ABC-IGNACIO CAMACHO

A Casado le piden que rescate a Sánchez de sí mismo. Mucho pedir para tanta falta de fiabilidad y de principios

Amenudo resulta difícil distinguir entre consejos y presiones. La diferencia esencial consiste en que los primeros buscan la conveniencia del que los recibe y las segundas, el interés de quien las formula. Pablo Casado lleva un par de semanas sufriendo sobredosis de unos y de otras, convertido de repente en la última esperanza de unas élites económicas en ataque de pánico. En esencia, se trata del viejo dilema weberiano entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad, o entre el patriotismo de partido y el de Estado. Ésa es la clase de dilemas que mide un liderazgo, como demuestra el reciente precedente (fracasado) de Rivera en Ciudadanos. La cuestión no consiste tanto en que su carrera política acabe por culpa de un mal paso sino en que esa especie de salto al vacío al que lo tratan de empujar sirva para algo. Él sabe que, de darlo, puede quedar como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, pero en caso contrario existe el riesgo claro de que le caiga encima la «pena de relato», la culpa de no evitar el caos. En ambos casos, una salida en falso suya daría a Sánchez la oportunidad de eliminar a otro adversario, quedarse solo frente a Vox y liquidar al centro derecha en el plazo de medio año. No sería la primera vez que un náufrago hunde al socorrista que se esfuerza por salvarlo.

Porque esa operación de rescate trata, en el fondo, de redimir al presidente de sí mismo. Y eso es mucho pedir para un político que si algo ha demostrado es su absoluta falta de fiabilidad, de palabra y de principios. Su juego está muy visto: crea un problema y exige a los demás que lo saquen del lío pero dejándolo libre de compromisos para luego volver al camino que ya había elegido. Por esa razón, y porque él y sólo él es responsable del bloqueo, cualquier oferta de solución constructiva ha de pasar por su apartamiento. El pacto constitucionalista es inviable si lo encabeza quien ya ha cerrado una coalición con Podemos y se ha sentado a negociar con el separatismo sedicioso que lo ayudó a alzarse al Gobierno. Si el PSOE tiene un banquillo de sustitutos con garantías es hora de que empiece a moverlo, y si carece de él –porque Sánchez ha laminado su estructura de poder interno– no merece la pena el intento.

Ésa es, probablemente, la propuesta que Casado acabe ofreciendo cuando afine el manejo de los tiempos, una habilidad para la que le falta entrenamiento. En una política de volatilidad altísima ya no rige –¿rigió alguna vez?–, la cachazuda pausa marianista; hay que moverse deprisa o al menos con la diligencia proactiva que requiere el nuevo paradigma. El futuro del líder del PP, y del propio partido, depende de su sentido de la medida. Pero tal vez tenga menos que perder si se precipita que si espera a que cuaje el acuerdo frentepopulista y se queda sin una nación digna de tal nombre a la que ofrecerse como alternativa.