Patria o vida

EL MUNDO 24/10/16
CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO

El jueves, la casa en silencio, la noche avanzada, acabé de leer Patria, de Fernando Aramburu. Casualidad, pensé, secándome las lágrimas; justo el día en que se cumplen cinco años del alto el fuego de ETA, que es donde arranca la novela. Patria es un retrato de la devastación que provoca el ensueño identitario en una sociedad cerrada. Jóvenes embrutecidos que disparan en la nuca para ganar prestigio ante la pandilla. Madres fanatizadas por amor a sus hijos asesinos. Clérigos pródigos en la más abyecta adversativa. Adultos carcomidos por la cobardía, capaces de condenar a su mejor amigo a la muerte civil que precede a la física con tal de evitarse un problema. Sin patetismo, con delicadeza y precisión, Patria describe un mundo en que la ficción colectiva arrasa con la responsabilidad y hasta con la conciencia individual. Una comunidad quebrada por el etnicismo y la estupidez. Su protagonista es el nacionalismo. Y su mensaje, la reconciliación. La que no deriva de la equidistancia sino del conocimiento de la verdad y la deslegitimación radical del terror.

Pero Patria tiene también otro protagonista. O esa fue mi conclusión al cerrar el libro y colocarlo amorosamente en la estantería junto a Vidas rotas. Ese protagonista es el Estado ausente. No el Goliat contra el que clama, pura halitósica hipocresía, el cura don Serapio. Tampoco el que irrumpe en la trama, abusivo y traidor a su mandato. El Estado como expresión de una nación constituida. De una comunidad democrática fundada en un acuerdo blindado a las saludables discrepancias ideológicas. Que comparte memoria y voluntad. Y cuya eficacia no es únicamente policial, sino también pedagógica y moral. Ese Estado no aparece en Patria. Ni tampoco hoy en Alsasua, donde una víctima, Consuelo Ordóñez, ha tenido que asumir la responsabilidad del héroe porque los gobiernos no han asumido la suya. ETA ha sido operativamente derrotada. Pero el odio, el matonismo, la ignorancia y el proyecto político identitario que asesinaron al ‘Txato’ siguen ahí. Y siguen ahí porque no los hemos combatido. Ni siquiera lo hemos intentado.

Lo ha resumido bien la viuda de Jesús Mari Pedrosa, concejal del PP asesinado en Durango en junio de 2000: el problema es que los partidos «no tienen ni un suelo sobre el que levantar acuerdos». Ese suelo, asentado en la Transición, ha sido socavado. No existe otra nación en el mundo que a los intentos de destrucción contraponga su propia división. En España, la unidad es frágil, efímera. Como el sol en Patria, excepcional.

El jueves, en el Congreso, los grupos parlamentarios no lograron consensuar una declaración institucional sobre los cinco años sin muertos de ETA. Se entiende, con Bildu en la Cámara y Otegi en la recámara. Mucho más grave es la falta de entendimiento entre las fuerzas constitucionalistas. Y para ejemplos, la actitud de Patxi López, que no es Pablo Iglesias, ni siquiera Odón Elorza.

– 7 de julio de 2006: López desafía la ilegalización de Batasuna y se reúne públicamente con Otegi y con Rufi Etxeberría, el ideólogo de la «socialización del sufrimiento».

– 7 de marzo de 2008: López increpa a Mariano Rajoy y María San Gil en la capilla ardiente del concejal de PSE Isaías Carrasco. Son vísperas de elecciones generales y él sabe que el presidente de su partido, Jesús Eguiguren, lleva años en secretas negociaciones con ETA.

– 5 de mayo de 2009: López se convierte en lehendakari gracias a los votos gratis et amore del PP y UPyD. El amore es correspondido con cuatro años de desprecio.

– 13 de enero de 2016: López es elegido presidente del Congreso, tercera autoridad del Estado, porque el PP no presenta un candidato alternativo. Rajoy aplaude desde su escaño.

– Ayer: López enarbola la intransigencia de Sánchez y la frivolidad de Iceta: «No compremos un respiro momentáneo para ahogarnos en el futuro».

Y este hombre es considerado la encarnación de la reagrupación constitucionalista. ¡Incluso el futuro del PSOE! En realidad, es la viva explicación de por qué el socialismo y el constitucionalismo retroceden. En el País Vasco, Bildu suma hoy los mismos escaños que PSE, PP y el malogrado Ciudadanos: 18. De los 75 diputados que conforman la Cámara, 57 reclaman el derecho a decidir por el que ETA ha matado medio siglo.

Dicen que es la corrupción, Gürtel, Bárcenas y demás. Pero no es verdad. La aversión socialista hacia el PP tiene una raíz mucho más honda. Es un atavismo y el mayor obstáculo no sólo para la derrota política y moral de ETA, sino también para la continuidad democrática de España. Otra evidencia reciente: el despropósito de Badalona, donde el PSC ha preferido rechazar los votos del PP que recuperar la alcaldía para su partido y para la legalidad. Sí, la esperanza se llama Fernández. Y los individuos, me enseñó John Elliott, son decisivos. Pero para esta tarea de reconstrucción no bastarán un hombre justo y un giro táctico.

El sectarismo erosiona y se extiende. ¿Cómo es posible que UPyD y C’s, partidos que nunca debieron ser distintos, no concurrieran juntos a las elecciones del País Vasco, zona cero? ¿Y qué decir del PP? La imagen de Alfonso Alonso paralizado por la pregunta de la candidata de Podemos, Pilar Zabala–«¿Entonces usted no me considera a mí víctima?»– refleja el fatal desconcierto del PP vasco desde que decidió modular su discurso en busca de una aprobación imposible. Bastaba con responder: «La consuelo dos veces. Por ser la hermana de una víctima y la de un terrorista». Inspirado, incluso podría haber añadido: «ETA y el GAL tienen algo en común: son incompatibles con la democracia. Y su partido, señora Zabala, va camino de serlo».

El aquelarre de la Autónoma y la posterior apología de Podemos –«síntoma de salud democrática», decretó Iglesias– marcan un hito en el asalto al sistema del 78. De la ilegalización de Batasuna hacia la batasunización de España. De nuevo, desde las propias instituciones se legitima la violencia como medio para alcanzar fines políticos. Cierto, no hay muertos. Pero el fiduciario y portavoz del odio, el que convierte el Congreso en escaparate y objetivo revolucionarios, es un partido nacional con cinco millones de votos. Esto exige una reacción mucho más intensa que la sugerida por una abstención a rastras como paso previo a una oposición frontal. Hay que reconstruir el suelo sobre el que se levantan los acuerdos. Afirmar la memoria y reagrupar la voluntad.

Patria acaba con un abrazo breve, mudo, conmovedor. Pero el abrazo más urgente, condición previa para la reconciliación que vislumbra Aramburu, es otro. Es el nuestro. El de las víctimas. El de los ciudadanos españoles. Frente a la lucha de los patriotas, el abrazo de la nación constitucional.