Pelos en la gatera

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Feijóo ha sufrido el síndrome del novato ante un ventajista dispuesto a sacar partido hasta del rechazo que inspira

Entre los estragos difícilmente reversibles que Sánchez y sus alianzas extremistas están causando al sistema se encuentra también un efecto rebote de radicalización en buena parte de la derecha, cuya aversión por el jefe del Ejecutivo degenera en oposición a cualquier tipo de acercamiento institucional por necesario que sea. Todo el mandato sanchista consiste en una calculada demolición de los espacios de centro o de las posiciones intermedias para convertir la escena pública en una guerra de trincheras. La forma en que ha gestionado el pacto del poder judicial, tratando de abrir a base de intrigas y engaños una brecha entre la dirección del PP y su electorado, es una muestra palmaria de ese frentismo táctico capaz de utilizar hasta los acuerdos de Estado como combustible incendiario. El presidente es un jugador ventajista dispuesto a sacar partido incluso del rechazo que inspira. No hay enredo que desprecie ni baza que descarte en su apuesta por la crispación política. Esta vez tenía una mano favorable para controlar la cúpula de la justicia pero ha preferido sacrificarla para presentarse como víctima y montarle a Feijóo una ofensiva de la que espera obtener rédito electoralista. O tal vez simplemente le ha podido la naturaleza de su carácter, esa pulsión tóxica por envenenar los debates y crear en torno suyo una atmósfera de tensión irrespirable, esa clase de situaciones límite donde sabe moverse mejor que nadie.

El anuncio de la reforma del delito de sedición sólo puede entenderse como una provocación destinada a poner a Feijóo en una tesitura insoluble de la que sólo podía salir dañado. Firmar el trato en esas condiciones equivalía a una humillación que la mayoría de los votantes no le habría perdonado, y romperlo implica un menoscabo de la responsabilidad de su liderazgo. Hay coste para el dirigente popular en ambos casos, aunque el mal menor era la ruptura, el portazo, un gesto tardío de dignidad que sin embargo deja al descubierto ciertas debilidades de novato por no calibrar bien la marrullería del adversario. De un modo u otro, el sanchismo tiene el discurso hecho: la derecha montaraz y el candidato vacilante ante la presión de poderes externos. Una pinza argumental contundente con la que esconder la realidad del bloqueo judicial provocado por la bulimia cesarista de un Gobierno empeñado en extender a los tribunales la correlación de fuerzas del Parlamento y en beneficiar a sus socios separatistas con un segundo indulto indirecto. Ese colapso de una institución esencial en el buen funcionamiento de la democracia es el precio que Sánchez paga de buena gana para cavar alrededor del rival una zanja de desconfianza. La encerrona ha obligado a Feijóo a dejarse bastantes pelos en la gatera. La cantidad concreta la dirán las encuestas, pero a partir de ahora carece de coartada para desdeñar la lección de la experiencia.