IÑAKI EZKERRA-El CORREO

  • Boris Johnson no tiene posible defensa ética ni suscita la menor compasión

Buscarse un asesor que sea un escorpión para los rivales políticos es una costumbre temeraria que se puede volver contra uno. Como le ha ocurrido a Boris Johnson con Dominic Cummings, el hombre que ha pasado de consejero estrella del primer ministro británico a su peor enemigo. Cuando salió a la luz la primera fiesta que Johnson montó en Downing Street durante el primer confinamiento, el líder conservador alegó que aquélla había sido una reunión de trabajo. Pronto unas fotos bañadas en Rioja desmintieron la coartada. Fue el inicio de un culebrón tras el que se halla el venenoso Cummings, dispuesto a hacerle probar a su antiguo patrón de la misma medicina que éste, a través de él, aplicaba despiadadamente a otros. El caso es singularmente pedagógico porque reúne todos los rasgos que definen de forma ilustrativa el modo en que se hace política en nuestra época.

Para empezar, está la banal dependencia que tienen los actuales líderes de sus consejeros áulicos, sus directores de gabinete, sus jefes de campaña, sus ‘spin doctors’, sus expertos demoscópicos, sus asesores de imagen, de comunicación, de estrategia o de lo que sea. Nunca la política estuvo tan condicionada por estos personajes, porque nunca se vio tan reducida a lo que es hoy: publicidad, representación, efecto mediático, eso que ahora llaman ‘postureo’ y antes se llamaba ‘impostura’, sondeo, intención de voto, táctica elevada a ideología o a religión: tacticismo. Yo no sé si el asesor, el Cummings de turno, es la causa o el efecto del fenómeno. No sé si fue antes el huevo o Iván Redondo, Iván Redondo o la gallina. Sé lo que sabemos todos: que esa figura es amoral y aideológica, superficial y mercenaria; alguien que tiene para su amo algo de esbirro, de ayudante de cámara y también de confesor. Es este último aspecto el que lo hace peligroso, porque se sabe todas las debilidades y renuncios del político al que sirve, pero no depende de ninguna iglesia que le imponga el secreto de confesión. Los Boris Johnson o los Pedro Sánchez creen que sólo ellos son ambiciosos y tienen derecho a serlo, convicción imprudente y errónea que les pone en manos de bichos que, aunque no lo parezca, también tienen sus sueños de grandeza y su pequeño corazoncito.

Sí. Cummings es el paradigma de la política actual y del asesor revirado. Es el que vio a su jefe montando, no una, sino más de una docena de fiestas en plena pandemia y fue sacando en silencio esas fotos que se disparan solas en la era digital y que hoy le están poniendo en los mismos apuros en los que Johnson quiso poner a otros. Por eso, no tiene posible defensa ética, ni suscita la menor compasión. Aunque su afición al Rioja se comprenda.