ESTEFANÍA MOLINA-EL PAÏS

  • El desencanto actual nace de una quiebra de las elevadas expectativas ante la llegada de los partidos de la coalición al Gobierno y la incapacidad de ofrecer un horizonte ilusionante ante la desazón inflacionista

Hay una izquierda que se agota. Pedro Sánchez podría perder el Gobierno de España en diciembre tras este año electoral decisivo. Y ello no solo va a depender de la inflación o del encarecimiento de la vida para las familias. La izquierda española se enfrenta además al cierre de un ciclo político que comenzó en nuestro país en 2015 y muestra ahora síntomas de declive. Hay una izquierda que se agota para que pueda nacer otra nueva.

Y ese agotamiento se palpa en los símbolos. No es casual que haya jóvenes que no saben lo que significó el 15-M de 2011, como hito sobre el que una parte de la izquierda asentó sus nuevas lógicas para entender la política española. Era la idea de una izquierda a la contra, de señalar a los culpables por la crisis económica: la casta, la Unión Europea, los bancos… Era la izquierda de la emocionalidad frente al desgarro de las políticas austeridad o los despidos. Es el sentir que cristalizó en Podemos en 2014, y es la izquierda que triunfó en la moción de censura de Sánchez con el “no a Rajoy” en 2018.

Sin embargo, esa izquierda asiste ahora a una paradoja. El Gobierno del PSOE y Unidas Podemos saca pecho por haber gestionado la inflación con una conciencia social distinta —inyectando ayudas o buscando preservar el empleo— y aun así, sigue sin liderar muchas encuestas. Pero el desencanto de una parte del progresismo no se puede explicar solo mediante los datos económicos. Subyace el fin de un ciclo político que va incluso más allá del elevado precio de los alimentos o la vivienda.

Primero, hay una izquierda que se agota de forma natural porque ya ha gobernado durante casi cinco años. Con mayor o menor acierto, muchos de aquellos ideales previos, como apaciguar el conflicto en Cataluña, impulsar avances feministas, o profundizar en la memoria democrática aparecen hoy en el BOE. Lo que antes fueron utopías se sientan hoy ante el tribunal de los hechos, donde los votantes juzgarán más los errores o los aciertos que las buenas intenciones.

La izquierda deberá preguntarse, pues, cómo dar continuidad a lo conseguido, de modo que sus bases salgan del letargo de creer que está todo hecho. En este período tan antiemotivo no surtirá efecto seguir tirando de enemigos. El mantra de “que viene la ultraderecha” ya no moviliza como en 2019. Tampoco parecen tener gran efecto los discursos populistas de una parte del Ejecutivo contra jueces, e incluso, contra las filas de la propia izquierda, más allá de desviar la atención de las familias ante la preocupación por su bolsillo.

Segundo, hay una izquierda que se agota porque sus propuestas económicas se han vuelto mainstream. Las ideas que en 2011 eran cuasi revolucionarias gozan hoy de aval o consenso en la UE. Intervenir ciertos mercados o moderar los precios de la energía para evitarle más precariedad a las clases trabajadoras no es ya un acto rupturista sino de realismo político. Lo recordaba un antiguo dirigente de Podemos en una reciente conferencia en el Círculo de las Bellas Artes, en alusión al nacimiento de su partido: “Teníamos las recetas, pero no el contexto propicio”.

Y quizás, el desencanto actual nace de una quiebra de aquellas elevadas expectativas. La izquierda ilusionó a su llegada al poder con la idea de que era posible acabar con la progresiva pérdida de poder adquisitivo que España sufre desde hace más de una década. La inflación, en cambio, pone ahora muchas trabas en la lucha contra el empobrecimiento de las capas más desfavorecidas, pese a la subida del salario mínimo o el ingreso mínimo vital. Por su parte, a la depauperada “clase media” no le entusiasma pensar que, a lo sumo, capeará el temporal inflacionista, pero el salario medio podría a la larga seguir estancado o igual de bajo que antes de la pandemia.

El caso es que las crisis económicas solo aceleran procesos políticos que estaban en marcha previamente. La inflación deja al descubierto las carencias de una izquierda capaz de seducir con una idea de justicia social que implique a los de arriba, pero menos triunfante a la hora de vender un proyecto ambicioso de crecimiento, transformación industrial y tecnológica de futuro a los de abajo. La desazón inflacionista del presente solo se puede combatir mediante la idea de un horizonte aún más ilusionante.

Y aunque hay una izquierda que se agota, hay un clima de fondo que la favorece. El contexto de la invasión de Ucrania y la pandemia han reavivado en España una suerte de sentido común socialdemócrata. Quien sea que ocupe La Moncloa el año que viene enfrentará un ciclo que va de mejorar el nivel de vida de las familias, e incluso, del papel que el Estado juega en ello. No es casual que la mayor movilización de los últimos días en nuestro país haya sido en defensa de la sanidad pública. Es decir, un contexto donde una marcada derecha liberal patina.

Hay una izquierda que se agota a las puertas de este año electoral decisivo. El PP podría arrebatar al PSOE el primer puesto y Unidas Podemos mantiene abierta su reformulación en torno al liderazgo de Yolanda Díaz. Pero en política no siempre lo que se agota se muere. Si hay una izquierda que se agota es para que pueda nacer otra nueva.