Nicolás Redondo Terreros-El Correo

  • Los retos de nuestra realidad política y económica rebasan las capacidades de un gobierno encerrado en los límites de sus siglas, en los intereses de su programa

Los españoles encaramos las próximas elecciones generales recién elegidos los alcaldes y los parlamentarios autonómicos designados en los comicios del 28 de mayo. Pero esta próxima cita con las urnas tiene otro aroma, parece distinta; el ambiente parece indicarnos que no está en juego exclusivamente la posible alternancia de siglas en el Gobierno de la nación. Esa misma sensación de excepcionalidad indica el periodo de crisis política que vivimos en España. Pareciera que, al igual que los animales del bosque saben de incendios todavía desconocidos para los humanos y huyen sin causa aparente, oliéramos en el ambiente algo que tiene que ver con finales e inicios, con esperanzas frustradas, con caminos ya recorridos, con ciclos agotados. La incertidumbre de lo nuevo emociona a unos, la resignación de los periodos crepusculares desincentiva a otros.

Han sido cuatro años, una legislatura, excepcionales por diversas causas. El coronavirus nos devolvió a la realidad de precariedad, consustancial al ser humano, pero que habíamos olvidado en Occidente después de decenios de progreso ininterrumpido. Sensación desagradable que se incrementó con la guerra desencadenada por Putin al invadir Ucrania, como en tiempos que creímos arrinconados en el fondo del baúl de la historia. Eran nuevas realidades que sacudieron sobre todo el espíritu de los países occidentales. Pareciera que el tiempo de la política bonita, de la política sin límites, el tiempo en el que parecía todo posible llegara a su fin.

No pocos empezaron a ver el mundo de otra forma. Era necesario plantear cómo podríamos enfrentar nuevas olas pandémicas, capaces de paralizar la vida pública y económica del mundo entero. No sería aceptable que volviéramos a estar indefensos durante tanto tiempo ante una pandemia de parecida gravedad a la del coronavirus o aún mayor. También, escarmentados por las arbitrarias decisiones de Putin, los países europeos han aprendido que no pueden depender en cuestiones estratégicas de otros Estados dominados por regímenes iliberales, porque nuestro futuro estaría, como ha estado estos dos últimos años, en manos de los caprichos de líderes políticos sin contrapesos en el ejercicio de su poder.

Y ese marco nuevo para la acción política parece indicarnos que ha llegado la necesidad de hacer política realista, dentro de los límites que nos marca una realidad en ocasiones sumamente ingrata. Ha llegado el tiempo de los adultos, de la seriedad, de realizar una política dentro de los límites reducidos que nos marcan a fuego el tiempo y las circunstancias que vivimos.

Ese cambio de ciclo nos pilló a los españoles con el pie cambiado. Con un Gobierno de coalición más preocupado por el discurso ideológico que por la gestión de las circunstancias adversas que nos tocaba vivir. El mayor ejemplo del error de interpretación de la realidad ha sido cómo hemos gestionado el histórico esfuerzo de ayuda mutua generado por la UE. Teníamos dos posibilidades: la primera era realizar una gestión austera y realista del esfuerzo económico mancomunado de nuestros socios; la segunda era seguir por el camino fácil de las regalías y la subvenciones. Hoy podemos decir que España no se ha recuperado plenamente desde un punto de vista económico, como sí lo han hecho los países de nuestro entorno, y el esfuerzo común no solo puede ser en parte desaprovechado sino que hemos aumentado de tal manera la deuda que, gobierne quien gobierne, estará obligado a tomar decisiones traumáticas para los españoles.

Gane quien gane el 23-J, si no se genera un ambiente de acuerdo, estaremos abocados a una legislatura convulsa

Sé que no hablarán de ello durante la campaña electoral, estamos en un tiempo en el que la regla de oro de las campañas electorales sigue siendo evitar las malas noticias; diciéndolo de forma más descarnada, es norma general que los políticos eviten anunciar disgustos a los ciudadanos, considerándonos como menores de edad, en continuo riesgo de ser doblegados por los traumas que provoca la adversidad. En las puertas de esa situación inevitable, la división y el frentismo son las peores recetas que se nos puedan ocurrir. Gobierne quien gobierne, gane quien gane las próximas elecciones, si no se genera un ambiente de pacto, que trascienda las lindes ideológicas de las tribus, estaremos abocados a una legislatura convulsa en la que la calle sustituya al Congreso, los aventureros y los demagogos hagan olvidar a los prudentes y responsables, el griterío y el radicalismo venzan a las razones del ‘buen gobierno’. La confrontación se convertirá, en caso de ausencia de consensos amplios, en el único estímulo de la acción política.

Los retos de nuestra realidad económica y política rebasan las capacidades de un gobierno encerrado en los límites de sus siglas, en los intereses de su programa. Será necesario, si no queremos perder otros cuatro años, que quien gobierne conozca sus debilidades y quien tenga la responsabilidad de hacer el papel de oposición y alternativa sepa sus obligaciones, por encima de la pasión de los más entusiastas. Los tiempos de crisis dan a los políticos la posibilidad de convertirse en protagonistas de la historia, pero también les ponen en la situación de ser barridos por ella.

En agosto, periodo de vacaciones para la mayoría, empieza a correr el tiempo para grandes acuerdos políticos y económicos y, dependiendo del papel que jueguen los extremos ideológicos del tablero político, sabremos si los responsables de nuestro futuro estarán o no a la altura de las dificultades que se nos presentan. Hubo un tiempo en el que los protagonistas de la política española se zafaron de los extremos y del pasado, se olvidaron de lo que estaba a nuestras espaldas y de los endebles e intangibles sueños doctrinales. Se convirtieron en protagonistas de la historia de España. La primera expresión de aquella grandeza fueron los recordados Pactos de La Moncloa. Hoy la situación es igualmente apremiante, los peligros semejantes y los cantos de sirena extremistas han vuelto con melodías dulces y redentoras, intentando seducirnos con parecidos halagos. Aquellos políticos fueron capaces, ¿lo serán los actuales?