Ignacio Camacho-ABC
- El manifiesto pacifista ha causado tal impacto que Putin ha ensayado un supermisil nuclear en señal de voluntad de diálogo
Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y Arnaldo Otegi han firmado un manifiesto en reclamación de «una paz plena y duradera» en Ucrania. El papel lo han rubricado algunas personalidades de la izquierda no socialdemócrata -Varoufakis, Chomsky, el inevitable Mayor Zaragoza- con suficiente obra escrita para que se les suponga ilustradas, pero parece redactado por una aspirante a Miss Universo repleta de buenos deseos. Los signatarios piden a la ONU que promueva y garantice un «alto el fuego inmediato y duradero», instan a gobiernos del mundo y medios de comunicación en general a promover el diálogo y abandonar «todo lenguaje beligerante», solicitan «hospitalidad y humanidad» para los refugiados y deploran compungidos el «derramamiento de sangre». Se les ha olvidado mencionar a Putin -a Zelenski sí lo hacen- pero a gente tan bienintencionada no hay que tenerle en cuenta el detalle. Habrán sido las prisas por publicarlo cuanto antes, que se hacen notar asimismo en la rudimentaria sintaxis.
A las dos ministras españolas, únicas de entre los principales firmantes que están en el ejercicio del poder, también se les ha pasado por alto que ellas han suministrado material de guerra al Ejército ucraniano. Aunque finjan ignorarlo, forman parte de un Gobierno cuyas decisiones son por definición colegiadas, y por tanto resultan corresponsables del envío de armas que el presidente Sánchez ha prometido incrementar esta semana. Deben de estar pasándolo muy mal pero su pertenencia al Gabinete es voluntaria y están a tiempo de salirse para no contribuir a la escalada de hostilidad que preocupa a sus conciencias seráficas. De paso podrían aclarar, ellas o los demás miembros de Podemos que refrendan el documento, que cuando hablan en España de «lucha» se trata de una metáfora. Que sus recurrentes referencias al «frente», la «guillotina» o el «combate» son licencias retóricas que nadie debe interpretar en términos literales. No vaya a ser que algún prosélito despistado entienda tales parábolas como «lenguaje beligerante». El pacifismo de estas almas blancas, como el de Otegi, es refractario a la violencia de cualquier clase.
De cualquier modo, el impecable manifiesto, que lleva recogidas 11.500 firmas, ha causado gran impacto. Putin se ha sentido aludido pese a no ser citado por su nombre y ha ordenado lanzar un misil nuclear bautizado como Satán, que al fin y al cabo era un ángel al que las circunstancias volvieron malo. Pero sólo era un ensayo, una prueba de mentirijillas como símbolo de su talante diplomático. Y arrepentido al saber que sus soldados han violado a mujeres delante de sus familias, ha puesto al frente de la ofensiva a un general apodado ‘el carnicero de Siria’ para que alimente a la hambrienta población invadida. Pronto se abrirá paso una solución política. Quizá cuando de Ucrania no quede más que un montón de ruinas.