Estefania Molina-El Confidencial
- Los tiempos están cambiando, y aunque la paz es el bien supremo para un demócrata, la idea de un «no a la guerra» que repite Podemos se quedaría corta para lo que podría venir
Podemos y Pablo Iglesias han encontrado en la invasión de Ucrania un foco discursivo, implosionando contra Pedro Sánchez y ahondando la brecha con Yolanda Díaz sobre el envío de armas desde España. Ello rinde cuenta de que hay dos formas de entender la ofensiva de Vladímir Putin. Bien, como un asunto doméstico del presidente Volodimir Zelensky, según se desprende de nuestra izquierda alternativa. Bien, como la pugna entre la democracia liberal contra la arbitrariedad de las autocracias inmisericordes, cada vez más fuertes.
Ambas lecturas son legítimas, aunque la que apoya medio mundo no es la de Podemos. La Unión Europea, Estados Unidos y Canadá parecen entender ya Ucrania como un dique de contención de la influencia rusa en el continente. Es decir, lo que va desde la Guerra híbrida —una mezcla de guerra clásica y desinformación—, pasando por países como Moldavia —con incluso partidos prorrusos que se presentan a las elecciones, o zonas como Transnistria—, avisando de que, quizás, las ansias imperiales rusas no terminen en la frontera ucraniana.
Solo esa preocupación podría explicar la intensa envergadura de las sanciones implementadas contra Putin. Como fichas de dominó, hasta los países más reticentes como Alemania secundan ya medidas hace unos años impensables. Desde la expulsión de Rusia del SWIFT, o la congelación de los fondos del Banco Central ruso, con tal de que los oligarcas rusos dejen de brindarle apoyo al Kremlin. Solo una enorme inquietud, más allá de una línea territorial concreta, explica asumir el efecto bumerán de una inflación galopante que pondrá trabas a nuestra recuperación pospandemia.
Muestra de la alarma es incluso el combate iniciado desde la UE contra la desinformación, bajo la idea de que las ‘fake news’ desestabilizan las democracias. Las redes sociales han dado una dimensión infinita a las posibilidades de propaganda de todo actor político. No creen los socios comunitarios que esta deba ser siquiera refutada, sino directamente suprimida. A la postre, todo ello rinde cuenta de que el mundo occidental cree estar luchando en Kiev algo más que un problema fronterizo.
Primero, porque en el nuevo orden mundial, países que no son democracias son los nuevos amos del tablero. Véase el caso de China, que no tardó en mantener relación con el gobierno talibán, cuando occidente aún seguía en ‘shock’ por la caída de Afganistán. Es decir, Estados con un enorme peso económico, pero que no comparten nuestra misma idea de derechos humanos o liberalismo. Ya no es como antaño, cuando Estados Unidos era el polo hegemónico, abanderando la idea de «libertad».
Tengo amigos militares. Les he preguntado sobre el envío de armas y me dicen que no parece que ese envío pueda alterar la correlación de fuerzas
A ello se suma la debilidad de las democracias occidentales, que se salvan de momento de la inexistente correlación de fuerzas de Putin. China parece mantenerse lejos de esta pugna, absteniéndose en la condena a Rusia en el Consejo de Seguridad de la OTAN. Ahora bien, qué vuelco tomaría el escenario si el gigante asiático considerara de interés sumarse o financiar a Rusia. Es decir, si enviara al traste la asfixia financiera europea y americana. E incluso, ante un Joe Biden que desprende menos fuerza de los EEUU a nivel internacional que predecesores suyos en el cargo.
En segundo lugar, los tiempos están cambiando, y aunque la paz es el bien supremo para un demócrata, la idea de un «no a la guerra» que repite el ala morada del Gobierno se quedaría corta para lo que podría venírsenos encima. Para empezar, no es la UE quien ha buscado este conflicto. A saber, que cuando Ione Belarra apelaba a agotar las vías «diplomáticas», obvia que mientras Zelensky se sentaba a la mesa de negociación con Rusia en Bielorrusia, Putin extenuaba los ataques sobre su población civil.
Pese a lo anterior, las dudas de Iglesias o de cierta izquierda se han visibilizado de forma insistente. Desde su podcast, afirmó: «Tengo amigos militares. Les he preguntado sobre el envío de armas y me dicen que no parece probable que ese envío pueda alterar la correlación de fuerzas entre Rusia y Ucrania (…) ¿Debería entonces participar España en una coalición militar liderada por EUA para derrotar a Putin en el campo de batalla? (…) ¿Estamos dispuestos a que cadáveres de jóvenes militares españoles vuelvan a España en cajas de madera?».
De un lado, esa visión supone casi asumir que esta invasión terminaría en Ucrania, regalándosela a Rusia, cuando no está garantizado. Ahora bien, hay un elemento al que sí nos podríamos enfrentar en breve: el aguante que podría tener la UE en los escenarios de recrudecimiento.
Hasta la fecha, la estrategia occidental es financiar la resistencia ucraniana, sin intervención de la OTAN. Para muchos expertos, no sería necesario siquiera que un país de la alianza sea atacado para tomar acciones, como se afirma en virtud del artículo 5 del tratado. La cuestión es si las democracias están preparadas hoy para asumir un escenario bélico. Hasta la fecha, la UE se está integrando y reestructurando a nivel geopolítico, como afirmaba Josep Borrell, pero no parece el escenario aún previsto.
A la postre, hay otro argumento que refuta las tesis de nuestra izquierda alternativa: cómo ignora la realidad del territorio ucraniano. Incluso regalando el país, Putin tendría muy difícil de tomar el control de una población tan movilizada como la que se está viendo en las imágenes que nos llegan. Con medio Estado derruido y voluntarios que deciden enfrentarse por su cuenta al Ejército invasor, la represión interna y la resistencia podría alargarse muchísimo tiempo, ahí sin ayuda externa.
La única realidad es que Putin asiste a su profecía autocumplida: poner en guardia a la OTAN, remilitarizar a varios países
Con todo, el sector Podemos plantea este debate como si se tratara de buenas y malas personas, siendo occidente los malos. E incluso, hasta culpabilizando la respuesta ucraniana, cuando es la defensa ante una invasión externa. Es decir, la soberanía de un Estado y su democracia, por débil o poco consolidada que esté esta.
Hay que recordar que en 1936 no pesaba sobre España la amenaza nuclear. Si bien, cierta izquierda cae en contradicciones cada vez que deja caer entre líneas que, o Ucrania se rinde, o el escenario será fatídico. Casualmente, cuando llevan décadas lamentando la no intervención de las democracias francesa o inglesa durante la Guerra civil para ayudar a la República. E incluso, teniendo en cuenta que para muchos historiadores nuestra guerra fue la antesala de la batalla mundial.
Hasta el momento, la única realidad es que Putin asiste a su profecía autocumplida: poner en guardia a la OTAN, remilitarizar a varios países (España, Alemania…), haciendo que hasta Finlandia y Suecia quieran entrar en la alianza, sacando a Suiza de su clásica neutralidad. Esta invasión tiene muchas recetas, solo una visión hegemónica y compartida, aunque el horror raramente avisa.