Eduardo Uriarte-Editores
Dijo Orwell que los totalitarios tienden a creer sus propias mentiras. Eso era cierto entonces, cuando lo dijo. Hoy en día, en esta postmodernidad en el que el aire se compone de oxígeno y publicidad y la información mediática con su asfixiante presencia conforma nuestras conciencias como nunca, se ha extendido a casi todos los políticos. Hoy es extraño encontrar uno que no se crea sus propias mentiras, y es muy frecuente encontrar en la derecha políticos que se creen las mentiras de los de enfrente, las de la izquierda y los nacionalistas periféricos, más que las suyas.
Las mentiras niegan la realidad y Vox es una realidad incuestionable (mayor realidad que ERC y Bildu juntos) que es imposible soslayar. Realidad asentada y un condicionante político serio, resultado del fomento que el izquierdismo y el secesionismo ha realizado provocando la correspondiente reacción a sus excesos rupturistas. VOX es el resultado directo de la deriva aconstitucional del Sanchismo, iniciada con el sabotaje a la formación del gobierno de la nación con su no es no, su coalición de gobierno con una fuerza antisistema como Podemos, y su pacto con los secesionistas sediciosos y sucesores del terrorismo.
Para Juan Pablo Fusi, pionero historiador del socialismo y del movimiento obrero en España, “la pérdida del sentido de nación y estado españoles por parte de la izquierda -de la izquierda radical y del propio PSOE bajo la dirección de Zapatero y Sánchez- ha sido, desde mi perspectiva, una de las causas del resurgimiento político en España de la extrema derecha” (El Correo,13,2, 2022). Por ello, una reacción como Vox, conocida ya la experiencia de la génesis y desarrollo de Ciudadanos como reacción al secesionismo catalán, estaba más fundamentada en el abandono por el socialismo español de la nación y respeto constitucional que asumieron González y Guerra que en la atribución al PP de una deriva derechista, pues seguía impávido como si las cosas no hubieran cambiado traumáticamente desde la aparición de Sánchez.
Quien rompió las reglas del juego que surgieron de la Constitución fue Sánchez, minando peligrosamente la estructura del sistema, por lo que la reacción conservadora y nacionalista de Vox -que podía haber sido aún más radical- no sólo estaba garantizada, sino también programada ladinamente como medio de debilitamiento y contaminación de la derecha democrática. Vox no es consecuencia del PP, sino del PSOE.
Pues bien, tras el éxito electoral de Vox en Castilla-León se cierne sobre el PP los grilletes argumentales del izquierdismo más radical: la izquierda puede negociar con todos, incluidos con los que aún les huelen las manos a amonal y gasolina, pero el PP, al que no le va a ofrecer ningún apoyo para que lo evite, no puede aliarse con Vox para gobernar. Es decir, os negamos que gobernéis. Totalitarismo puro, que ya indicara Iglesias advirtiendo al PP de su imposibilidad de volver a gobernar.
Que Vox es fundamentalmente un movimiento de reacción al sanchismo (izquierdismo y secesionismo) es fácil de asegurar tras observar la trayectoria de Ciudadanos, un movimiento reactivo que cuando se aposentó en el ideario liberal fue para inmediatamente repudiarlo en la práctica, proceder por el contrario en su activismo para arrinconar al PP – descuidando forzar a Sánchez a un gobierno de centro-, mostrando en su momento estelar su limitación e inutilidad política consecuente con su naturaleza de mera reacción. Vox es muy similar a Ciudadanos, de hecho, la base electoral de Cs se traslada a Vox sin pasar a lo que ideológicamente estaría más cerca de su enunciado liberal que sería el PP. El trasvase electoral de Cs a Vox en el 13F así lo atestigua. Pero Vox parte de la observación de que un partido paralizado (como le ocurriera a Cs y parcialmente le ocurre al PP) acaba abandonado por su electorado, que prefiere la equivocación a la inutilidad, como siempre ha sido en la política.
La reacción ultraderechista de Vox sostengo que aún podía haber sido más radical y salir del surco constitucional, teniendo en cuenta que tal hace Podemos, ERC, Bildu, incluso el PNV, aliados del PSOE y de su Gobierno. Llevados de un comportamiento especular y siendo conscientes que está en la oposición y sin experiencia, hasta la fecha, de gobierno alguno que sosiegue su testimonial retórica.
¿Qué hacer?
En esta situación la pregunta trágica para el PP, últimamente más dado a interpretar en la escena política a un pollo sin cabeza que a un héroe, es qué hacer (por cierto, título de uno de los escritos más famosos de Lenin). Un pollo sin cabeza, sumido en un tacticismo espontáneo impulsado quizás por los enfrentamientos internos, siendo con Ayuso el más importante, que por una estrategia, ciñéndose, como el resto de la derecha, a un comportamiento exclusivamente reactivo a Sánchez. En esta pasiva y dubitativa pose, paralizado en muchos momentos cruciales. como ante los abusivos e inconstitucionales decretos de emergencia, o la posibilidad de destrozar la estrategia sanchista otorgando el pase a la Reforma Laboral, el PP está donde quiere Frankenstein que esté: paralizado. No sabe qué hacer con Vox, su único posible aliado real. Porque la muy responsable posibilidad de que el PSOE le ofrezca constructivamente una salida con su apoyo queda en su concepción maniquea de la memoria histórica fuera de toda realidad. Hasta a Ignacio Varela le parece imposible tras haber suspirado por ella.
Desde sectores constitucionales de izquierda a la extrema derecha se aprecia un impulso social, electoral -el pueblo ha hablado el 13F-, de derrocamiento del Sanchismo, visto que este supone la destrucción del marco de convivencia erigido en el 78. Y este impulso social debiera liderarlo el PP, como derecha democrática, encauzando la única alianza posible, con Vox, en el seno de un programa de gobierno para Castilla-León escrupulosamente constitucional, amplio en sus apartados, precisos en la naturaleza de los acuerdos, y cerrado en su aplicación. Cualquier otra eventualidad es supeditarse a Sánchez, primer y fundamental problema de España.
En política se trabaja con lo que hay, en el contexto y realidades del presente. El resto es hojalatería o mentira, que es peor. Constitución o ruptura: he ahí la cuestión