.
En segundo lugar, simultáneamente el conjunto del partido quedó injusta pero eficazmente asociado a la corrupción. Se hizo verosímil la idea de que el partido como tal tenía algo que esconder. Se actuó poco, tarde y mal. La moción de censura se apoyó en la idea falsa de que se había acreditado judicialmente la corrupción del partido como institución, pero lo más importante es que esa falsedad circuló tranquilamente como verdad de hecho: encajaba.
Y, en tercer lugar, por supuesto, Cataluña. Los españoles confiaron en el PP y demasiados sintieron que les falló. Ante la debilidad del Gobierno y ante la fractura electoral, el independentismo decidió ir a por todas. Se pensó que era lo de siempre, y no lo era. Y ocurrió lo que se dijo que nunca ocurriría.
Se ofreció diálogo, pero de forma que se entendió que se aceptaba la equivalencia moral de las posiciones de partida, y no como la policía lo ofrece en una toma de rehenes, que a su escala era la imagen que cuadraba. Y llegó el 1 de Octubre. Y se comprometió una presencia poderosa y eficaz del Estado que nunca se llegó a producir. Al contrario. La respuesta estuvo muy por debajo de lo que se esperaba. Se habló de ingratitud de los votantes en lugar de encarar con decisión los errores y las responsabilidades para reencontrarse con ellos. Cuando el golpe llegó, el PP estaba cortejando al votante imposible y alejado del votante de siempre. Y no sólo llegó en ese momento sino que llegó en parte por esa razón. Su confusión y su debilidad crearon la oportunidad. Faltó información veraz y análisis solvente.
De camino, se celebró un Congreso que no abordó los problemas, los eludió. No era la comunicación, eran el rendimiento político y el aislamiento social. Y se escenificó una falsa aplicación del artículo 155 que no pudo rendir el servicio que se esperaba de él y que creó un profundo escepticismo sobre su utilidad en el futuro.
Pablo Casado recibió su mandato en ese contexto y por esas razones. Lo recibió de un partido que sabía todo esto y que quería cambiar. Desde entonces ha cometido errores, sin duda, pero también en esto es necesario afinar. Para empezar, no cometió el de no presentarse a la presidencia del partido, cuando nada indicaba que pudiera ganar. Tampoco el de evitar cuestiones esenciales de las que el partido había estado ausente y a las que él quiso volver.
No es un error pedir el modelo autonómico completo, equilibrado, con autonomía y con solidaridad, aunque puede serlo no haber previsto que se distorsionaría esa idea para construirle la caricatura de un recentralizador entregado a Vox.
No es un error pedir y comprometer instituciones defensoras de la vida, aunque puede serlo elegir mal los adjetivos. No es un error reaccionar al conocer que el Gobierno meditaba aceptar la humillación de Pedralbes, aunque puede serlo hablar enfadado, sin reparar en que la mejor forma de ser español es serlo serenamente. No es un error decir que la Constitución, entera, está vigente en toda España, incluido su artículo 155. Pero puede serlo actuar como si en Cataluña existiera una abrumadora mayoría constitucionalista pendiente sólo de una voz para levantarse y cambiar las cosas, por vibrante que sea. Quizá no es realista, por una parte, afirmar la degradación profunda de la fibra moral de Cataluña y, por otra, pensar que esa degradación se corregiría en unos meses.
No es un error recorrer España, pisar la calle. Pero puede serlo sobreestimar el efecto regenerador que ese esfuerzo personal tendría por sí solo sobre la marca del partido, sobre la desconexión y la desconfianza que el PP genera aún, después de haber dejado durante años una sensación de abandono de sí mismo y de los españoles. Y, sobre todo, no es un error aceptar como real la fractura del espacio electoral que antes era exclusivo del PP, ni advertir de sus efectos sobre el reparto de escaños y pedir la reunión del voto. Pero puede serlo aceptar la idea de las tres derechas como un marco mental ineludible dentro del cual se debe trabajar. Una idea que él no creó, sino que encontró asentada en los medios. Y una idea que, ahora se ve bien, tenía una intención y produjo un efecto: la intención, negar al PP y negarle a él la condición de líder hegemónico del centroderecha español, por no ser el ganador esperado por algunos. El efecto, desnaturalizar el centroderecha mismo, incluyendo artificialmente a dos partidos ajenos a él y confundiendo al votante con la idea de la suma.
CASADOha tenido que sobrevivir en ese medio. Y lo ha hecho, a pesar de casi todo y en ocasiones quizá incluso de sí mismo. El saldo municipal es mucho mejor de lo temido, pero aún tiene que metabolizar toda esa herencia. Muy poco tiempo aún para pedir mucho más.
Pero ahora, a mi juicio, debe enfrentarse a un problema cuya solución es tan sencilla de formular como difícil de ejecutar. Existe una tensión entre lo que debe hacer para consolidar su hegemonía dentro del bloque de derecha y lo que debe hacer para ensanchar ese mismo bloque. Las mismas razones que han llevado a una significativa recuperación electoral en las elecciones de mayo inducirán probablemente una compactación del voto de izquierda a favor del PSOE, y eso no le será suficiente para llegar a La Moncloa.
Para lo que viene es clave recordar que al centroderecha, al PP, no se llega por abandono de lo demás, como en una cuesta abajo, en un dejarse ir. Al contrario, el centroderecha es algo a lo que se asciende con propósito y en tensión, es una conquista de la razón política, no el efecto colateral de ninguna deserción. Es un acto consciente y contraintuitivo que se apoya en la experiencia, la reflexión y el propósito activo no solo de convivencia y cooperación entre diferentes, sino de protección y respeto de la mayoría sobre la minoría. Eso no es naturaleza, es civilización, y hacerlo crecer exige trabajo intelectual y moral y sentido político. Por eso sería un error pensar que el retorno del votante al PP se va a producir sin más, y, mucho menos, que ese votante vendrá de más allá. Ser moderado y ser moderador es un gran esfuerzo, y uno no se apunta a eso si no se le persuade.
Ése es, a mi juicio, el núcleo de la tarea que Casado ha declarado estar dispuesto a acometer, su verdadero proyecto de fondo, eso que se suele llamar la refundación del centroderecha. No será un retorno ni una continuidad. Tendrá que ser la creación de un razonamiento, de una motivación, de un programa y de los equipos que lo entiendan y que lo quieran. En fin, todo lo que precede y hace posible una mayoría política realmente transformadora y duradera. Un gran desafío.
Miguel Ángel Quintanilla Navarro es politólogo.