ABC 13/07/16
IGNACIO CAMACHO
· Rivera tiene un compromiso con sus votantes. Presentó un programa de reformas y ahora está en condiciones de aplicarlo
EL partido más amenazado por otras elecciones, fuere quien fuere el que las provocase, se llama Ciudadanos. La mayoría de sus votantes es de centro-derecha y casi medio millón de ellos dieron en junio un aviso de voto útil regresando a la casa común del PP. Esa volatilidad resulta delicada para una organización de nueva planta con señas de identidad basculantes y dirigentes que enfatizan sus escrúpulos de poder. La política española está sobredimensionada de ambición, pero el electorado necesita ciertas referencias de compromiso pragmático. La gente acude a las urnas para elegir gobiernos, y tiende a alejarse de quien no parece interesado en formarlos.
La propia supervivencia de C’s como instrumento político relevante es la primera razón por la que Albert Rivera debería involucrarse, si no en el Gobierno, sí al menos en la gobernabilidad del país. La segunda la determina su propia vocación reformista, que tiene una oportunidad única de ejercer. Será difícil que encuentre al Partido Popular más dispuesto o con más necesidad de negociar, y con una correlación de fuerzas más favorable para desplegar un programa de regeneración estructural que vaya más allá de los vetos nominales. Para eso lo han votado tres millones de españoles cansados del inmovilismo de Rajoy y de la corrupción de la partitocracia: no para echar al presidente ni para salvarlo, sino para que le administre un purgante. Para que le obligue a emprender, desde un modelo ideológico similar, el saneamiento que nunca abordaría si dependiera de su talante.
Las reticencias a gobernar en coalición son comprensibles; Rivera teme quedar engullido por la maquinaria de poder y acabar de subalterno en La Moncloa. No lo es, en cambio, la estrecha circunspección con que aborda su propia responsabilidad como si fuese una vestal democrática. Muchos de sus simpatizantes tampoco van a entender que regatee al PP las facilidades de pacto que ofreció al PSOE; esa diferencia de trato le ha costado más escaños que la ley electoral, aunque rechace la autocrítica por una pulsión narcisista que perjudica su esperanzador liderazgo. Le guste o no, gran parte de su apoyo sociológico procede de un automatismo mental con el que la opinión pública ha diseñado una mayoría agregada de centro-derecha, en la que Ciudadanos desempeña el rol de contrapeso reformador, de renovación generacional y de impulso moderantista.
Todas esas expectativas corren riesgo de disiparse por la quisquillosa altivez con la que el partido naranja se mira a sí mismo y por su miedo perfilero a parecer de derechas y a perder la virginidad política. Se ha presentado con un programa y ahora está en condiciones de llevarlo en gran medida a cabo. Se trata de pájaro en mano y el ave puede volar si hay que repetir elecciones. No es con Rajoy con quien Rivera debe comprometerse, sino con sus electores y, en último término, con España.