Mikel Buesa-La Razón

Nuestra dependencia tecnológica es importante, sobre todo en materia de bienes de equipo y pagos por royalties

Con inusitado alborozo ha recogido la prensa los datos acerca de las solicitudes españolas de patentes ante la Oficina Europea del ramo (OEP). Incluso, en algún medio se ha llegado a titular el final del «¡que inventen ellos!» que formuló Unamuno en 1913. Un que inventen, por cierto, que para el pensador vasco no significó un desprecio por la investigación, sino más bien un llamamiento hacia el aprovechamiento nacional de los avances tecnológicos foráneos. Pero vayamos al asunto porque no es para tanto. Lo que ha señalado la OEP es que, en 2023, a España le correspondió el 1,06 por ciento de las demandas presentadas en sus dependencias. Esta proporción es ocho veces más pequeña que la que corresponde a nuestro tamaño económico dentro de la Unión Europea. Así que no es como para echar cohetes.

Ciertamente las invenciones españolas patentables han ido aumentando en los últimos años; y así hemos pasado de 31 solicitudes por millón de habitantes en 2007 a 44 en 2023. Pero ocurre que el promedio europeo es tres veces y media más abultado que el nuestro. Esto es una consecuencia del aún bajo nivel relativo del gasto empresarial en I+D, pues tras de aproximarnos al estándar comunitario hasta el año 2007, nos alejamos de él; y si entonces nuestras inversiones –en porcentaje del PIB– estaban en el 60 por ciento del promedio europeo, ahora apenas llegan al 53 por ciento. Dicho de otra manera, si lográramos recuperar el paso que teníamos antes de la crisis financiera, nos quedarían cuatro décadas de esfuerzo por delante para homologarnos con el patrón europeo. Así que no vamos tan bien como las entusiastas noticias publicadas dejan ver. Y por eso, nuestra dependencia tecnológica es importante, sobre todo en materia de bienes de equipo y pagos por royalties. No es que esto sea malo –como intuyó Unamuno–, pero es costoso, sobre todo por dos motivos: uno, porque hemos de soportar la carga de un aprendizaje que sería menor si la tecnología fuera autóctona; y dos, sobre todo porque, cuando hay cambios tecnológicos relevantes, llegamos a ellos más tarde que los países donde tales transformaciones se gestan. Así que debemos rebajar el entusiasmo para ponernos de verdad a la tarea pendiente.