Jon Juaristi-ABC
Sobre algunas especulaciones peregrinas de la epidemiología egabrense
Tres de los mayores gigantes literarios de Galicia fueron de estatura exigua, celtas cortos y oxímoron vivientes: Manuel Murguía (1833-1923), Vicente Risco (1884-1963) y Carlos Casares (1941-2002). Estos dos últimos, orensanos, escribieron sobre un paisano suyo coetáneo de Murguía, Juan de la Coba Gómez, o sea, Xan da Coba (1829-1899), agrimensor, poeta y dramaturgo, pero, sobre todo, ingenioso hidalgo que creó una lengua artificial, un volapuk galaico que bautizó con una onomatopeya, trampitán (al que vertió las rimas de Bécquer), e ideó dos artefactos tremendos: a saber, el Paraguas Universal, que se abría con un muelle de acero desde el Polo Norte para cubrir todo el hemisferio septentrional, y el Pirandárgallo, aerostato que permitía, según Casares, «viajar por todo el
mundo sin moverse de Orense». A Gonzalo Torrente Ballester se debe el hallazgo de un haiku de Xan da Coba: «Vente conmigo, niña/ a la Gudiña,/ hermosa aldea de raíz fecunda/ donde la nieve abunda,/ y el pino, tea».
Como solía explicarnos Carlos Casares a los amigos de fuera, el Pirandárgallo consistía en un globo provisto de un aditamento en la base de la barquilla que algunos confundían con una hélice, pero que era en realidad un giróscopo que lo hacía subir siguiendo una vertical perfecta y lo inmovilizaba en el aire. Como la Tierra rotaba mientras el aerostato permanecía fijo, su ocupante podía descender a voluntad en cualquier punto del paralelo 42 norte, que atraviesa Orense. Supongamos que quisiera comer auténtica tempura de shishito. Le bastaría esperar a que Hokkaido pasara por debajo para tomar tierra, ponerse ciego de verdura nipona con wasabi, ascender de nuevo y echar la siesta suspendido en el azul infinito hasta que Orense volviera a asomar por el horizonte.
El caso de don Juan de la Coba Gómez no es comparable al de friquis de tebeo como los profesores Franz de Copenhague o Silvestre Tornasol, por ejemplo. El orensano era un científico avezado a calcular distancias y cotas en la corteza terrestre, y no carecía de conocimientos meteorológicos. En su tratado Del Orense antiguo, 1830-1900, publicado en 1935, José Adrio Menéndez afirma que Xan da Coba fue «un buen profesional de la peritación agrimensora». Sabía perfectamente don Juan que el paralelo 42 norte es una circunferencia imaginaria que rodea el planeta, y no una línea recta, aunque aparezca así representado en los planisferios. Si la Tierra fuese tal como estos nos la muestran, el Pirandárgallo no podría volver a Orense ni acaso salir siquiera de su término municipal.
Ahora bien, esto de los paralelos no debe de figurar en las lecturas paralelas que, al parecer, han inflamado la curiosidad intelectual de la vicepresidenta primera del Gobierno durante su convalecencia, revelándole, entre otras cosas, que «Nueva York, París, Teherán y Pekín están casi en línea recta; no exactamente en línea recta, pero casi en línea recta, en horizontal, que son tres (sic) de las grandes ciudades donde se ha dado un problemón del demonio». Infiere Calvo que el coronavirus aprovecha las líneas rectas aunque no sean exactamente rectas. El muy cabrón tendría, por tanto, un comportamiento típicamente euclidiano. Pero, claro, según el propio Euclides, la distancia más corta entre dos puntos cualesquiera es la línea recta, y uno no se explica por qué entonces no se ha extendido la pandemia, como su nombre indica, a todos los puntos del globo o del planisferio. En fin. Quizás habitemos ya un universo posteinsteniano donde, a causa de la curvatura y de los pliegues y de los agujeros de gusano, la distancia más larga entre las dos orejas de la vicepresidenta sea un solo punto geométrico.