Luis del Val-ABC
A dos semanas de cumplirse medio año viviendo en una Extraordinaria Anormalidad, había cierta expectación ante el resultado del Consejo de Ministros, tras el regreso de las vacaciones de los ministros. Y confieso que la aparición en escena de Sánchez confirmó lo que me esperaba: no hay cambios. Esa distanciación de la realidad no ha variado. Haber sido líderes mundiales en personal sanitario contagiado; ostentar el título de país con más jubilados muertos de la UE y estar a punto de alzarnos con el campeonato de contagiados en la Segunda Ola, parecían acontecimientos que ocurrían en algún país situado en otro continente. Aquí las cosas parecía que estaban en un estadio nada preocupante, y prueba de ello es que el
presidente del Gobierno cedía a las comunidades la gestión de la pandemia. Pasadas las 72 horas, el mosaico es una especie de anarquía regulada, donde en un sitio se podía fumar, en otros no y, en el de más allá, lo prohibía un juez. Lo mismo va a suceder en el ámbito escolar, y todavía no sabemos si cuando aparezca un alumno enfermo se clausurará el centro, se cerrará la clase, despacharán al docente, le condecorarán, o se obligará a los padres a que le compren un ordenador, a pesar de que los hijos no son de los padres. Otrosí: el martes se reanuda el curso laboral, se supone que es la vuelta al trabajo de millones de españoles, y aún no se han reunido la ministra, los sindicatos y los empresarios para acordar algún criterio sobre porcentajes de empleados que pueden acudir a la empresa, cuáles son los controles internos; si deben contratar personal sanitario para llevar a cabo esos controles, o si, es un ejemplo, se puede interrumpir la hora de la comida del teletrabajador o su descanso en cualquier momento. Lo único seguro es el uso de la mascarilla. Antes de la pandemia, 50 mascarillas quirúrgicas se podían adquirir por 1,90 euros, y, hoy, por ese dinero, sólo compras 2. Y eso no lo pueden cambiar las regiones, que no son competentes para regular los precios.
Y no, no ha habido cambios. Después del Gran Cambio, cuando Sánchez pasó de no poder dormir por las noches, pensando que tendría de vicepresidente a un comunista -que le sirvió para ganar las elecciones- todo sigue igual. Mejor dicho, el afecto se ha intensificado, y Pedro tiene toda la confianza en Pablo, cuyo partido está siendo investigado por irregularidades económicas, y, él mismo, protagonista de una mentira sobre el robo de un teléfono.
No hubo referencia alguna a que dicen que España también va a alcanzar el primer puesto en caída de la economía, ni a que las ayudas europeas están pendientes de la presentación de unos Presupuestos creíbles. Porque la cosmética y el ilusionismo se pueden ejercer desde el escenario, pero quienes analizan las partidas no son muy impresionables. Y así estamos. Se habla de que podríamos superar en noviembre los cuatro millones de parados, pero seguimos con los comités de expertos que nunca existieron y la impavidez del «sin novedad, señora baronesa». La única novedad es que en alguna autonomía no podrán reunirse más de nueve personas y en otras, como en Cataluña, se podrán congregar decenas de miles. Y mueren españoles todos los días contagiados del virus. Igual que hace casi medio año. Sin cambios.