Guste o disguste, España sólo ha dado dos genios de la política, eso que los americanos llaman a natural, durante los últimos 20 años. Uno es Pedro Sánchez y la otra es Isabel Díaz Ayuso. El resto, mejor o peor, son clase media.
Puedo adivinar las críticas a la tesis. Me las sé de memoria. Pero la realidad es tozuda y de ese burro no me bajo.
Sánchez y Ayuso son políticos del año 2050 rodeados de políticos del año 1990, que es como subir al hexágono de la UFC a pelear contra Ilia Topuria con las reglas del marqués de Queensberry.
Y uno puede escandalizarse mientras recibe guantazos por la brutalidad, el sadismo y la pérdida de los valores tradicionales. Pero lo más probable es que salga del ring en ambulancia, como le ha ocurrido a todos los que se han interpuesto en el camino de Sánchez y Ayuso: Mariano Rajoy, Susana Díaz, Albert Rivera, Pablo Casado, Pablo Iglesias y no sigo por hacer el cuento corto.
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Conviene recordar, sin embargo, que las reglas del marqués de Queensberry llegaron para poner orden en una época en la que los púgiles subían al ring sin guantes y con botas de clavos.
Uno, en fin, suele añorar la nobleza de antaño sin recordar que las reglas que han cambiado no son las de la caballerosidad, que siguen siendo esencialmente las mismas desde el siglo XVIII, sino las de la crueldad.
Quienes añoran las reglas de la política de 1990 no están por tanto pidiendo la caballerosidad de antaño, sino su salvajismo, al que ya estaban acostumbrados y que han aprendido a tolerar como el médico de urgencias novato que se acostumbra poco a poco a la muerte. El primer muerto es una tragedia, pero el quincuagésimo octavo es sólo otro idiota que se ha estampado con el coche tras una noche de copas.
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¿Era la política de 1990 menos despiadada, menos populista y menos fiera que la de Sánchez y Ayuso? Ni por asomo. Libra por libra, lo era bastante más.
Pero, por razones evidentes que tienen que ver con la nostalgia, aquella violencia la recordamos como el paraíso perdido de Milton. ¡El carmesí de la sangre de entonces sí era carmesí! ¡La hemoglobina de hoy ni es hemoglobina ni es nada! ¡Las heridas de mi juventud eran más bellas que la Victoria de Samotracia!
Ah, los años del GAL, del chantaje mafioso a periodistas y de la policía corrupta al servicio de políticos corruptos. Qué tiempos aquellos. Esos tiempos en los que el terrorismo yihadista volaba trenes, asesinaba a 192 españoles y el PSOE llamaba a rodear las sedes del PP. Esos años en los que no existían Milei, ni Trump, ni Bukele, ni Netanyahu, sino Andreotti, Karadzic, Arafat y Ahmadinejad.
¡Cómo comparar los cientos de miles de muertos de la guerra de los Balcanes y los bombardeos de la OTAN en suelo europeo con el equilibrio presupuestario de Milei o la reducción de la criminalidad en El Salvador! ¿Es que no veis cómo vuelve el fascismo?
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Eran también los años de José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que rompió amarras con la Transición y que permitió que Sánchez gobierne hoy a mesa puesta.
Y los de Angela Merkel, la populista primigenia, la responsable de nuestra actual política energética e inmigratoria, así como de nuestros ridículos humos de superioridad moral, que tan útiles nos resultarán cuando Putin invada Polonia y nos pille con los arsenales vacíos y con manifestaciones por la paz en todas las capitales de la UE.
«¡El populismo de hoy ofrece soluciones sencillas a problemas complejos!», dicen.
«¡En tiempos de zozobra las masas ignorantes piden liderazgos autoritarios!», añaden.
Cuéntame más, amigo, mientras nos comemos ese Iskander 9K720 cortesía del Kremlin.
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Pero esta columna iba de Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez dijo este lunes algo muy interesante. «Necesitamos consolidar liderazgos fuertes en las comunidades».
Y luego añadió «liderazgos que incluso trasciendan la marca».
Por alguna razón extraña, que tiene que ver con la incapacidad del periodismo de hoy para leer la política desde el punto de vista correcto, que no es el de la política coyuntural sino el de la estrategia a largo plazo con el ojo puesto en la evolución de las sociedades occidentales, todo el mundo se ha centrado en la primera parte de la frase y no en la segunda, que es el núcleo del pensamiento de Pedro Sánchez.
Lo que está diciendo Sánchez es que la marca PSOE es ya irrelevante y le importa un soberano rábano. Que la marca PSOE no suma, pero que tampoco le preocupa, y que lo relevante es el bloque en su conjunto. Que da igual que en Galicia gobierne el BNG, en el País Vasco EH Bildu y en Cataluña ERC mientras el bloque progresista sume mayoría en el Congreso de los Diputados e impida la llegada de la derecha al poder.
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Sánchez está vislumbrando algo que a aquellos que siguen anclados en la lógica política de hace veinte años les cuesta entender.
Que las marcas electorales no importan hoy nada porque los ciudadanos del siglo XXI no se identifican ya con organismos vetustos como los partidos o los sindicatos o la ONU, sino con cosmovisiones estrictamente religiosas. Con sistemas de creencias que llegan al consumidor predigeridas en un pack listo para el microondas.
Si es usted vegano también será furiosamente antisemita, partidario de los carriles bici, entusiasta de una fiscalidad extractiva y odiador de la ciudad de Madrid y del Real Madrid.
También es probable que le preocupe más un pato muerto en el Manzanares que dos guardias civiles asesinados por las mafias hispano-marroquíes del narcotráfico en el Estrecho.
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¿Le ofrece eso el PSOE? No, es imposible que un solo partido ofrezca el pack de creencias completo. Pero sí se lo ofrecerá EL CONJUNTO de los partidos integrantes del bloque.
Si el antisemitismo del PSOE se le queda corto, quédese usted con el de Yolanda Díaz. Si las políticas del Gobierno en defensa de la okupación le parecen tímidas, piense que en algún rincón de España hay una nueva Ada Colau preparada para apropiarse de las casas de unos cuantos miles de ciudadanos.
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¿Cómo logramos superar la atomización del voto y volvemos a los tiempos de las mayorías absolutas de PP y PSOE, pero sin el PP y sin el PSOE? Conformando un bloque ideológico en el que las distintas marcas electorales sean sólo reinos de taifas ideológicas de un imperio mayor y que los engloba a todos. El del «progresismo».
¿Y qué más dará en ese caso que usted vote al PSOE, a Sumar, al BNG, a ERC, al PACMA o al MXYZPTLK? Lo que importará es que su voto sirva siempre para evitar que lleguen al poder aquellos que defienden la existencia del Estado de Israel, se identifican con las demandas de los agricultores, niegan el apocalipsis climático y la consiguiente ingeniería social ecologista, exigen libre mercado y consideran que Madrid es la España libre, próspera y moderna que podríamos haber tenido de no ser por el 11-M.
Sánchez vive, efectivamente, en 2050, mientras en España continuamos anclados en 1990. Y la única que ha sabido leer correctamente a Sánchez es Isabel Díaz Ayuso, que vive en 2100, como demuestra el caso Koldo.
El resto es subirnos al caballito de una noria decimonónica esperando que nos lleve, algún día, al futuro. Podemos jugar a eso, pero yo me siento idiota fingiendo que vivo en una época diferente a aquella en la que realmente vivo.