Paisaje moral después de la batalla.cat

Teodoro León Gross-El País

No se puede insistir en fórmulas fallidas, pero los actores no parecen capaces de hacer algo distinto

Discurso desde Bruselas de Carles Puigdemont. En primer plano Josep Rull con otro candidato. © Massimiliano Minocri  El final de la Navidad ofrece siempre un paisaje desolador. Alrededor de los contenedores de basura, al caer la tarde del 6 y el 7 de enero, las ruinas de la fiesta se suceden calle tras calle, donde se amontonan centenares de paquetes más o menos fastuosos y algo absurdos como ballenas varadas en una playa, envoltorios de ultradiseño obsolescente, envases sofisticados con toda su impostura, los restos de este largo festín de contradicciones entre la euforia y la sombra de la crisis. La basura es el negativo de una sociedad –metáfora certera de alguna de las primera novelas de Javier Marías– y en definitiva la huella donde se sedimenta la realidad. Ahí está nuestro paisaje moral. En el espacio político, tras la frontera de la Navidad, sucede algo semejante. El paisaje moral nos retrata con cierta crudeza, entre los restos inquietantes de un proceso fallido. El presidente Rajoy, inseguro en el 155 tras el fiasco del 21-D, mantiene su inacción mientras los barones se revuelven ante los sondeos que ya proyectan el éxito de Ciudadanos a toda España. Puigdemont se afianza en ‘o yo o ninguno’, decidido a bloquear el Parlament si no se le da el salvonducto a la investidura, puesto que un plante indepe dejaría la cámara sin quorum. Sánchez… bueno, Sánchez definitivamente parece fugado de sí mismo. Rivera, tras el éxito de Arrimadas, es el aliado de Rajoy y su mayor enemigo, a sabiendas de que las reacciones lentas del electorado conservador han tardado en deparar su momento. Junqueras parece seguir creyendo que proclamar su fe le va a sacar de prisión, pero en esto no hay milagros; y proclamarse hombre de paz no es una eximente para el derecho penal. Arrimadas no puede refugiarse en el éxito, y tendrá que asumir un liderazgo que de momento mantiene congelado en la sonrisa del 21-D. Iglesias está escondido, literalmente escondido, tras el enorme fracaso de su estrategia; y Colau ya ni siquiera domina Barcelona en las encuestas. Iceta sigue diciendo cosas muy convincentes excepto para los votantes. Incluso la CUP va desfondada porque la radicalidad de Puigdemont no deja espacio más allá. El paisaje moral con los restos del procés es desalentador. No parece fácil adivinar qué puede romper este escenario deteriorado; tal vez sólo unas elecciones generales para establecer un nuevo marco político. Claro que sin la solución de Cataluña, el Gobierno no puede abocar el país a la inestabilidad, pero a la vez sin Cataluña no va a haber presupuestos que den estabilidad al Gobierno. Y además hay ruido de sables en las comunidades por el chantaje de Montoro. En Cataluña, el bloqueo va a pudrir aún más la cosas. El Gobierno no va a tomar decisiones arriesgadas desde el 155 sobre todo tras el resultado en las urnas, porque nadie descarta nuevas elecciones, y si hay Govern será con la agenda única de Puigdemont cuyo discurso de Navidad, aun a sabiendas de que la unilateralidad es inútil, se desconectó por completo de la realidad social de los catalanes. Cataluña, dentro de su poderosa inercia de prosperidad, pierde competitividad, dinamismo e incluso riqueza. Algo distinto debería ocurrir para modificar el escenario, pero no parece que vaya a ocurrir nada distinto. “Es una locura hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes”, según la máxima científica atribuida a Einstein. Si se buscan resultados distintos, no puede volver a hacerse lo mismo… y eso vale para casi todo, desde luego también para la política. No se puede insistir en fórmulas fallidas, pero los actores no parecen capaces de hacer algo distinto. La pregunta desasosegante es qué puede romper esa necrosis moral.

El final de la Navidad ofrece siempre un paisaje desolador. Alrededor de los contenedores de basura, al caer la tarde del 6 y el 7 de enero, las ruinas de la fiesta se suceden calle tras calle, donde se amontonan centenares de paquetes más o menos fastuosos y algo absurdos como ballenas varadas en una playa, envoltorios de ultradiseño obsolescente, envases sofisticados con toda su impostura, los restos de este largo festín de contradicciones entre la euforia y la sombra de la crisis. La basura es el negativo de una sociedad –metáfora certera de alguna de las primera novelas de Javier Marías– y en definitiva la huella donde se sedimenta la realidad. Ahí está nuestro paisaje moral.

En el espacio político, tras la frontera de la Navidad, sucede algo semejante. El paisaje moral nos retrata con cierta crudeza, entre los restos inquietantes de un proceso fallido. El presidente Rajoy, inseguro en el 155 tras el fiasco del 21-D, mantiene su inacción mientras los barones se revuelven ante los sondeos que ya proyectan el éxito de Ciudadanos a toda España. Puigdemont se afianza en ‘o yo o ninguno’, decidido a bloquear el Parlament si no se le da el salvonducto a la investidura, puesto que un plante indepe dejaría la cámara sin quorum. Sánchez… bueno, Sánchez definitivamente parece fugado de sí mismo. Rivera, tras el éxito de Arrimadas, es el aliado de Rajoy y su mayor enemigo, a sabiendas de que las reacciones lentas del electorado conservador han tardado en deparar su momento. Junqueras parece seguir creyendo que proclamar su fe le va a sacar de prisión, pero en esto no hay milagros; y proclamarse hombre de paz no es una eximente para el derecho penal. Arrimadas no puede refugiarse en el éxito, y tendrá que asumir un liderazgo que de momento mantiene congelado en la sonrisa del 21-D. Iglesias está escondido, literalmente escondido, tras el enorme fracaso de su estrategia; y Colau ya ni siquiera domina Barcelona en las encuestas. Iceta sigue diciendo cosas muy convincentes excepto para los votantes. Incluso la CUP va desfondada porque la radicalidad de Puigdemont no deja espacio más allá. El paisaje moral con los restos del procés es desalentador.

No parece fácil adivinar qué puede romper este escenario deteriorado; tal vez sólo unas elecciones generales para establecer un nuevo marco político. Claro que sin la solución de Cataluña, el Gobierno no puede abocar el país a la inestabilidad, pero a la vez sin Cataluña no va a haber presupuestos que den estabilidad al Gobierno. Y además hay ruido de sables en las comunidades por el chantaje de Montoro. En Cataluña, el bloqueo va a pudrir aún más la cosas. El Gobierno no va a tomar decisiones arriesgadas desde el 155 sobre todo tras el resultado en las urnas, porque nadie descarta nuevas elecciones, y si hay Govern será con la agenda única de Puigdemont cuyo discurso de Navidad, aun a sabiendas de que la unilateralidad es inútil, se desconectó por completo de la realidad social de los catalanes. Cataluña, dentro de su poderosa inercia de prosperidad, pierde competitividad, dinamismo e incluso riqueza.

Algo distinto debería ocurrir para modificar el escenario, pero no parece que vaya a ocurrir nada distinto. “Es una locura hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes”, según la máxima científica atribuida a Einstein. Si se buscan resultados distintos, no puede volver a hacerse lo mismo… y eso vale para casi todo, desde luego también para la política. No se puede insistir en fórmulas fallidas, pero los actores no parecen capaces de hacer algo distinto. La pregunta desasosegante es qué puede romper esa necrosis moral.