ANTONIO RIVERA-EL CORREO

Ningún político se inmola por una causa. El precepto de la política es la permanencia y el poder, ya sea personal o colectivo. El empeño en ser vicepresidente y el insomnio previsto del presidente forzaron una repetición electoral. Catorce meses después deja el cargo y se asoma al abismo de la incertidumbre o de la nada. Se ofrece como salvador a otro que le triplica en Madrid y al que apartó en una querella doméstica.

La reconciliación interna no se conjuga en la tradición comunista de ambos. Quizás ve en peligro su proyecto político, pero se antoja extravagante imaginar el destino de este en lo que queda de legislatura regional, por muy Madrid que sea. Y a cambio, proyecta a una mujer razonable hacia afuera y sin ninguna gana de disputar hacia adentro del partido. Un clásico del control desde bambalinas. Para equilibrar, pretende colocar en el Gobierno a la especialista en este tiempo en bullas y provocaciones. El populismo no descansa: en misa y en la procesión, en el gobierno y en su oposición.

La realidad presente es efímera, vaporosa, inconsistente. Se confunde con la impresión del último impacto. Los medios instantáneos propician esa percepción. Ayer deberíamos haber hablado de Ciudadanos, pero Iglesias les privó del cuarto de hora de penar. Mejor para ellos, aunque nos quedamos sin saber qué pasará. Es pronto. Habló también Acebes, ante un juez, por la corrupción del partido que dirigió un lustro desde 2003. Posiblemente, hoy, cuando se leen estas líneas, otro ocupa el lugar de todos los anteriores. Algo tendrá que decir Sánchez y, si me apuran, hasta Gabilondo. Por no hablar de Errejón: venganza servida fría. Veremos. Ningún político se inmola ni hace favores por una causa.

Libertad o comunismo, democracia o fascismo. Eslóganes que nos retrotraen al Madrid de la primavera del 36, que a algunos les genera comodidad. Es como lo del terrorismo: hay quien prefiere creer que sigue vivo, para no esforzarse en pensar. Las dicotomías extremas y falsas te evitan ser evaluada por tu gestión en la pandemia o por tu papel en lo más alto de un ejecutivo nacional. El truco es viejo, pero si la ciudadanía muerde el hueso tendrá lo que se merece.

Una jugada de tahúres en un gobierno autonómico irrelevante ha desatado la tormenta. Ha provocado una batalla por Madrid que enmascara la que se disputa ya por el país. Madrid es España, toda España, como dice su virreina. Y la réplica espera a la vuelta de cada autonomía. El efecto mariposa, para obrar, necesita un punto de partida caótico, que es lo que tenemos. A la Cataluña desnortada le sumamos el Madrid del ‘No pasarán’ (o sí) y todo hace una España de apostadores a los que tanta agitación les pone. No hay partido nacional sin desequilibrio o sin crisis. Solo Vox mantiene el control sobre sí, aunque lo mismo sus fugados murcianos buscan también sus quince minutos de gloria. Hasta el rabo todo es toro, han dicho allí.