Ignacio Camacho-ABC
- El Gobierno que indulta golpes de Estado castiga a los madrileños con carbón presupuestario por votar como niños malos
Queridos madrileños, vuestra obstinación en votar a Ayuso os va a costar dinero. Exactamente un 8,4 por ciento menos que el año pasado en las inversiones de los Presupuestos, a expensas de lo que caiga en el reparto de los fondos europeos, donde se supone -si no es mucho suponer- que el peso industrial y tecnológico de la capital tendrá algún reflejo. Sánchez no perdona los desafectos. Y si pudiera, que no puede, hasta sacaría de Madrid algunos ministerios; se tendrá que conformar con descentralizar la ubicación de algunos organismos nuevos, decisión razonable que vende como original aunque ya viene ocurriendo hace tiempo con éste y con otros gobiernos. Y para que se note la intención de penalizar vuestro empeño ha regalado a Cataluña un 5,6 de incremento, lo que supone un diferencial relativo de 14 puntos -330 millones, que suben a 1.279 en términos netos- entre el escarmiento y el premio. Que serán más a medida que Esquerra eleve la tarifa de su apoyo al proyecto.
La buena noticia es que no os tenéis que preocupar demasiado porque la comunidad os va a volver a bajar el gravamen tributario, con lo que la recaudación aumentará y la autonomía dispondrá de mayor margen de gasto. Esto beneficiará también al resto del país en virtud del mecanismo financiero solidario al que Madrid contribuye con el canon más alto como corresponde a su posición de liderazgo. Lo relevante del gesto sanchista, pues, no es tanto el desequilibrio del reparto, un simple arañazo en cifras macro, como su explícita voluntad de agravio: se trata de dejar claro que los Reyes Magos os van a traer carbón este año por haber sido niños malos. La represalia diferida por el voto ‘tabernario’. A vosotros no van a indultaros; ese privilegio se reserva para los autores de golpes contra el Estado.
El aspecto más lamentable del asunto es que se trata de una rabieta, un arrebato de frustración ante el repetido fracaso en el asalto a la ciudadela simbólica de la derecha. El presidente ha renunciado a conquistarla, para desesperación del electorado de izquierdas, y se desahoga con pellizquitos de monja que constituyen una demostración de impotencia ante la certeza de que no puede hacerse con ella. Luego pone mala cara cuando lo abuchean. Pretende daros celos a los capitalinos con arrumacos al separatismo sin caer en la cuenta de que ese ocasional aliado es cualquier cosa menos agradecido y no se va a dejar aplacar con unos leves mimos. Al final se enredará en una espiral de reproches de maltrato comparativo mientras las regiones más desatendidas continúan clamando contra su ostracismo. Es el problema de no tener un proyecto salvo el de alquilar el poder en una subasta sin precio fijo. El desdén presupuestario a Madrid no es un castigo; es una infantil pataleta de perdedor, un berrinche gratuito, un desquite sin sentido que las urnas le devolverán poniéndolo en su sitio.