JORGE DE ESTEBAN-EL MUNDO
El autor subraya que la situación política en nuestro país es insostenible, con un ‘problema catalán’ incontrolado. Reclama al presidente del Gobierno que convoque de inmediato elecciones
Ignoro quién fue el que seleccionó esta partitura de alcance universal, como acabamos de comprobar en el cierre del tradicional Concierto de Año Nuevo de Viena, obra del patriarca de los Strauss, titulada Marcha Radetzky, y que fue compuesta en honor del mariscal austríaco Joseph Radetzky con el fin de celebrar sus victorias militares. Sin embargo, si en sus orígenes fue adorada patrióticamente por el pueblo austríaco, después sería odiada cuándo el mariscal reprimió violentamente manifestaciones populares. A muchos del Ramiro nos ocurrió al revés: durante nuestra estancia en el colegio la odiábamos; pero, en nuestra vida adulta, como le ocurre a casi todo el mundo, nos apasiona oírla.
Supongo que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, alumno que fue también del Ramiro, oiría igualmente miles de veces la obra de Johann Strauss, amargándole con sus inigualables compases la interrupción de un apasionante minipartido que no había más remedio que finalizar. Por lo demás, cuando Sánchez dejó de jugar al baloncesto en el Estudiantes, decidió dedicarse a la política y, como escribe Fernando Garea, no hay duda de que las circunstancias y el azar casi siempre le han favorecido, claro que él, sin duda, ha sabido aprovecharlo. Así llegó por carambola dos veces a ser diputado y así ha sido para convertirse en presidente del Gobierno, gracias a la moción de censura que le ofreció en bandeja el irresponsable Rajoy. En los momentos en que se aprobó la misma, hubo muchos políticos que criticaron, si no su legalidad, al menos su legitimidad, afirmando que no había sido elegido por el pueblo. Semejante crítica, como ya expliqué en su momento, era injusta porque su nombramiento fue legal y legítimo, pero es cierto que acabó perdiendo su legitimidad por no convocar inmediatamente elecciones. En efecto, la moción de censura constructiva tal y como se inventó y se practica en Alemania, exige que haya primeramente una mayoría suficiente para destituir, a causa de sus errores, al presidente en ejercicio; y, en segundo lugar, que exista un candidato a sucederle que cuente con una mayoría indispensable para poder gobernar. Es más: cuándo Helmut Kohl presentó el 1 de octubre de 1982 una moción contra Helmut Schmidt, lo hizo porque ya contaba con la coalición del Partido Liberal, que abandonó a Schmidt, para gobernar con la CDU y, por si no fuera suficiente, convocó cuatro meses después nuevas elecciones para conseguir una mayor estabilidad.
La situación en España ha sido completamente diferente, porque Sánchez contaba sólo con 84 diputados, por lo que le faltaban 92 para destituir a Rajoy y poder gobernar después. Como es sabido, logró esa mayoría reuniendo a un grupo de diputados que era un totum revolutum, en donde no existía ninguna afinidad para formar un Gobierno. Es más: una parte importante de ellos pertenecía a partidos nacionalistas o separatistas que buscaban un Ejecutivo débil en Madrid que facilitase sus objetivos. Concretamente en Cataluña, desgobernada por dos personas desequilibradas, presenciamos todos los días las contradicciones de Sánchez afirmando que él solucionará el problema catalán con «diálogo, diálogo y diálogo». Sin embargo, tras el simulacro de diálogo mantenido en Barcelona días atrás, Torra le presentó una carta con 21 reivindicaciones que aún desconocemos los ciudadanos. Así que seguimos igual –mejor dicho, peor– porque uno quiere diálogo y el otro quiere monologar, es decir, imponer. Y, naturalmente, todo ello fuera de la Constitución, palabra que Torra exigió que desapareciese de esa obra de arte que es el manifiesto conjunto emitido antes del Consejo de Ministros de Barcelona, sustituyéndola por la de «seguridad jurídica». Pero como Torra desconoce lo que es el Estado de derecho, no se apercibió de que el artículo 9.3 de nuestra Carta Magna dice expresamente que «la Constitución garantiza, entre otros principios, el de seguridad jurídica»; ésta no existe si no se cumple la Constitución.
En otras palabras, el presidente está gobernando, por decirlo así, contra natura, aceptando, por una parte, los caprichos de Pablo Iglesias, especialmente contra la Monarquía. Sin darse cuenta, por ejemplo, de que suprimir la inviolabilidad del Rey exige una reforma constitucional que debe ser aprobada por dos Cortes Generales sucesivas y la convocatoria de un referéndum. Y, por otra parte, soporta, sin inmutarse, las machadas de ese gran jurista que es Torra, cuando afirma que «no aceptará» una sentencia condenatoria contra los golpistas encarcelados, calentando ya el ambiente para cuando se inicie el juicio. Unos y otros del conjunto de aliados de la banda de Sánchez comparten la idea de que el verdadero principio constitucional es el que formuló Al Capone cuando expresó su concepción del Derecho aplicada al juego: «Cuatro ases pierden ante cuatro reyes y un revólver». En nuestro caso, todavía no es necesaria la pistola, pues por el momento se consigue lo mismo con un puñado de votos bien empleados.
En definitiva, si Sánchez continúa unos meses más como presidente, corremos el peligro de sufrir una tragedia nacional de la que ignoramos sus dimensiones. No se puede gobernar con mentiras continuas porque al tiempo se le puede engañar pero sólo un tiempo. Y lo mismo se puede sostener de su promesa de transparencia, cuando hay cada vez más opacidad en su gestión. No se puede gobernar con un Gobierno del que tuvieron que dimitir dos ministros por razones lógicas, mientras que al menos siete no quieren renunciar estando señalados por los mismas o peores pecados. No se puede gobernar con un conjunto de partidos o bandas antisistema que lo único que querían era tener al presidente atado de pies y manos incapaz de poder tomar decisiones profundas para mejorar al país. Pero, eso sí, le permiten que utilice aviones y helicópteros oficiales para uso privado, que disfrute de las residencias de La Moncloa, de Doñana, de La Mareta, y tal vez de alguna más, como si las hubiera heredado de sus abuelos. No se puede gobernar sin calcular los gastos y los ingresos, pero este Gobierno se comporta como si fuera los Reyes Magos, para después aumentar los impuestos. No se puede gobernar sin que se aprueben los Presupuestos Generales del Estado y todo indica que difícilmente se conseguirá. No se puede gobernar con un PSOE que, de no ocurrir un milagro, está en fase de liquidación.
Y PARAno agotar todas las habilidades de buen gobernante que adornan a Pedro Sánchez, hay que destacar lo mejor de todo: sigue siendo presidente porque el grupo de nacionalistas catalanes, encabezado por Torra, le apoyarán mientras les interese, advirtiendo que los miembros de la Generalitat violan constantemente la Constitución, pisotean los derechos de los catalanes no separatistas y se ríen del Tribunal Constitucional. En suma, con esta tropa era impensable que se pudiese gobernar, lo cual debía haberlo previsto Sánchez para convocar, como hizo Kohl, las elecciones un mes después de la moción de censura. Pero si no lo hizo entonces, tiene que hacerlo ahora, sin demora. Porque está sonando la Marcha Radetzky, tarareada rítmicamente por el coro del 70% de los españoles que exigen elecciones inmediatas; se ha acabado el recreo de siete meses y hay que volver a casa. Por si fuera poco, Pablo Casado, el líder del PP, aunque tal vez tempranamente, le está acusando de «traición».
Si sigue actuando como hasta ahora, favoreciendo sobre todo a los separatistas, este epíteto lo podría merecer desde luego; y entonces se le podría aplicar, en lugar del artículo 113 de la Constitución, que regula la moción de censura, el artículo 102, que se ocupa de la presunta traición del presidente del Gobierno. Sería lamentable que esto ocurriese, pero sólo él tiene la clave para evitarlo mediante la convocatoria urgente de elecciones generales. Cierto que dejaría de ser inquilino de La Moncloa, pero adquiriría uno de los más jugosos títulos del país: ex presidente del Gobierno.
Jorge de Esteban es catedrático de Derecho constitucional y presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO.