Cristian Campos-El Español

Alas comparecencias presidenciales de fin de año hay que acudir con las expectativas razonablemente bajas. Ni es el momento ni muy probablemente el lugar para que el presidente se abra en canal, haga acto de contrición y exponga sus miserias y las de su Gobierno a la vista de los ciudadanos.

Sí sirven, en cambio, como indicio de cuál será el relato con el que el presidente intentará que los españoles le vuelvan a votar en las próximas elecciones generales. En este caso, las de 2023. Y digo 2023 porque Pedro Sánchez se ha comprometido durante su discurso a agotar la legislatura. Denle sin embargo a esa afirmación el valor habitual que merecen muchas de las promesas más firmes del presidente.

A tenor de lo visto y oído durante la lectura por parte de Pedro Sánchez del informe de rendición de cuentas de 2021, los grandes éxitos del Gobierno para 2022 serán, matiz arriba matiz abajo, los mismos que los de los últimos doce meses. Es decir, el éxito de la campaña de vacunación en España, la recuperación del empleo (ejemplificado en esos 20 millones de ocupados que España no veía desde hace más de una década) y un consenso entre Gobierno, Parlamento y agentes sociales que es esgrimido una y otra vez como prueba de la bondad de las medidas aprobadas por el Ejecutivo y sus socios.

Pero todas esas afirmaciones, siendo parcialmente ciertas, tienen trampa.

La campaña de vacunación ha sido, efectivamente, un éxito en España durante su primera fase. Pero no durante la segunda. El motivo es obvio. Los españoles no perciben la necesidad de reforzar su inmunidad con una tercera dosis a la vista de que la ómicron es, como parecen indicar los datos, una variante más ladradora que mordedora. El hartazgo de los ciudadanos (y el desconcierto y posterior desgobierno de los propios políticos) ha hecho el resto.

La percepción general en España hoy es que la Covid-19 está de retirada y que los riesgos no compensan ya las medidas de contención. Incluidas las mascarillas defendidas por el presidente con más fe que convicción real. Hasta él sabe que esa es una medida inútil. Un placebo, en el mejor de los casos. Un calabobos para supersticiosos, en el peor.

En cuanto al segundo punto, el de la recuperación del empleo y de la economía, basta con decir que es el propio Gobierno el que se ha negado a adoptar medidas más severas de contención de la epidemia con el argumento de que la economía española no soporta ya más restricciones. Lo cierto es que España es, de acuerdo con varios organismos internacionales, la economía desarrollada que más lentamente se está recuperando de la pandemia. Que el presidente juegue con los términos y confunda deliberadamente rebote con recuperación (que se parecen, pero no son lo mismo) no puede llevar a engaño: la economía española no se está comportando como debería.

Es más. A diciembre de 2021, ni Bruselas, ni el Banco de España, ni la OCDE apuestan por la posibilidad de que la llegada de los fondos europeos logre que la economía española recupere el nivel previo a la pandemia en un plazo razonable de tiempo. Y prueba de ello es que las noticias de que tal o cual organismo nacional o internacional ha rebajado de nuevo las previsiones de crecimiento del Gobierno son ya tan habituales en los medios como la de los nuevos récord en el precio de la luz.

Pero es en sus apelaciones a la unidad y el consenso donde el presidente se recrea una y otra vez, sabedor de que es por ahí por donde el PP hace aguas en un sector clave del electorado: el del centro. Entendiendo como centro ese elector que tanto puede votar al PSOE como al PP como abstenerse en beneficio de una u otra opción.

Por supuesto, también es esta la mayor trampa del presidente. La unidad es esgrimida por el Gobierno con un sentido similar al de una bula papal política que la oposición debe concederle a quien para eso ha ganado las elecciones (privando de sentido al propio concepto de oposición), y el consenso se convierte en un embellecedor que dota de dignidad, deseabilidad e infalibilidad a toda medida que logre ser aprobada en el Parlamento o en las negociaciones con los agentes sociales, aunque sea por un voto y con el sí de aquellos cuyo objetivo declarado es la destrucción de la democracia constitucional nacida en 1978.

Viva er consenso manque pierda España, efectivamente.