IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Sánchez ya no necesita a Podemos en su equipo. Se ha apoderado de su discurso y ha asumido su estrategia de frentismo

Más allá de las quejas plañideras, de la rabieta inmadura de una Irene Montero dolorida como Boabdil por la pérdida de su querido ministerio, Sánchez ha demostrado en apenas una semana del nuevo Gobierno que ya no necesita a Podemos porque ha asumido el núcleo de sus planteamientos. La denunciada ‘podemización’ del PSOE comenzó hace tiempo, en realidad desde las primarias que lo alzaron por segunda vez al frente del partido, y ha sido patente en la legislatura del «insomnio» que se convirtió en una confortable cohabitación de objetivos compartidos, pero a partir de la reciente investidura ha cobrado rango de fenómeno político. La metáfora del muro resume mejor que todos los discursos de Pablo Iglesias la estrategia de frentismo adoptada por el presidente y su equipo. De hecho ése era el concepto central expuesto por el caudillo poscomunista en 2017, en pleno ‘procès’, durante su célebre cena con Roures y Junqueras: una alianza estable de fuerzas radicales, con los socialistas a la cabeza, para aislar a la derecha y llevar al país a una mutación constitucional solapada bajo la cobertura de legitimidad del sistema. Sólo que la fase crucial de esa deconstrucción ha dejado atrás al promotor de la idea, víctima de graves errores –como creer que Yolanda Díaz, con su currículum de traiciones internas, aceptaría ser su marioneta– y de un narcisismo en el que Sánchez no admite competencia.

El jefe del Ejecutivo ha interiorizado la teoría populista del «empate infinito», estudiada en España por un Iñigo Errejón que también está ahora a su servicio. Va a utilizar la amnistía como el instrumento de choque decisivo para desnivelar el equilibrio entre bloques gracias a la colaboración (mercenaria) del separatismo. Podemos fue el vehículo que actuaba como ‘safety car’ en un principio, pero su papel de bisagra con los nacionalistas insurrectos carece ya de sentido porque Puigdemont, el nuevo aliado de referencia, no confía más que en su propio círculo. Iglesias convirtió su formación en una camarilla familiar parasitaria de altos cargos cuya incompetencia ha provocado episodios problemáticos, y Díaz ha colaborado con notable entusiasmo en el propósito sanchista de sacárselos de encima a plumazos. Los amagos de autonomía parlamentaria son pataleos ante el desahucio. Una vez investido para otro mandato, aunque sea en precario, el presidente se basta a sí mismo para dirigir la estrategia de enfrentamiento de bandos y manejar sin obstáculos los resortes del aparato del Estado. Ni el poder se comparte ni el cesarismo aclamatorio –que alcanzó ayer en Madrid, con el «Pedro, Pedro, Pe» de Rafaella Carrà, niveles autoparódicos– admite asomo de injerencia de otros. Lo quiere todo para él solo, incluso el riesgo de bailar con los demonios. Y se ha quedado con el programa táctico e ideológico de su antiguo socio después de haberle quitado los votos.