ABC 29/05/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· El problema auténtico está en el avance arrollador del separatismo en Cataluña y País Vasco, que dibuja un escenario aterrador
SIGUIENDO esa tendencia imparable a la superficialidad que constituye el signo de los tiempos, el fenómeno Podemos se ha convertido en protagonista de los análisis postelectorales realizados en clave española, cuando no deja de ser la anécdota. Una anécdota colorida, por aquello de la coleta y las habilidades de telepredicador sobradamente demostradas por su cabeza de lista, pero anécdota al fin y al cabo. Los cinco escaños logrados por el candidato del 15-M con su discurso demagógico son apenas nada comparados con las victorias de Syriza en Grecia o el Frente Nacional en Francia, formaciones que responden a la misma ira ciudadana y ofrecen «soluciones» similares a la crisis. Aquí el problema auténtico, el realmente grave, está en el avance arrollador del separatismo en Cataluña y País Vasco, que dibuja un escenario aterrador.
Cuando Aznar dijo en 2009 aquello de «España se rompe», una gran parte de los analistas patrios se rió a mandíbula batiente y otros le tildaron de catastrofista. Desde su propio partido le afearon públicamente esas palabras premonitorias, aduciendo que solo servían para atizar el fuego secesionista. Los apóstoles del apaciguamiento impusieron su discurso claudicante, de rendición ideológica ante el nacionalismo enardecido y acatamiento silencioso del «proceso» acordado por Zapatero con ETA, con la esperanza cobarde de aplacar así a la fiera. Cinco años después de esa advertencia inútil, el PP ha sido barrido del mapa en esas dos comunidades autónomas y con él ha desaparecido también el PSOE. Las políticas gubernamentales «dialogantes», conciliadoras, basadas en tolerar la ilegalidad, inyectar dinero y mirar hacia otro lado ante los llamamientos a la sedición, no han hecho más que acrecentar el apetito del monstruo. En Cataluña, la izquierda republicana ha dado el «sorpasso» y obliga a CiU a convocar el referéndum inconstitucional de noviembre o bien unas elecciones plebiscitarias en las que arrollarán el independentismo. En Álava y Guipúzcoa los bilduetarras ganan al PNV. En Navarra esta formación, clonada de batasuna/ETA, consigue la segunda posición, a solo cinco puntos del PP y seis por delante de los socialistas. La Comunidad Valenciana manda a Bruselas a un partidario de la secesión catalana. Aznar se quedaba corto. No es que esta Nación se rompa; es que está desintegrándose ante la desafección o el desistimiento de una ciudadanía harta ya de estar harta, asqueada de corrupción, inerme ante la falta de oportunidades y huérfana de líderes dotados de coraje suficiente para tomar las medidas necesarias.
Si el veredicto de las urnas europeas resulta alarmante, la lectura que han hecho de él los arúspices monclovitas es descorazonador. Todo quedará en un susto, vienen a decirnos, y el miedo del electorado al caos obrará el milagro de enderezar las cosas cuando toque volver a votar. La prometida recuperación económica hará el resto. Lo cierto es que lo más probable, hoy por hoy, es una derrota en las Municipales y Autonómicas (o una victoria insuficiente, lo que viene a ser lo mismo) que deje Valencia y Madrid en manos de sendos «frentes populares», Cataluña y País Vasco en el desafío abierto y a medio camino de la ruptura, Andalucía como feudo inexpugnable del PSOE y las Castillas, repartidas. Un mapa que preludiará el desenlace de las Generales y la España ingobernable que saldrá de esos comicios.
No hay argamasa más firme que el poder, lo que probablemente explica por qué son tan escasos los que osan moverse en el PP para impedir que se cumpla este augurio. Mejor meter la cabeza en la arena y seguir calentito en el despacho… mientras dure.