Patético

ABC  22/03/17
JOSÉ MARÍA CARRASCAL

· No podía faltar en el alegato un amplio lloriqueo que presenta a los catalanes como víctimas

EL mensaje que Carles Puigdemont y Oriol Junqueras han enviado al Gobierno español a través de «El País» empieza con un falso ejemplo, sigue con un engaño, continúa con un gimoteo y termina en estrambote. ¿A quién intentan engañar, a sus incautos seguidores, a ellos mismos? A los demás, ni uno.

El falso ejemplo es el paralelismo entre Escocia y Cataluña. Algo que los escoceses son los primeros en negar, como puede leerse en la página 16 del mismo periódico, donde se cita a la ministra principal escocesa, Nicola Surgeon, destacando las «diferentes circunstancias históricas» entre ambas. Tengo entendido que Puigdemont es periodista y Junqueras, catedrático. Por lo menos éste debe saber que Escocia fue reino con tanta antigüedad y títulos como Inglaterra, hasta unirse ambas coronas. Cataluña nunca fue reino. Fue una «marca», la marca

hispánica del Imperio Carolingio, antes de formar parte del reino de Aragón, que se uniría al de Castilla para crear España.

El engaño consiste en ignorar las diferencias constitucionales. El Reino Unido permite el referéndum independentista de las cuatro unidades que lo componen, si lo autorizan Gobierno y Parlamento. La Constitución española no lo admite, lo que impide al ejecutivo y legislativo autorizarlo. Habría, antes, que modificar la Constitución. Basta leer su artículo 2 para saberlo.

No podía faltar en el alegato un amplio lloriqueo que presenta a los catalanes como víctimas de los intransigentes gobiernos españoles, sin aludir para nada a la autonomía que gozan en todos los sectores de la vida pública. Y, como era de esperar, olvidan las transgresiones de las normas que allí se cometen e incluso anuncian continuarán. Para demostrarlo, los tres inhabilitados para cargos públicos asistieron ayer a la reunión del govern como invitados, pero participando en las discusiones. Aunque lo más grave es que los firmantes asumen representar a todos los catalanes, cuando las encuestas arrojan que los independentistas no llegan ni a la mitad. Y lo más cínico, que acusan al Estado español de «haber abandonado a los catalanes que hubieran querido ver en el español el Estado propio». Cuando esos catalanes, si algo reprochan al Estado es haber sido demasiado blando con el secesionismo.

El estrambote llega cuando se presentan «sentados a la mesa del diálogo» en espera de que el Gobierno español acuda a dialogar. Cuando son ellos quienes no dialogan, exigen un referéndum de autodeterminación. Eso no es dialogar, es pedir la rendición de un gobierno incapacitado para hacer lo que se le pide. Como queda dicho, la Constitución española, aprobada mayoritariamente por los catalanes, se lo prohíbe. Sin embargo, los lideres catalanes insisten e incluso advierten que actuarán por su cuenta de no dárseles. Tanta tozudez, tanta mentira, tanto teatro sorprende. Por naturaleza, los catalanes, no son así. Autorizando la sospecha de que sus líderes sólo buscan salir del laberinto en que se han metido, al tiempo que escapan de la justicia española por los pufos públicos y privados que les persiguen como demonios familiares.