Cuando todavía supuran las heridas que nos abrió la pandemia, nos enfrentamos a la sangría que provoca la invasión rusa. ¿Cómo lo arreglamos? Nadie lo sabe, porque, entre otras cosas, desconocemos cuánto van a durar los problemas y cuál va a ser su profundidad. Pero podemos dar por seguro que vamos a tener un problema pavoroso de inflación y que las cuentas públicas van a padecer un nuevo ataque -destrozo sobre destrozo-, consecuencia de nuevos aumentos de los gastos para paliar los efectos sociales y el inevitable aumento del paro. A lo que habrá que añadir una merma del PIB derivada de una menor actividad por culpa de un menor consumo y un aumento del riesgo.
Más fácil es saber lo que no deberíamos hacer. Por ejemplo, la evolución de las plantillas públicas. ¿De verdad es lógico que en los últimos doce meses haya crecido un 7% el número de personas, 220.000, que cobran su sueldo del sector público hasta alcanzar un total de 3,47 millones? Para hacerlo más sorprendente, este dato es compatible con el inesperado hecho de que las horas trabajadas, en total, han caído un 4%. Sin duda alguna hay empleados públicos que se han deslomado con las urgencias sanitarias, pero ¿todos?
¿Tendremos ahora dinero para subirles el sueldo de acuerdo con la inflación? ¿Qué haremos con la actualización prometida de las pensiones? ¿Resucitaremos los ERTE? ¿Tendrá dinero la ministra Montero para pagar sus innumerables chiringuitos, todos originales y, según dice, todos imprescindibles?
Partimos de una deuda cercana al billón y medio de euros, con un déficit que iba a ser del 8% en 2021 y la mitad en 2022 y que no quiero pensar en cómo los vamos a cerrar. Europa dice que va a habilitar más deuda, pero es para pagar los cambios energéticos y el incremento de la defensa. Del aumento de plantillas no he leído nada… Hace quince días el Gobierno presentó una reforma fiscal que incluía una subida de impuestos de más de 40.000 millones, pero la idea duró horas pues el pasado fin de semana el presidente Sánchez nos prometió una rebaja inminente de impuestos. ¿Serán capaces la vicepresidenta Calviño y la ministra Montero de cuadrar las cifras con estos mimbres? Si lo consiguen tienen asegurado el premio Nobel. Pero descuide, que no lo harán. Así que solo queda resucitar aquellas palabras tan magníficas que cayeron completamente en desuso y que hoy están olvidadas, cuando no denostadas: esfuerzo, sacrificio, responsabilidad y compromiso. Hoy, nadie recuerda su significado.