-El Español
- El autor denuncia un retraso por parte del Gobierno en la toma de decisiones frente a la crisis del coronavirus, que demostraría su falta de preparación.
Una catástrofe global que era inevitable se ha convertido en una tragedia colectiva provocada por la ineptitud. En España, la crisis mundial del Covid-19 tiene una progresión desbocada que exige una interpretación. Cualquier análisis comparado nos lleva al factor decisivo: el retraso de dos semanas, al menos, para tomar las medidas imprescindibles. Los hospitales colapsados son el resultado.
Gernot Warner, un experto en el análisis de los datos del calentamiento global, demuestra esa relación entre el retraso en las medidas y la explosión de casos y muertes en países como Italia y España. Cuando los gobiernos actuaron con diligencia, el ritmo diario de crecimiento de contagiados detectados inicialmente ronda el 3%, pero, donde se retrasaron las decisiones semanas, como en España, el crecimiento ronda el 30% diario.
En Seúl se anunció el cierre de los espacios públicos y la prohibición de las manifestaciones el 21 de febrero, con sólo 150 contagios en toda Corea. Taiwán, Hong Kong o Singapur aplicaron protocolos similares y hoy controlan la situación y se preparan para posibles rebrotes. ¿Sólo en países asiáticos desarrollados?
Por razones familiares, mi mujer se encontraba en Dinamarca cuando saltó la epidemia. He podido seguir desde España el día a día de la gestión allí y aquí. Cuando en el país nórdico, en una fase mucho más temprana, aún no se había producido ninguna defunción por el virus, el 13 de marzo deciden cerrar fronteras. En España, ya con más de 300 muertos, se toma esa decisión el 16 de marzo. La anticipación en esa y otras medidas dan resultados en Dinamarca, con menos contagios y fallecidos y la situación hospitalaria bajo control.
No han fallado nuestros trabajadores de la salud, ni el sistema sanitario, ni nuestra red de hospitales. Fallaron quienes tenían la información necesaria y la obligación de tomar las decisiones que no tomaron cuando debían, provocando un ritmo de crecimiento exponencial de casos y muertes que han llevado al colapso hospitalario. Eso no se tapa con debates forzados sobre “recortes”. Aunque, hay otros corresponsables.
La actitud de la coalición Sánchez-Iglesias confirma las peores sospechas: no se tomaron en serio la gestión de riesgos
Cuando ya era evidente que la catástrofe avanzaba imparable, muchos creadores de opinión, por una obsesión ideológica absurda y dañina, seguían minimizando la catástrofe. Son legión, pero el caso de Almudena Grandes me impactó.
Siendo ya insostenible la tesis progre de una supuesta exageración para perjudicar al gobierno de Sánchez e Iglesias, la escritora publicó en El País un artículo titulado Perdón. Pide disculpas, pero aporta como atenuante “la espectacularización (sic) que domina en los medios de comunicación”, que, dice, “me indujo a dudar de la veracidad de las alarmas”. Ideología como arma de guerra.
Hay antecedentes. Juan José Millás, desde el mismo fundamentalismo ideológico, denunciaba una supuesta conspiración de las empresas farmacéuticas durante la epidemia de gripe A en 2009. Contribuyen irresponsablemente a mantener en la población modelos mentales ya inservibles que provocan un daño colectivo al ignorar la naturaleza de los nuevos peligros globales, caracterizados por el sociólogo alemán Ulrich Beck en la La Sociedad del Riesgo Mundial (2007).
Despreciaron las advertencias de, entre otros muchos, el capitalista Bill Gates. En 2015, con un brote mundial de ébola, avisaba de los riesgos de esta actitud para una próxima pandemia que sería “1.000 veces peor”. El creador de Microsoft simplemente tiraba, él sí, de “lecciones aprendidas” en un mundo de riesgos globalizados.
Leí con curiosidad el diario de sesiones del Congreso en el que Iván Redondo, el plenipotenciario jefe de gabinete de Sánchez, en octubre de 2018, explicaba a los diputados la Estrategia de Seguridad Nacional, incluido el apartado “Seguridad frente a pandemias y epidemias”.
Es un buen plan consensuado frente a la nueva sociedad de riesgos globales, pero, por el contenido de la comparecencia, comprobé que Redondo no tenía ninguna conciencia de su significado, ni sobre las medidas a las que obliga al Gobierno. La actitud de la coalición de Sánchez e Iglesias ante la Covid-19 confirma las peores sospechas: nunca se tomaron en serio la gestión de riesgos.
«Hacer esperable lo inesperable», estar listos para enfrentarse a ‘cisnes negros’. De eso va hoy el oficio de líder
Ulrich Beck advirtió de los desastres que se derivarían de tratar las nuevas amenazas del siglo XXI con políticas ahora inservibles del XX. De la necesidad de contar con gobernantes preparados para anticiparse a esos peligros y capacitados para gestionar, desde el primer minuto, la catástrofe cuando se produce.
Esa carencia no se disimula con lealtades ideológicas que pretenden justificar un desastre de gestión con un “todos los gobiernos han cometido los mismos errores” –el último artefacto argumental puesto en circulación para salvar a Sánchez–. Es falso: los datos por países de defunciones por millón de habitantes, junto con Italia a años luz del resto, les desmienten, desgraciadamente de forma abrumadora.
Los gobiernos que sí han respondido no sabían con qué tipo de virus iban a lidiar, pero, estudiados los antecedentes, lo esperaban y estaban listos para actuar. Es lo que exige una nueva cultura del riesgo en la Sociedad del Riesgo Mundial: “hacer esperable lo inesperable”, estar listos para enfrentarse a cisnes negros. De eso va hoy el oficio de líder.
Estamos en pleno proceso de crecimiento desbocado de casos y muertes, con errores de libro en el ejercicio del mando y control unificado, con carencias inaceptables, desde los test al material de protección para los sanitarios. La prioridad nacional no puede desviarse de ese foco.
Con este cuadro, que nos ahorren, en plena guerra, una discusión escolástica entre fundamentalistas del anticapitalismo primario y los del Estado mínimo neoliberal, cuando sabemos que ya nada va a evitar que nuestra deuda pública crezca, al menos, en un 25% del PIB.
Esos trampantojos estorban para lo más urgente: unir a la nación. Ahora, cuando comprobamos el daño enorme provocado por una gestión desastrosa –del decreto de alarma al último de paralización de la actividad– se percibe mejor la utilidad que habría tenido una mayoría sólida como la que proponía Inés Arrimadas con su “vía 221”. ¿Aún se puede?
*** Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.