José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Esta vez, el auto sacramental de la factoría de Iván Redondo, lejos de funcionar, de seducir, de camelar, ha producido burlas y rechazo
In the year 2025, 2025, cantaban Zager y Evans a finales de los sesenta, una tonadilla futurista y pegajosa que se encaramó en el top de las ventas al tiempo que Neil Amstrong ponía el primer pie humano sobre el lado oculto de la luna. La letra era ñoña y naif y arrancaba así: “En el año 2025 no necesitarás decir la verdad; todo lo que piensas, haces y dices está en la pastilla que te tomaste hoy”.
En el año 2050, Pedro Sánchez no necesitará de pastilla alguna para decir la verdad. Nunca la ha dicho y no parece que vaya a cambiar de hábitos. Para entonces, España viajará obsesivamente en tren, será vegana, inclusiva, eco, feminista, sostenible y estará desbordada de gente de fuera que vendrá a pagarnos las pensiones. Todos viviremos en un entorno mágico y resiliente. Lo más parecido al paraíso que nos será permitido conocer. Tócala de nuevo, Rhodes, que vamos a levitar.
Hubo desbandada estruendosa en la complaciente grey de los empresarios, hartos ya de las sesiones hipnóticas del gran gurú y de sus espejuelos trasnochados
Esta vez, no. Esta vez el auto sacramental de la factoría de Iván Redondo lejos de funcionar, de seducir, de camelar ha producido un mal disimulado rechazo entre quienes hasta ahora asentían mansamente, sin rubor. El disco de ofrecer un horizonte tan hermoso como los crepúsculos de Corinto ya se ha rayado. No va más. Demasiado manoseado, obsesivamente predecible, agotadoramente falsario. Hubo desbandada estruendosa en la complaciente grey de los empresarios, hartos ya de las sesiones hipnóticas del gran gurú y de sus espejuelos trasnochados. De haber faltado uno más, no habría cabido, que diría Macedonio.
España ardía por su flanco sur, el más débil, con Marruecos enarbolando el alfanje y con Washington alineado con el equipo del otro lado del estrecho. La ministra de Exteriores, con ese aplomo que da la ignorancia, confundía Logroño con Marraquech, el titular de Transportes hacía paralelismos inadecuados con la Andalucía marroquí y sólo la responsable de Defensa lograba asumir el papel que le corresponde al miembro de un Gobierno que acaba ser humillado en su frontera y amenazado en su integridad territorial. “Con España no se juega, no vamos a aceptar el más mínimo chantaje”, explotó Margarita Robles, único rapto de dignidad de un Gabinete hipertrofiado y incompetente.
El ‘hermano’ marroquí
En los albores de la Transición, contaba el maestro Abel Hernández, el Rey de España y el monarca alauí, don Juan Carlos y Hassan II, compartieron charlas y confidencias una larga tarde lluviosa. La obligada cháchara sustituyó a la cacería suspendida. Adolfo Suárez, presente, aventuró alguna teoría sobre la monarquía parlamentaria. El invitado encajó malamente el reproche y deslizó la idea de invadir Ceuta y Melilla. Suárez, arrojado y valiente, chuletón de Ávila como se comprobó en el Congreso el 23-F, respondió sin titubeos: “Es posible que en un ataque sorpresa resulte difícil la defensa de las dos plazas, pero sepa Su Majestad que nuestros Ejércitos procederían a bombardear Rabat y Casablanca”. Hassan respondió estupefacto: “Ustedes no harían eso”. Y su interlocutor cerró el debate: “Esos son nuestros planes estratégicos, todo está previsto, Majestad”.
Nadie, salvo la ministra Robles ha acertado a dirigir algún gesto de firmeza al ‘hermano’ marroquí. Sánchez se desplazó al lugar en plena invasión y, tras veinte incómodos minutos, volvió raudo a casa, encogido y trémulo, al decir de testigo fiel de esos momentos de tribulación.
Tampoco se aludió a la otra gran amenaza de la actual estructura del Estado, a los socios de investidura del presidente, a quienes sólo les interesa el futuro de una España sin futuro
No hubo referencia alguna a los episodios de la playa del Tarajal en esa representación sobre la España de 2050. Tampoco se aludió a la otra gran amenaza de la actual estructura del Estado, a los socios de investidura del presidente, a quienes sólo les interesa el futuro de una España sin futuro. Por no hablar del presente, asunto tabú en la charleta, nada se dijo tampoco sobre el proceloso laberinto de las vacunas, Astra o no Astra, ese ridículo apoteósico que protagoniza, día a día, hora a hora, la ministra Darias. O sobre el inmediato futuro de los exiguos EREs ahora por renovar. Los líderes sindicalistas, dos piezas de bochorno, se hacían selfies con Calviño, como grupies alocadas. Asuntos coyunturales, cosas de pobres. No interesa.
Apoteosis de márquetin cateto
El asesor primigenio de la Moncloa, el godoy donostiarra, ha medido mal los tiempos, ha errado en la oportunidad y se ha pasado de frenada. No es malo afanarse en escrutar el futuro, en diseñar estrategias, en abordar prospectivas. Pero transformar la publicación de un documento de trabajo en un gran hapening propagandístico, en una apoteosis de márquetin cateto, es empeño difícilmente digerible.
Pedro el grande compareció algo capitidisminuido para quien ostenta el título de fatuo mayor del reino, con momentos de una ambición hilarante, casi lindera con el ridículo. Como Carrie en su fiesta de graduación. No convenció ni a los propios. Todo han sido burlas y chascarrillos en torno a esta operación fallida. Cuando un país amanece angustiado y temeroso cada mañana, cuando una sociedad vive sumida en el peor momento de su historia en décadas, resulta de una disparatada crueldad el hecho de que el presidente del Gobierno se obstine en divulgar fábulas absurdas sobre un futuro tan lejano como impredecible. No se trata de bombardear Rabat pero sí de afrontar, atender e intentar solventar a las urgencias que este Ejecutivo tiene ante sus narices. Al menos para eso le pagan. Pedro el grande nunca como ahora ha ofrecido la imagen de estar en Babia, de ser el alucinado monarca del reino de las Batuecas.
Redondo ha cometido un error. Otro y van… Posiblemente será una pifia insalvable.. .Quizás la penúltima. «El arquero que rebasa el blanco no falla menos que aquel que no lo alcanza», advertía Platón. En el año 2025, y en el 2050, Sánchez seguirá mintiendo pero no lo hará ya desde la Moncloa.