- Abrazarse desde el Gobierno a esos golpistas independentistas es una garantía cierta de desastre electoral, que vendrá
Hace dos semanas estallaba, parece que por partes, el asunto Pegasus, una nadería a base de autorizaciones por parte de magistrados del Tribunal Supremo para validar espionajes del CNI a promotores del Procés, sin que ninguna ilegalidad se hubiera cometido. Daba igual, los independentistas catalanes pusieron el grito en el cielo con ese asunto. Grito en el cielo que el Gobierno admitió de buen grado, al punto de agravar lo que nada era a base de reconocer a continuación espionajes a los propios teléfonos de miembros del gabinete.
Agravación inútil, directamente inservible, pues en nada refrenó los afanes de los independentistas catalanes y del socio del gobierno de Unidas Podemos en solicitar una y otra vez que rodaran cabezas políticas, señalando principalmente la de la ministra de Defensa, Margarita Robles.
No se sabía en qué grave error se hubiera incurrido, de hecho sigue sin saberse. Lo cierto es que, cuando hay una guerra en Europa –la invasión de Ucrania- y a un mes vista de la cumbre de la OTAN a celebrar en Madrid a finales del próximo mes de junio, no parece que sea la crisis desatada en nuestro servicio de información la mejor carta de presentación de nuestros servicios secretos ante nuestros aliados de la OTAN y de la Unión Europea. Cuesta entender cómo se recibirán en esas embajadas aliadas el desastre que se transmite desde España en cuanto a nuestros servicios secretos, y a los órdagos lanzados por los independentistas catalanes amigos de Putin, amén de golpistas indultados.
A pesar del carácter secreto de esa comisión, naturalmente se incumplió, lo cual era bien comprensible atendidos los asistentes a la misma, concretamente por el diputado Rufián
Cuando ya se ha llegado a un nivel de degradación difícilmente superable, sí conviene repasar los hechos penosos ocurridos en estas dos semanas: rompiendo una tradición de décadas se introdujo en la comisión de secretos oficiales a partidos como ERC, Bildu o la CUP, celebrándose una reunión en esa comisión con la presencia de la directora del CNI, Paz Esteban. A pesar del carácter secreto de esa comisión, naturalmente se incumplió, lo cual era bien comprensible atendidos los asistentes a la misma, concretamente por el diputado Rufián en lo que puede ser un delito de revelación de secretos. Pasamos después a la inmoral alianza del Gobierno con Bildu para la aprobación del decreto anticrisis con motivo de la guerra de Ucrania, en lo que supone una clara intención gubernamental de manejar a plena luz a quién tiene por aliado, Bildu, y con quién no piensa alcanzar ningún tipo de acuerdo de gobernación del país, léase el principal partido de la oposición, el PP.
El mar de fondo de tamaña crisis “Pegasus” fue en todo momento la defensa cerrada a cargo de la ministra de defensa, Margarita Robles, de la gestión desplegada por el CNI y por su directora Paz Esteban; y a ello, cuestión no menor, se añadía su abierto enfrentamiento con el ministro de la presidencia Félix Bolaños.
Todo daba igual, seguían los independentistas y Unidas Podemos en su política de machacar al gobierno del que estos últimos son asombrosamente parte. Difícil encontrar mayor grado de deslealtad gubernamental, en que un sector del Ejecutivo pide dimisiones al otro sector y aquí no pasa nada. Y así se llega al cese de la directora del CNI, Paz Esteban, anunciado en rueda de prensa protagonizada por la ministra de Defensa, Margarita Robles. Aquí viene el disparate que se suma a tanto asombro provocado: lejos de indicar un solo motivo que justifique tal cese, su comparecencia pública se convierte en un alegato a favor de la cesada Paz Esteban. Realmente inquietante que un cese no tenga ni una sola razón para que se produzca. Una espléndida cabeza de turco, hasta hace dos días directora intachable del CNI, que cae sin mayores miramientos.
Y así, el cese se convierte en una humillación para los ciudadanos, que asisten al espectáculo de no recibir ni una verdad por parte del gobierno. Sólo sabemos que independentistas y Unidas Podemos se han cobrado la pieza de la directora del CNI, Paz Esteban. Tampoco sabemos cómo seguirán las cosas, aparte de asistir a otro espectáculo más, ¡y van!, a un nuevo acto de destrozo institucional, en este caso, nuestros servicios secretos. Todo esto, con una guerra en Ucrania, a un mes de una cumbre de la OTAN en España, es para hacérselo mirar. Para entender que así no se va a ningún sitio, que un gobierno empeñado en no decir la verdad a los españoles, en destrozar cuantas instituciones sean necesarias, en mantener sus apoyos parlamentarios con gente como ésta, es directamente suicida.
Todo, por cierto, en las antípodas de cómo se gobierna en la Unión Europea, de cómo una cautela en la conservación del sentido de Estado se hace imprescindible para preservar el bien nacional
Tal vez pueda durar tamaño gobierno. Tal vez no tenga otra ambición que esa duración. Desde luego, nulo proyecto político nos ofrece quien se empeña en aliarse con Bildu, herederos del terrorismo. O con los independentistas catalanes, que en el caso del ex presidente golpista señor Puigdemont, nos muestra su afición a entrevistarse con enviados del mismo señor Putin. O como es el caso del señor Aragonés, a cuyo gabinete el TSJC ordena implantar en quince días el 25% de castellano en el sistema educativo de Cataluña. Y veremos qué legalidad es capaz de cumplir semejante gobierno en ese plazo de quince días.
En definitiva, abrazarse desde el Gobierno a esos golpistas independentistas es una garantía cierta de desastre electoral, que vendrá. Que a su vez es menos importante que la decadencia que anuncia para el conjunto de los españoles una labor gubernamental tan disparatada.
Imprevisible saber cómo seguirá el caso Pegasus, cómo seguirá el estado del gobierno. Imprevisible saberlo cuando, echando la vista atrás, constatamos que desde el primer día de ésta aciaga legislatura, todo ha venido dictado por una ausencia radical de proyecto político para España, al margen del empeño en degradar una y otra vez nuestras instituciones. Todo, por cierto, en las antípodas de cómo se gobierna en la Unión Europea, de cómo una cautela en la conservación del sentido de Estado se hace imprescindible para preservar el bien nacional.