IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La debilidad del sanchismo abre a los profesionales del caos la oportunidad de desguazar las estructuras de Estado

Lo más triste de la sesión del miércoles en el Parlamento no fue la extorsión ganadora de un partido separatista responsable de una revuelta de secesión y dirigido por un prófugo de la justicia, sino ver al presidente del Gobierno ufanarse de haber cedido al chantaje que le permitió aprobar dos de sus tres decretos. Ésa es la anomalía esencial en que el sanchismo, entendido como un modo de gobernar (?), ha sumido a la política española, donde la humillación del Estado se ha convertido en norma y entregar trozos de soberanía nacional como moneda de cambio se considera una victoria. Al grito de «más madera», como en la película de los hermanos Marx, el jefe del Ejecutivo desguaza el tren constitucional para alimentar la locomotora de su permanencia en la Moncloa. En palabras del otro Marx, estamos viviendo un sinsentido histórico, una parodia.

Muchos ciudadanos, entre irritados y perplejos, piensan que no nos merecemos este descalzaperros. Error: sí lo merecemos, en tanto el resultado electoral que lo hace posible se deriva de una elección libre celebrada con pleno conocimiento de lo que podía suceder a tenor de los antecedentes previos. En el marco de opinión pública de un país democrático existe suficiente información para garantizar el ejercicio de responsabilidad individual del electorado. Y la conducta de Sánchez pudo constituir una sorpresa la primera vez, pero la trayectoria de su anterior mandato no permite a nadie llamarse a engaño.

De hecho, la evidencia del pandemónium político de este comienzo de legislatura no impide a muchos millones de votantes sentirse satisfechos. La estrategia de división civil atizada por el bloque gubernamental ha logrado que sus simpatizantes den por bueno cualquier proyecto al que el adversario se haya opuesto. El caso más flagrante es el de la amnistía, la impunidad sobrevenida para los golpistas que hace seis años merecían la cárcel a juicio de una abrumadora mayoría y ahora reciben trato de privilegio como integrantes de un sedicente bando progresista. Los valores que unieron a la nación durante el ‘procès’ se han licuado al calor de un clima de confrontación basado en premisas ficticias, y las instituciones han dejado de ser vistas como mecanismos de salvaguarda de la estabilidad colectiva para transformarse en herramientas instrumentales de la hegemonía partidista. Se ha impuesto la dialéctica de los ‘hinchas’.

En ese río turbio, más que revuelto, pescan los profesionales del caos. La debilidad de Sánchez, y sobre todo su propensión a paliarla entregando lo que no le pertenece, abre al independentismo una oportunidad de revertir su fracaso. Lo que será difícilmente reversible es el coste y el impacto del despiece estructural del Estado para salir del paso en cada aprieto parlamentario. Y dará igual que lo merezcamos o no porque el tiempo actúa siempre a favor de los hechos consumados.