Fernando Díaz Villanueva-Vozpópuli
La política económica italiana o española, que ya en buena medida se hacía en Bruselas, vendrá todavía más determinada por la Comisión
Por mucho que anden ahora los líderes europeos dándose golpecitos en la espalda mientras presumen de un acuerdo histórico que ha mostrado al mundo la armonía reinante dentro de la Unión, lo cierto es que se ha hecho, con dos meses de diferencia, lo que Merkel y Macron propusieron en mayo. Ha coincidido hasta la cantidad, 750.000 millones de euros repartidos en dos paquetes: uno a fondo perdido y otro en forma de préstamo que los Estados tendrán que devolver. Sobre este planteamiento inicial, diseñado al alimón entre Berlín y París, sólo quedaba hacer algunos ajustes menores para que todos saliesen más o menos contentos y pudieran venderlo en casa como si regresasen de firmar la paz de Versalles en el bando de los aliados.
El acuerdo en sí tiene dos elementos. Por un lado el presupuesto ordinario de la UE, el llamado Marco Financiero Plurianual (MFP), un plan de gasto para seis años que, vencido el anterior que arrancó en 2014, empezará a aplicarse el año próximo hasta 2027. Al MFP han asignado algo más de un billón de euros, una cantidad ligeramente superior a la que se aprobó en 2014 con Juncker recién llegado a la Comisión. El MFP va en piloto automático y no genera muchas controversias. La segunda parte era más complicaba. Se trataba de sacar adelante un fondo dotado de una cantidad cercana a la del mismo MFP, un total de 750.000 millones, que la Comisión aportará previo endeudamiento para ayudar a los Estados miembros a recuperarse tras el impacto de la pandemia de covid-19.
La idea del fondo es, como decía más arriba, algo salido de la cabeza del tándem Merkel-Macron por lo que, ahora que el Reino Unido está fuera de la ecuación, todos daban por hecho que iba a salir. Tan sólo faltaba que los 25 jefes de Gobierno restantes pasasen a firmar lo que ya estaba decidido. Se les permitió hacer algunas observaciones y poco más. El grupo de Gobiernos mal llamados ‘frugales’ (vivir conforme a las propias posibilidades no es ser frugal, es ser sensato) quería que la parte entregada a fondo perdido fuese lo menor posible. El grupo de los despilfarradores, capitaneados por Giuseppe Conte y con Pedro Sánchez de escudero, quería lo contrario, es decir, recibir mucho dinero sin obligación de devolverlo y que la letra pequeña del préstamo fuese breve y no muy gravosa.
- El dinero vendrá sujeto a que los Gobiernos receptores cuadren las cuentas públicas y no incurran en déficits monstruosos como sucedió entre 2008 y 2011
Para que nadie bloquease el acuerdo se tomó una decisión salomónica: la mitad a fondo perdido y la otra mitad en forma de crédito a bajo interés. Así podían volver a su país y hablar de victoria, que es exactamente lo que hicieron todos, desde el ‘frugal’ Rutte hasta el manirroto Sánchez. Merkel es veterana y conoce bien a los que se dedican a su oficio, sabe donde les aprieta el zapato. Quedaba en el aire la incógnita de cuáles serían las condiciones y quien supervisaría la concesión de los fondos. Ahí tampoco hubo sorpresa. Las condiciones son las que ya se sabían. El dinero vendrá sujeto a que los Gobiernos receptores cuadren las cuentas públicas y no incurran en déficits monstruosos como sucedió entre 2008 y 2011. Eso se puede hacer por la vía de los ingresos aumentándolos o por la de los gastos reduciéndolos. En las crisis, los incrementos fiscales no sólo retrasan la recuperación, sino que su eficiencia es muy limitada porque la economía funciona a medio gas y se recauda poco. Así que, según están las cosas, se cuadrará antes el presupuesto gastando menos que castigando al tejido productivo con subidas de impuestos. En Alemania lo saben, por eso los han bajado.
Endeudamiento sin precedentes
Con todo, este acuerdo si que tiene algún elemento que lo convierte en histórico. Es la primera vez que la UE puede endeudarse a una escala sin precedentes aportando como colateral las economías fuertes de la Unión. Esto tendrá dos consecuencias importantes. La primera es que Alemania, convertida ya en el gran avalista comunitario, verá aumentado sensiblemente su poder dentro del club. La segunda es que la soberanía de los Estados se verá aún más mermada. Si la Comisión pide prestado colocando a la economía y a los contribuyentes alemanes como garantía de la devolución del préstamo, los que padecen déficits crónicos como Italia o España pasarán a ser algo similar a las comunidades autónomas españolas, que no acceden por sí mismas al mercado de deuda y dependen de la buena voluntad del Gobierno de turno, que reparte a su antojo y fija las condiciones. Por resumirlo mucho, la política económica italiana o española, que ya en buena medida se hacía en Bruselas, vendrá todavía más determinada por la Comisión, tomador en última instancia de los préstamos con los que los Estados atienden parte de sus gastos.
Recordemos que la política económica antes de económica es política. La Comisión europea tiene prioridades políticas que pueden o no coincidir con las de los Gobiernos de los Estados miembros. Esas prioridades como la agenda medioambiental o la sostenibilidad fiscal son las que informan las condiciones de este macro plan de estímulo. Para recibir el dinero los Gobiernos tendrán que presentar un programa de gasto y será la Comisión la que de el visto bueno. Es previsible que tumbe aquellos planes que contemplen gasto corriente tipo pensiones o salarios públicos. Por una razón, además, fácil de entender. Esto es un paquete de estímulo, generoso cierto es, pero puntual. Es por ello que no habrá espacio para programas de clientelización que han de renovarse todos los años, tampoco lo habrá para gastos estructurales ni para medidas de corte excesivamente ideológico.
Si aterrizamos esto en España los acuerdos entre Podemos y PSOE quedan fulminados. No se podrá derogar la reforma laboral y tendrán que meter mano a las pensiones, cuyo coste anual es superior a los 140.000 millones que recibirá el Gobierno español de la UE de aquí a 2026. No habrá un maná milagroso e inagotable de dinero en efectivo tal y como esperaban muchos en Moncloa. El dinero se malgastará, de eso no hay duda, pero en lo que decida malgastarlo Ursula von der Leyen no Pablo Iglesias o Carmen Calvo. Ellos no son los titulares del préstamo, simplemente participan de él porque así se lo han permitido.
Esto les va a obligar a volver a la realidad. No habrá dinero para costear todas las promesas que han hecho. El Estado concebido como una máquina de gasto a discreción es simplemente inviable en estos momentos y en este país. De modo que lo siguiente que deberían hacer es no plantearse si hacen o no el ajuste, sino cuándo lo van a hacer y, sobre todo, cómo se lo van a explicar a sus votantes.