No es broma. El Gobierno de coalición quiere «actualizar las herramientas para medir adecuadamente el progreso, el crecimiento potencial y la resiliencia económica». En otras palabras, quiere cepillarse el Producto Interior Bruto. El PIB ya no le sirve y quiere cambiarlo por la Felicidad Interior Bruta (FIB), un indicador que, además de ser feminista, promete, adecuadamente tratado en el taller de las emociones, toneladas de buenas noticias para la experta gente de nuestra izquierda desquiciada. A Pedro Sánchez y a sus ministras no les gusta el PIB porque, aparte de ser muy masculino, muy héteropatriarcal, se ha puesto borde y no da más que disgustos, y eso cuando en Moncloa se las prometían felices tras la dura crisis provocada por la pandemia, pero hete aquí que tanto organismos oficiales (desde el Banco de España al FMI, pasando por la AIReF) como servicios de estudios coinciden en darle un tajo a las expectativas de nuestro apuesto presidente, bajando el crecimiento previsto para este año (del 6,5% a poco más del 5%), y el próximo (del 7% a un 6% raspado y gracias). De modo que si el PIB no sirve a nuestros objetivos de reflejar un «crecimiento vigoroso» (la expresión más querida de la titular de Economía), se le aparca y aquí paz y después gloria. Muerte al Producto Interior Bruto, viva la Felicidad Interior Bruta.
Antecedentes tenemos. Ministra de Zapatero hubo, de nombre Leire Pajín, ahora disfrutando de una sinecura en ese nido de víboras que es la ONU, que dijo aquello de que «el PIB es masculino, profundamente masculino». Y Sánchez es profundamente femenino, o feminista, lo que haga falta, ergo no se lleva bien con el PIB, no compagina con el medidor de referencia, universalmente admitido, a la hora de evaluar la salud de una economía. Es verdad que la imaginación de un Gobierno desastrado a la hora de tratar de ocultar sus vergüenzas no tiene límites. Esto no lo ha inventado Sánchez y su banda. Lo de un indicador alternativo ya lo ha intentado la señora Kirchner en Argentina con su niño Axel Kicillof. También López Obrador, con motivo de la pandemia y sus desastrosos efectos sobre el PIB mexicano. El presidente AMLO, a quien The Economist comparó en julio pasado con Cantinflas, puso recientemente sobre la mesa la idea de «crear un índice alternativo al PIB que mida el bienestar, el alma, y la desigualdad entre los mexicanos». A él le gusta hablar de «la felicidad», un tópico al que recurre con frecuencia en sus conferencias de prensa matutinas. «El pueblo está feliz, feliz, feliz». A Sánchez también le gusta la sandez del FIB, un plato que le está cocinando el sector más radical de Podemos para, llegado el caso, lanzarlo al ruedo bajo el argumento de que el «neoliberal» PIB no da respuesta a las urgencias sociales provocadas por la multiplicidad de crisis que padecemos, lo que hace obligado el recurso a esa Felicidad Interior Bruta (FIB), una «solución» que presenta importantes confluencias con las tesis del decrecimiento.
Casualidad o no (más bien ninguna), el mismo día que tuvimos noticia de semejante zanganada, el señor Sánchez sufrió una serie de revolcones que vinieron a poner en solfa los objetivos de crecimiento con los que, catapultados por los fondos Next Generation UE, nuestro aprendiz de sátrapa confía en construir su pequeño imperio personal capaz de «durar mil años». El gobernador del Banco de España (BdE), uno de esos escasos altos funcionarios dispuestos a honrar el cargo que ocupan, le vino a decir que menos lobos, porque «la recuperación de la actividad es todavía claramente incompleta», como el viernes se encargó de demostrar el INE al anunciar que la economía creció apenas un 2% en el segundo trimestre (un 2,7% en términos interanuales), un guarismo que hace inalcanzable el objetivo del 6,5% «absolutamente realista» previsto por Nadia Calviño para el conjunto del año y que algunos expertos sospechan se quedará por debajo del 5%. Con la economía a toda máquina, el PIB español sigue un 7% por debajo del nivel previo a la pandemia, mientras la eurozona ya ha recuperado el terreno perdido. Regresar al PIB de 2019 no se producirá, con suerte, hasta finales de 2023 o principios de 2024. Incluso los datos de empleo correspondientes a la EPA de octubre, conocidos esta semana, de los que razonablemente hubiera podido presumir Sánchez («España supera los 20 millones de ocupados por primera vez desde 2008») quedaron en parte desmentidos por el crecimiento imparable del empleo público, por los trabajadores en ERTE y por los autónomos en cese de actividad.
Yolanda, miembro del PCE, quiere una reforma al gusto de CCOO, que es quien manda en su ministerio y quien se está trajinando el presupuesto del mismo, un disparate sin parangón en la UE
Nada nuevo bajo el sol. Vivimos una crisis económica que camina del brazo de otra, política, no menos relevante, concretada en las escaramuzas que desde hace días se producen en el seno del Gobierno de coalición entre el bloque mayoritario socialista y Podemos, con una cuña en medio que nadie sabe bien a quién responde (además de a Pablo Iglesias, naturalmente, que fue quien la catapultó al primer plano) llamada Yolanda Díaz, escaramuzas que tienen desconcertado al personal. La gente se pregunta si estamos ante una crisis de verdad, capaz de hacer peligrar el Gobierno -lo que obligaría a Sánchez a disolver y convocar nuevas generales- o se trata más bien del teatrillo chino de doña Manolita Chen y su carpa ambulante. Una comedia bufa para engañar incautos. El resultado de la tormenta devino en ligero vientecillo por las calles de Trujillo, donde Calviño y la eternamente Yolanda aparecieron, carnaza para el telediario, caminando juntas en aparente armonía. He aquí un paseo convertido en metáfora de la España de Pedro, una calle empedrada por donde camina la Reina Roja, también apodada Phasionaria, ese invento del márquetin que nos quieren vender como gran estadista en ciernes, siempre tan elegante ella, siempre medio metro por delante de Lady Nadie Calviño, una mujer resignada a servir de bayeta con la que tapar las vergüenzas de un Ejecutivo que no puede aparecer en público sin grave riesgo de abucheo, un «Gobierno del pueblo» que previamente retira a la gente de calles y plazas por las que va a desfilar por temor a ser reprobado. Cada vez más cerca el simulacro de las aldeas Potemkin. Pero el jefe de la banda dijo en Trujillo que se acabó el enfrentamiento y que el Gobierno está unido y en perfecta sintonía.
Mentira, porque el nudo gordiano de la opereta en que se ha convertido el pulso entre unos y otros sigue sin desatar: la reforma laboral, la madre del cordero. Un espectáculo impúdico, porque todos juegan con las cartas marcadas. Yolanda, miembro del PCE, quiere una reforma al gusto de Comisiones Obreras, que es quien manda en su ministerio y quien se está trajinando, pro domo sua, el presupuesto del mismo, un disparate sin parangón en la UE. Y Sánchez no tiene más remedio que seguir los dictados que le marca la Comisión en la materia, y la CE quiere, un suponer, una reforma capaz de limitar, sí, la temporalidad que caracteriza a nuestro mercado de trabajo, pero sobre todo, quiere, también un suponer, acabar en un tiempo razonable con la escandalosa tasa de paro española, dando una salida de futuro a los jóvenes que reclaman su primer empleo. En realidad, si Pedrito pudiera decidir, si no fuera esclavo de esa Bruselas de la que depende su futuro político, daría la razón a Yolanda y se la quitaría a Nadia, porque Pedro está ideológicamente más cerca de Yolanda que de Nadia, Pedro quiere a Yolanda más que a Nadia, aunque en realidad Pedro no quiere a nadie más que a sí mismo, de modo que aceptaría de mil amores la reforma que persigue CCOO por persona interpuesta, esa es la realidad, convencido como está de la necesidad de completar la obra iniciada por el mendaz Zapatero, que no es otra que la de acabar con el régimen constitucional y volver del revés la sociedad española para acomodarla a la España plurinacional, feminista y woke.
Insisten en que de esa reforma laboral, entre otras, depende la llegada de los fondos con los que el jefe de la banda piensa consolidar el edificio de su poder temporal. Una esperanza que a cualquier persona razonable le parecería infundada, porque esa suma, los 72.000 gratis total que pretende manejar a su albedrío, representa una parte mínima del PIB español, y con ella nadie puede razonablemente pensar en cambiar nada a menos que sirviera de acompañamiento a decisiones mucho más profundas que no se han adoptado, a esas reformas de calado que reclama nuestra economía y nuestra sociedad, razón por la cual el crecimiento actual muestra sus limitaciones por la costura de sus estrecheces. Alguien ha dicho recientemente que los inversores extranjeros están más interesados en la reforma laboral que en los fondos de la UE. Lógico. El debate replantea la vieja dicotomía presente en la fábula del hambriento al que se le puede regalar el pez que uno acaba de sacar del río o se le puede enseñar a pescar. Una cuestión de filosofía. La obsesión de Sánchez por ese dinero gratis refleja la mentalidad del tipo que no cree en el trabajo continuado, sino en la lotería; no cree en la constancia, sino en los golpes de suerte. Un perfecto reflejo del pillo español situado en las antípodas de aquel espíritu del protestantismo sobre el que teorizó Weber. Y el presentimiento de que ese dinero terminará en los bolsillos de los muchos Pepiños que pueblan el páramo hispano.
España está quebrada, y esa quiebra tomará cuerpo el día, muy próximo ya a cuenta del despertar de la inflación, en que el BCE deje de comprar deuda soberana y empiece a subir tipos. Sánchez y sus Yolandas pueden seguir gastando alegremente
Algo parece haber conseguido y no es moco de pavo. Todo indica que los PGE2022 están ya en el horno merced a los acuerdos alcanzados con ERC y con PNV, esos bienintencionados nacionalistas siempre pendientes del bienestar y la felicidad de los españoles. Sánchez, como de costumbre, se ha limitado a pagar el cheque que sus socios le presentan a cobro para seguir manteniéndole en el poder a costa de la salud de la nación, cada día un poco más débil, más deshilachada, más rota. Se despeja el camino hacia el final de la legislatura. ¿Qué quedará del Estado para entonces en Cataluña y el País Vasco? Cabe pensar que serán los últimos PGE de Sánchez, puesto que bastaría con prorrogarlos para enlazar con 2023, año electoral. Unos Presupuestos falsos, como casi todo lo que tiene que ver con el personaje, porque están construidos sobre las arenas movedizas de un crecimiento que no se va a alcanzar, ergo de unos ingresos que no se van a producir y de una capacidad de gasto que habrá que mantener a costa de engordar déficit y deuda pública. Ello con una inflación que no deja de crecer (5,5%, dato de octubre), que va directamente contra el nivel de vida de las clases medias trabajadoras, y que no parece que vaya a ser un fenómeno coyuntural, como aquí escribía esta semana José Luis Feito.
Vivimos la ficción de un país pobre que se creyó rico, cada día un poco más cerca del abismo y sin que nadie dé la voz de alarma. Bueno. Sí, la dio el lunes 25 el gobernador Hernández de Cos en su intervención ante la Comisión de Presupuestos del Congreso. Un discurso capaz de poner los pelos de punta: «Para el conjunto de las Administraciones Públicas, el aumento del gasto entre 2019 y 2022 sería del 11,7%, de acuerdo al Plan Presupuestario, frente al incremento del 7% de los ingresos. Estas cifras ilustran la magnitud del reto del proceso de consolidación fiscal que habrá que acometer una vez se consolide la recuperación» (…) «La implementación en el medio plazo de este plan de ajuste resulta indispensable. En este sentido, distintos ejercicios de simulación realizados por el Banco de España sugieren que, en los próximos 15 años, esta ratio permanecerá en niveles cercanos al 115% del PIB» (…) «Este deterioro de las finanzas públicas exige diseñar con rigor y comunicar con prontitud un plan de consolidación fiscal para su ejecución gradual una vez superada la crisis, que permita reducir paulatinamente los elevados desequilibrios presupuestarios actuales reforzando la sostenibilidad de las cuentas públicas». El gobernador no lo dice pero se le entiende todo: España está quebrada, y esa quiebra tomará cuerpo el día, muy próximo ya a cuenta del despertar de la inflación, en que el BCE deje de comprar deuda soberana y empiece a subir tipos. Sánchez y sus Yolandas pueden seguir gastando alegremente.
Escribía ayer aquí Jorge Sáinz que, una vez las cuentas cerradas y los miembros de la banda satisfechos con las nuevas gabelas logradas en detrimento de la nación de ciudadanos libres e iguales, Sánchez se travestirá de «socialdemócrata» por arte de birlibirloque, dispuesto a iniciar un giro al centro para intentar pescar en caladeros alejados del izquierdismo rampante en que lleva instalado desde junio de 2018. Y bien, ¿qué haremos entonces con esa mesa de diálogo a la que nos tiene uncido el separatismo? ¿Cómo aplacaremos el creciente nerviosismo de las chicas de Podemos? Vivimos en un permanente ejercicio de ficción, en el vórtice de un ciclón susceptible de llevarse todo por delante sin aviso previo. Quienes aventuran urnas más pronto que tarde podrían no ir descaminados. Justo es reconocer en Pedro Sánchez Pérez-Castejón al perfecto equilibrista capaz de moverse en el filo de la navaja de sus 120 escaños con una maestría sin igual. Un fenómeno. Y un sinvergüenza sin parangón. El Tribunal Constitucional ha declarado como contrarios a la Constitución los dos estados de alarma decretados por su Ejecutivo sin que el aludido se haya dado por enterado. ¿Ha dimitido ya el Gobierno? ¿Lo ha pedido alguien? El pueblo español no necesita un PIB ni un FIB. Lo que en realidad está reclamando a gritos es un CIB, un Consentidor Interior Bruto, un medidor capaz de calibrar las casi infinitas tragaderas de un paisanaje resignado al triste destino que una pequeña elite de sinvergüenzas le tiene reservado. Y, mientras tanto, la leal oposición sigue ocupada en las zancadillas a Isabel Díaz Ayuso. Es lo suyo.