José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Sólo un cimbronazo inesperado podría alterar la sonrisa de Ayuso el 4-M. ¿Prepara Moncloa alguna sorpresa antes de las urnas?
Han vuelto al ‘cordón sanitario’ y a la ‘alerta antifascista’. Retorno al pasado. La izquierda recurre a sus viejos trucos en versión XXL. Desempolvan antiguas consignas, rescatan añejas patrañas en un ciego empeño por movilizar a un electorado hastiado y descreído. Han inundado la campaña con mensajes de odio, división, violencia, ultraderecha y hasta nazismo. Es el doberman de antaño reciclado en la bestia monstruosa de Baskerville, una ofensiva hipertrofiada, una acometida brutal y desesperada, con Sánchez más Pedro Navaja que nunca -entre facas y balas- y Pablo Iglesias, de bolchevique demediado, braceando con exasperación para evitar el naufragio.
Arrancó la izquierda mareando la foto de Colón, que ya amarillea y hasta hiede como un capítulo ñoño de Cuéntame. Iván Redondo no estaba inspirado. Un puro remake descafeinado y sin sustancia. «La repetición siempre es fastidiosa, incluso en Homero», dejó apuntado Plutarco. Por contra, Isabel Díaz Ayuso empezó fuerte con su ‘comunismo o libertad’ que luego aflojó en ‘socialismo o libertad’. Finalmente se impuso la prudencia. ‘Libertad‘ a secas. Cinco lustros llevan los madrileños defendiéndola. No hace falta más.
El PP ascendió en los sondeos con velocidad meteórica. El debate en Telemadrid consagró a la presidenta y hundió a sus rivales. En especial a Gabilondo e Iglesias, esa pareja tediosa y malvada que resultó malherida en la contienda. Redondo, confuso y desbaratado, cambió el guión y optó por lo de siempre: los niños con los niños, Gabilondo con Iglesias. «Con Iglesias, no», había sentenciado días antes el candidato socialista. «Allí donde me arrastra la tormenta, me acojo como huésped», pensó luego, con Suetonio, a quien sin duda ha leído el postulante metafísico. No hay mejor dieta para el político que sus propias palabras en ayunas.
Espeluznante lo de Fernando Grande Marlaska. ministro del Interior y juez en reposo, cuando tacha de ‘organización criminal’ al principal partido de la oposición, al que tacha de ‘gobierno del odio’ en Madrid
Aparecieron entonces las balas, las navajitas tuneás y los nazis, como un magma pestilente y tóxico. Exhumado e inhumado Franco, tocaba desenterrar a Hitler. Estos días ha habido que escuchar proclamas envenenadas y diatribas locoides. Se trata convertir a Vox en el fantasmal espectro de todos los horrores, de todos los males que asoman por la derecha. El presidente del Gobierno, por ejemplo, lanzó una invectiva contra el partido de Abascal que sonó a promesa de futura ilegalización. «Han cruzado una línea roja y será la última línea que cruce». Una amenaza totalitaria con resonancias del pasado impropia de un presidente de Gobierno por más en campaña que se encuentre..
Lo de Fernando Grande Marlaska, ministro del Interior y juez en reposo, resultó inmoral y desabrido al tachar de ‘organización criminal’ al principal partido de la oposición y hasta condenar por su cuenta una serie de causas que se encuentran bajo el arbitrio de los tribunales. Dada su natural gallardía, Marlaska, horas después, se desdijo y se escondió bajo de la mesa, cual perrillo cagón. Tan fuera de lugar como un exabrupto en el confesionario resultó la presencia de la directora general de la Guardia Civil en ese mismo mitin, lanzando jaculatorias contra quienes piensan deferente. Lo nunca visto. Manosear la dignidad de la Benemérita se ha convertido en cotidiana costumbre desde que Marlaska depositó su cinta de correr en el despacho mayor del ministerio. El rubor ha empalidecido el brillo de los acharolados tricornios, ahora permanentemente humillados.
Lanzarle ladrillos, aporrearlo por la calle, destrozar su sede, expulsarlo de algunos barrios y, finalmente, arrojarle del marco democrático. «Ustedes no volverán nunca al Gobierno»
De las balas difusas a las palabras como espadas. Ione Belarra, una amiga de Irene Montero, ascendida a ministra en la última remodelación, no titubeó en poner en juego el sustantivo diabólico: «Vox ya son nazis a cara descubierta», dijo, quizás sin caer en la cuenta de que, como miembro del Ejecutivo, debe evitar el magreo indecente de determinados términos. La banalización del mal en su más deleznable exhibición, bastarda y corrosiva. Las palabras no son inocentes. Se le adjudica a un rival un adjetivo y, a continuación se actúa impunemente contra él. Tras señalarle como ‘nazi’ ya se puede lapidarlo a ladrillazos, aporrearlo en un mitin, destrozar su sede, expulsarlo de algunos barrios y, finalmente, arrojarle del tablero democrático como un apestado.
Claro que está en juego la democracia. Claro que está en juego la libertad. ¿Acaso no han sido perseguidas, sojuzgadas, sometidas y amordazadas una y otra en Cataluña?
Claro que está en juego la democracia. Claro que está en juego la libertad. ¿Acaso no han sido sojuzgadas, sometidas y amordazadas una y otra en Cataluña? ¿O es que no se ha visto a Sánchez gobernar con los comunistas, pactar con los golpistas, y abrazarse a los concubinos del terror? Los apóstoles de la inmaculada centralidad, de la exquisita equidistancia parecen no quererlo ver, detestan mancharse el traje en defensa de la Justicia y reniegan de ‘la España a garrotazos’, las pinturas negras de Goya y todo eso. Quizás no aciertan a percibir que, desde hace décadas, los mamporros siempre los reciben los mismos. Y las balas le vuelan la nuca a los mismos. Y las pedradas le rompen la crisma a los mismos. Y se queman las tiendas a los familiares de los mismos. Y se les hurta la lengua a los mismos. Y los demócratas perseguidos hasta hacerles huir de su tierra, son los mismos. Y los muertos los ponen siempre los mismos.
El BOE, como el panfleto de Dina
No hay duda de que quieren ilegalizar a Vox. Y cerrar el Congreso, que lo tienen anestesiado desde hace un año, y maniatar a los jueces, y silenciar a los medios hostiles y a los periodistas independientes, y convertir al BOE en La Última Hora de Dina, la amiga de Iglesias. Para ello tienen, primero, que conquistar Madrid. De momento han montado un espectáculo histriónico con el libreto del ‘No pasarán’ y con el soso Gabilondo disfrazado de miliciano de republicano. Han conseguido, eso sí, que apenas se hable del Zendal, de la excelente gestión de la pandemia, de los hosteleros, de las terrazas, de la economía creciente, de la ciudad abierta, de la región más libre de Europa.
En suma, de los aciertos de Ayuso. Todo ahora es fascismo, como ese manto espantoso, negruzco y asfixiante bajo el que el sanchismo y su pandilla pretende sepultar a la comunidad madrileña si se impone en las urnas. No anuncian eso los augures de la demoscopia que avanzan ya un sonoro batacazo del bonapartín de la Moncloa. Este martes eludió comparecer tras el Consejo de Ministros que aprobó su Fábula de la Resiliencia. Ya escurre el bulto. Se esconde.
Nos acercamos a las curvas peligrosas que preceden a la recta final de las urnas. De aquí al martes, la derecha debe actuar como de ella se espera, huyendo de provocaciones, condenando esa violencia que siempre viene de donde viene, defendiendo las instituciones, el Estado de Derecho, los valores constitucionales, la Monarquía y apostando por un futuro común en un marco de convivencia democrática. Sánchez necesita conquistar Madrid para perpetuarse diez años en el poder. Que nadie lo dude, lo que está en juego es el futuro de España, no la Puerta del Sol.