ABC-IGNACIO CAMACHO
Para culminar su integración en la «casta», a Podemos sólo le faltaba –y parece que lo ha encontrado– un caso Bárcenas
EN una escena crucial de «Viva Zapata», el líder revolucionario, ya triunfante, reacciona ante la queja de un campesino con el mismo desdén despótico de los caciques a los que había combatido. Todo el guión de la inmortal película de Elia Kazan, escrito por John Steinbeck, es una metáfora sobre la desviación autoritaria del comunismo y un alegato global contra el poder como elemento corruptor de ideales y principios. Si Pablo Iglesias, buen aficionado al cine, la ha visto sabrá reconocer hasta qué punto su trayectoria ha comenzado a recorrer la deriva degeneradora del mítico caudillo, con la diferencia de que éste fue capaz de enmendarse a sí mismo. La compra del chalé de Galapagar, las purgas de disidentes y críticos, la construcción de un liderazgo de clanes familiares y de amigos o la progresiva sumisión personalista del partido revelan un proceso autocrático con todos los vicios y abusos del cesarismo. Lo más asombroso es la velocidad a la que ese cambio se ha producido: en sólo cinco años, y sin dejar de perder apoyo social por el camino, Podemos ha transformado en un vulgar artefacto clientelar todo su ímpetu disruptivo.
Sólo le faltaba un caso Bárcenas, y todos los indicios sugieren que ya lo ha encontrado. Las denuncias de dos abogados de confianza despedidos –y a su vez denunciados por el aparato– colocan a la cúpula podemita en el umbral de un escándalo de prácticas irregulares, presuntos pucherazos, sospechosas reformas de sedes, arbitrariedad en los contratos y, atención, sombras de sobresueldos en B de algunos altos cargos. Ambas partes merecen el beneficio de la duda hasta que alguna de las dos sustancie sus acusaciones con datos, pero lo que apunta el caso es un lodazal de considerable tamaño y una bronca de facciones que amenaza con salpicar toneladas de barro. Todo demasiado parecido al sórdido entramado por el que Iglesias señaló al PP como una organización mafiosa que había que expulsar del corazón del Estado.
Ocurre justo cuando Podemos está a punto de llegar al Gobierno, cambiando el prometido asalto a los cielos por el pragmático usufructo de un tercio de los ministerios. Pero el evidente oportunismo de los denunciantes –personas con acceso al funcionamiento orgánico hasta su brusco relevo– subraya la delicadeza del momento: el círculo pablista se ha encontrado bajo sus asientos una bomba idéntica a la que le dejó al marianismo su infiel tesorero. Su ventaja es que el aliado socialista y su potente maquinaria mediática lo arropan con ominoso silencio, y que la perspectiva del inmediato reparto de sinecuras puede favorecer la extinción del incendio a nivel interno. Lo que difícilmente logrará ya sostener Iglesias es su impostada aura de mesías refundador, de azote de la casta, de savonarola justiciero con patente para expedir salvoconductos éticos. Para eso necesitaría, como Zapata, volver a empezar de cero.