Cristian Campos -EL ESPAÑOL
En el PP ha empezado a pandar el cúnico, como decía el Chapulín Colorado. Algunos sondeos, de esos que no suelen salir a la luz, dan a los populares cero escaños en las elecciones regionales del domingo. Algo difícil de creer, aunque sólo sea porque en Cataluña, 20.000 votos en Tarragona bastan para conseguir, al menos, un escaño.
Dejemos la puerta abierta a que una raquítica participación electoral, por debajo del 60% e incluso del 50%, distorsione el resultado y arroje combinaciones que hoy nos parecen increíbles: una mayoría larga de JxCAT, una caída de Ciudadanos hasta los 6-7 escaños o un tercer puesto de Salvador Illa que no le sirva para nada.
Nadie apuesta hoy, en fin, por la sorpresa. Entendiendo como sorpresa lo que hasta ahora era lo normal: que el PP quede por delante de Vox.
Ni siquiera un desplome de la participación electoral podría servirle a los populares. Porque cuando la participación cae, los partidos beneficiados suelen ser los de los extremos. Es decir, los que cuentan con los votantes más entusiastas. Y esos, hoy, son los separatistas. También, es de suponer, los de Vox.
Este jueves he hablado con un estratega electoral que ha trabajado para varios partidos del centro y de la derecha. Su análisis de la situación es especialmente interesante.
«El PP está jugando a que el votante de Vox se crea que su partido no tiene ya a nadie con quien pactar, con la esperanza de que opte por el voto útil. Los populares creen que el votante de Vox dirá ‘como ya ni siquiera el PP quiere pactar con nosotros, ¿para qué votar a Vox? Me vuelvo al PP’. Pero eso no va a ocurrir».
«Porque Vox ya ha ganado las elecciones. Lo importante aquí no son los valores absolutos, sino los relativos. Y Vox va a tener un resultado muy bueno, y el PP muy malo. Y eso provocará un efecto rebote a nivel nacional. Es que eso ya ha ocurrido antes. Ocurrió con Ciudadanos en 2017. Y volverá a pasar».
«El rebote en los sondeos será brutal. El PP, en un mes, bajará 10 puntos. Vox subirá 10 puntos. Y el nuevo escenario será uno en el que el PP esté en 80 diputados y Vox en 70 y muchos. Ciudadanos se quedará con 2-3-4 escaños, y poco a poco algunos sondeos empezarán a hablar de sorpaso de Vox al PP«.
«Y aquí Pablo Casado sólo tiene la opción de jugar a ser el centro, un espacio que él no representa. Porque con él, el PP no ha dejado de caer. Quizá el problema no es el PP en sí. ¿O tú crees que si hay elecciones ahora en Madrid, Vox le dará el sorpaso a Isabel Díaz Ayuso o a José Luis Martínez-Almeida? De ninguna de las maneras».
«Pero en unas elecciones nacionales, el sorpaso sí sería imaginable, ¿verdad? Lo que demuestra que el problema no lo tiene la marca PP, sino el líder. Así que Casado debería empezar a plantearse un posible escenario, en dos meses, donde Vox esté por delante. ¿Cómo dices entonces que no vas a pactar con ellos, si sabes que son tu única posibilidad de gobernar en muchas, por no decir todas, las comunidades?»
Nos plantamos entonces en el escenario soñado por Iván Redondo. Uno en el que el centro político haya sido arrasado y donde sólo quede un partido de derechas fácilmente caricaturizable por RTVE, Antena 3 y La Sexta como «franquista» y «extremista» (Vox). Y, al otro lado, una amalgama de radicales, chavistas, populistas y cavernícolas del nacionalismo (Podemos, Más País, ERC, EH Bildu y cantonalistas de todo pelaje).
Es decir, un escenario en el que el PSOE, convertido en el rey sol del centro, carezca de rival y en el que el PP, amenazado existencialmente por Vox, sólo tenga una salida posible. Un pacto de Estado con Pedro Sánchez que le convierta en un partido socialdemócrata obligado a aceptar todas las políticas que imponga el PSOE.
¿El objetivo real del PSOE? Darle la patada a Podemos, un partido que los socialistas dan ya por amortizado y que cuenta con billete comprado hacia ese mismo lugar en el que ya mora Ciudadanos. El de la desaparición o la intrascendencia.
Porque si algo tienen claro en el PSOE es que a Iglesias ya sólo le importan el chalet y la niñera a cargo de los Presupuestos Generales del Estado, culminada su transición a Napoleón de la extrema izquierda irrelevante. Al Napoleón de Rebelión en la granja, no al de la batalla de Austerlitz, por supuesto.
Ese es el verdadero plan del PSOE, y las elecciones catalanas del próximo domingo son sólo el primer paso para ello: el principio del fin del PP y el fin del principio de la nueva España cuyo pistoletazo de salida fue la moción de censura de 2018.
Y que nadie se equivoque. Si le hiciéramos una prueba de paternidad a esa nueva España, descubriríamos con sorpresa que sus padres no son Pedro Sánchez, Iván Redondo ni mucho menos Pablo Iglesias, sino Mariano Rajoy y Albert Rivera.
A ellos hay que darles las gracias por los servicios prestados… a un PSOE que en 2016 estaba cerca, muy cerca, de la desaparición.