Nacho Cardero-El Confidencial

Ahora irrumpe la globalización de la enfermedad. Todo ello en un contexto de alarmante desaceleración económica. Está por ver si esto termina estallándole en la cara al presidente

El coronavirus lo está alterando todo. En Italia, el Gobierno ha puesto en cuarentena a más de 16 millones de personas para intentar contener la epidemia; en Francia, llevan casi ya 1.000 casos y se ha anunciado el cierre de guarderías y colegios durante 15 días; en Reino Unido, también hay un debate enconado sobre las medidas a tomar después de conocerse la primera víctima… En España, sin embargo, nadie parece querer hacer preguntas. ¿Inconsciencia o una forma natural, poco hipocondriaca, de encarar el virus?

La respuesta la tendremos con la evolución de los casos en los próximos días, pero las perspectivas no son halagüeñas. El medidor que recoge estas estadísticas no para de crecer en España a modo de macabro termómetro y hay riesgo de desabastecimiento de los ‘kits’ para hacer el test de coronavirus en hospitales, amén de que se dé un posible colapso del sistema sanitario.

Mientras Italia cerraba a cal y canto una parte del país, los estadios de fútbol españoles se llenaban con toda normalidad y las manifestaciones del 8-M se mantenían como si la cosa no fuera con ellas. Hay quienes creen que la tranquilidad es la mejor receta contra el virus. Otros, en cambio, barruntan que la indolencia del Ejecutivo frente a sus homólogos europeos, la progresión de la enfermedad y el número de fallecidos terminarán estallándole en la cara al Gobierno de Sánchez.

Están por verse sus consecuencias. No solo desde la perspectiva de la salud mundial sino también desde el punto de vista social, político y económico

“Me pregunto si, en este contexto, tiene sentido hacer elecciones el 5 de abril”, comenta un experto en demoscopia. “Nadie se atreve a hablar de esto, pero está ahí. Hasta qué punto lo que está ocurriendo puede influir en el voto, favorecer a unos y perjudicar a otros. Podría pasar. Yo no me atrevo a pensar en ello ni a hacer cálculos. Nadie se atreve, pero puede pasar”. En España, dice, el coronavirus se está cociendo a fuego lento.

Por este motivo, ya se puede aseverar, sin duda, que es el acontecimiento más grave desde la Gran Crisis de 2008. Lo que está por ver ahora son sus consecuencias. No solo desde la perspectiva de la salud mundial sino también desde el punto de vista social, político y económico. Si —al igual que en 2008— con este cisne negro nos adentramos en un periodo de recesión, que hará tambalear de nuevo los cimientos de los países y hará caer gobiernos europeos. En resumen, lo que falta saber ahora es si el mundo será lo mismo tras el coronavirus.

Los titulares de la prensa internacional de este fin de semana resumían el sentir: “Italia prepara un cierre a gran escala del norte del país para luchar contra el coronavirus” en ‘The Wall Street Journal’; ‘Mucho tiempo desperdiciado: cómo la Administración Trump ha perdido el control de la crisis’, en ‘The Washington Post’; «¿Cambiará el coronavirus nuestra forma de vida?», se preguntaba el ‘Financial Times’. Las ilustraciones que acompañaban estas informaciones parecían más reflejo de una distopía que de unas frías y racionales democracias occidentales.

Había fotografías con cientos de personas agolpadas con sus carritos a las puertas de Costco, la cadena comercial más grande del mundo junto a Walmart y Carrefour, que ha visto disparadas sus ventas por lo que ellos mismos denominan el ‘coronavirus panic buying’. Las imágenes eran de Estados Unidos, pero también las había en Reino Unido y Alemania. Los clientes se abastecían a granel de productos básicos como agua embotellada, alimentación seca y desinfectantes.

Hay miedo. No es tanto el coronavirus, que como decía Adolfo García Sastre, uno de los virólogos más destacados del mundo, lo más normal es que lo acabemos contrayendo igual que pasa con la gripe, con una letalidad seguramente “menor a la estimada” estos momentos, sino la percepción social que se tiene de la enfermedad.

El mundo, nuestro mundo, ha cambiado. Y lo está haciendo a una velocidad tal que nos resulta imposible asimilarlo. Unos cambios que seguramente sean la manifestación temprana de una transformación a largo plazo más amplia y estructural dentro de las democracias occidentales.

En este contexto, se explica el auge de los populismos, tanto de izquierdas como de derechas, que empujaron a las sociedades a cambios sustanciales en sus ofertas electorales. O la revolución digital y la velocidad vertiginosa a la que avanza la tecnología, la irrupción de la inteligencia artificial en nuestras vidas y la automatización, lo que está impulsando, a su vez, una transformación del modelo de crecimiento económico, del mercado laboral y de la forma de creación de riqueza.

Y ahora irrumpe la globalización. Pero no la globalización que hace que todos comamos las mismas hamburguesas sino la globalización de la enfermedad. Todo ello, en un contexto de alarmante desaceleración económica.

Los elementos antes mencionados, sumados a una hipotética recesión, suponen un cóctel explosivo que hoy, al igual que ayer, pasarán factura y transformarán la sociedad como jamás hubiéramos imaginado.