Hace un año, cuando aún no nos habíamos vacunado, entramos en la Navidad de la mano de la tercera ola de la pandemia. Con normas muy estrictas sobre los desplazamientos y con toques de queda. Muchos de los ciudadanos atrapados, sin poder celebrar la Navidad como Dios manda. Después de una desescalada sin orden ni concierto y con el anuncio de un estado de alarma prolongado por seis meses. Viviendo una excepcionalidad constitucional sin contrapesos parlamentarios. Pero este año han venido más olas. Ya estamos en la sexta. Con una situación menos grave porque el elevado porcentaje de vacunación está evitando males mayores. Hemos pasado tanto miedo al covid viendo caer a amigos, compañeros y familiares en las UCI hospitalarias que la población se ha sometido, en su mayoría, a los pinchazos. Uno. Dos. Tres. Israel empieza ya con su cuarta dosis de refuerzo. ¿Seguiremos esa estela?
No tenemos ni idea. Lo único que sabemos es que si estamos preocupados por lo que pueda acaecer en enero, tras los encuentros navideños entre familiares y amigos, el presidente del Gobierno dice que hacemos «vaticinios agoreros». Así se lo soltó al líder del PP, Pablo Casado, en la sesión de control en el Congreso de los Diputados en la que minimizó la sexta ola de contagios.
Finalmente se produjo el encuentro telemático entre Sánchez y los presidentes autonómicos. A 48 horas de la Nochebuena. La escasa preocupación que el presidente había exhibido, horas antes en sesión parlamentaria, ante la sexta ola de contagios le impedía anunciar restricciones novedosas que resultaran impopulares y pusieran en un brete a la hostelería. Un sector que ya ha contabilizado pérdidas de miles de millones de euros a medida que va anotando las cancelaciones de cenas y celebraciones navideñas. Con la excepción de la vuelta a las mascarillas en el exterior. Obligatorias. Por decreto, eso sí, porque solo siete comunidades le pedían la medida, ante el escepticismo de las restantes. Reforzar la Atención Primaria, que ya va tocando. Movilizar al Ejército (en aquellas comunidades en las que se le requiera, claro) para vacunar y rastrear positivos. La tormenta de críticas a Sánchez durante la reunión fue de aguacero. Isabel Díaz Ayuso no ve necesaria la obligatoriedad de las mascarillas. El lehendakari Urkullu, sí. Y además le parecen pocas medidas. ¿Eso es todo?
Desde Cataluña, Aragonès quiere volver a escenarios de pandemia de épocas anteriores con toques de queda. Pocas decisiones comunes. Y sin ley de pandemia, ni controles de test en aeropuertos y estaciones de tren, con las limitaciones que tiene la cogobernanza. La complicación jurídica sigue entre nosotros. Como la pandemia. La OMS dice que el 2021 ha sido un año perdido. Lo contrario de lo que nos cuenta Sánchez. Pues sí que estamos bien.