ABC-IGNACIO CAMACHO

Más lejos de lo que ha ido Torra ya sólo está el delito flagrante, y eso no compete a la política sino a los tribunales

QUÉ clase de momento considerarán oportuno Pedro Sánchez y Miquel Iceta –nunca está claro quién habla por boca de quién en los asuntos del socialismo en Cataluña– para presentar una moción de censura contra Torra. Al líder del PSC, que es el que tenía que pulsar el botón del sí a la iniciativa de Ciudadanos, le ha pasado como a cierto alcalde de Jerez durante una visita de Carlos IV. Cuenta Fernán Caballero en «La familia de Alvareda» que el Rey elogió el vino que le habían dado a probar en una bodega y dijo el regidor, muy ufano, que aún los había mejores. Sacó a relucir entonces el monarca la cazurrería borbónica: «Pues guárdenlos vuesas mercedes para mejor ocasión…».

Eso es lo que ha hecho Iceta, guardar el voto afirmativo para una oportunidad más conveniente. No lo es, al parecer, que el presidente de la Generalitat haya dado su apoyo oficial en el Parlamento a unos activistas detenidos en posesión de explosivos. No lo es que haya amenazado con desacatar, aun sin conocerla, la inminente sentencia del Supremo y llamado a las masas a la insubordinación callejera. No lo es que esté procesado por desobediencia a la Junta Electoral. No lo es que obedezca las consignas de un prófugo de la justicia. No lo es que ampare y aliente –«apretéu»– a las patotas del independentismo radical. No lo es que declare una voluntad insurreccional manifiesta. Nada de eso basta a los dirigentes socialistas catalanes para formularle una censura simbólica, testimonial, que ni siquiera sirve, por falta de masa crítica, para removerlo de su cargo pero que al menos deja claro quiénes defienden y respetan la Constitución, quiénes la consideran un papel mojado y quiénes subordinan su criterio a basculantes intereses tácticos.

Porque más lejos de lo que ha ido Torra ya sólo está el delito flagrante, y eso no es competencia de la política sino de los tribunales. La moción de Cs tiene que ver sin duda con la necesidad de marcar perfil electoral, y estaba condenada de antemano. Puede resultar incluso chocante cuando Inés Arrimadas rehusó postularse candidata tras los comicios que había ganado y se ha mantenido a la expectativa durante dos años. Pero Iceta no ha sido capaz de despegarse de sus compromisos, de sus tejemanejes, de sus maniobras equidistantes, para alinearse con las convicciones propias de un partido de Estado. Ha preferido enredarse en casuismos sectarios, en las vergonzantes piruetas pragmáticas de sus aspiraciones de pacto. Antes que la dignidad ha optado por el cálculo. Y su jefe lo ha avalado, más cerca de su genuflexión en Pedralbes que de su flamante disfraz de constitucionalista sensato.

No habrá mejor ocasión para reprochar la deriva trastornada del separatismo. La próxima vez sólo cabrán medidas de excepción y de justicia para frenar ese delirio. Ayer tocaba retratarse con los principios y el Partido Socialista volvió a salir movido.