El mal siempre es culpa del sistema, porque el corazón de los hombres es puro. Si la izquierda abertzale pudiera defender su proyecto no tendría sentido que ETA asesinara y no habría presos ni exiliados. Entre los años 78 y 80, Herri Batasuna defendió su proyecto en las elecciones. ETA asesinó en esos tres años a 246 personas.
Las palabras. Habían pasado tres días desde la T-4 cuando el ministro del Interior convocó su segunda rueda de prensa para hacer una valoración sobre los hechos. Recogiendo la petición del portavoz del PP Ignacio Astarloa para que despejase cualquier tipo de duda, el ministro dijo: «Quiere [el PP] que diga que el proceso está roto, pues evidentemente está roto; quiere que diga que el proceso está liquidado, evidentemente está liquidado; quiere que diga que está acabado, evidentemente está acabado, porque ETA ha sido quien ha roto, ha liquidado y acabado el proceso de paz». A mí me convenció. El presidente había creado alguna incertidumbre, al calificar el atentado de «el paso más equivocado e inútil», porque «va contra lo que el futuro va a acabar imponiendo en nuestro país».
Los hechos. Ayer se cumplieron cuatro años de la primera reunión después del atentado. En ella, los enviados del Gobierno usan un lenguaje más cauto que antes de la T-4. Pero, ay, los contenidos. Los emisarios del Gobierno le dicen a la banda que ven posible alcanzar un acuerdo político. «El objetivo final del proceso no es la rendición de ETA. (…) es que la izquierda abertzale y ETA puedan defender su proyecto en igualdad de condiciones y que ETA desaparezca porque existen esas vías políticas. Finalmente, la desaparición de los presos y exiliados porque no existen causas de que los haya». El mal siempre es culpa del sistema, porque el corazón de los hombres (y no les cuento el de las mujeres) es puro. Si la izquierda abertzale pudiera defender su proyecto no tendría sentido que ETA asesinara a nadie y, por ende, no habría presos ni exiliados. Entre los años 78 y 80, Herri Batasuna defendió su proyecto en las elecciones locales y generales de 1979 y en las autonómicas de 1980. ETA asesinó en esos tres años a 246 personas. También Zarzalejos dijo en la única reunión de Zúrich: «No venimos a la derrota de ETA». Debe de ser por el ambiente.
Tanto tiempo después, el Gobierno se defiende con la epistemología de Forrest Gump: tontos son los que hacen tonterías y mentirosos son los que dicen mentiras. No siempre, claro: un sabio puede hacer una tontería y un mentiroso es perfectamente capaz de decir la verdad si le conviene. Las democracias han regulado esto con el código de honor de los tahúres: ¿se puede mentir o hacer trampas en el juego? Si no le pillan, vaya, pero no pretenda que después de la mentira solemne en el espacio público o el as en la manga la partida pueda seguir como si tal cosa. Me temo que hemos llegado a ese punto y que los autores intelectuales, el par director de este proceso debería obrar en consecuencia.
Hubo un momento estelar en la carrera de Rubalcaba. Fue el 13 de marzo de 2004, durante la jornada de reflexión de las elecciones: «Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta». Yo estuve muy de acuerdo con la observación. Es más, todavía lo estoy. Por eso no puedo entender que sus adversarios vuelvan la frase contra el vicepresidente. Después de todo, él se guardó muy mucho de decir que ese Gobierno de la Verdad iba a ser este.
Santiago González, EL MUNDO, 30/3/2011