IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

El sector del turismo es capital en nuestra economía. Los más ‘listos y elegantes’ lo han despreciado en numerosas ocasiones, poniendo de relieve su escaso valor añadido y la baja calidad del empleo que genera. Sin embargo, cuando la pandemia arrasó al sector por culpa de las limitaciones a los desplazamientos lo echamos mucho de menos. Con tres millones de parados, una cifra que siempre duplica a la media europea, en la economía española no sobra nadie y mucho menos el turismo, que supone la mejor manera de exportar, pues no es necesario desplazar los productos y los servicios. Los compradores se desplazan aquí a recogerlos en persona. Menos mal que tenemos un turismo que cada día es de mayor calidad y que se apoya sobre bases tan firmes como una oferta diversa de calidad creciente, un clima inigualable, una diversidad ambiental enorme, un atractivo cultural inimitable, una conectividad cómoda con la mayor parte de los países emisores de turistas y unos elevados estándares de seguridad.

El sector ha recuperado, poco a poco, los niveles de actividad extraordinarios que obtuvo en los momentos ya lejanos previos a la pandemia y en el verano pasado estuvo apoyado sobre el gasto de los turistas españoles que superaron todos los registros anteriores, debido a las elevaciones de los precios. Ahora se enfrenta con ilusión a un año 2023, cómo no, incierto.

Las expectativas son buenas, pero las incertidumbres son grandes. Al no ser un bien de primera necesidad, el turismo es muy dependiente de la coyuntura económica a la que liga su futuro. En principio confía mantener estos niveles, pero teme una posible recesión europea que pueda acortar la duración de los viajes o disminuir el monto del gasto previsto. Todavía es pronto para que un eventual parón europeo pueda ser compensada con otros orígenes de turistas.

En este entorno, el sector mira con mezcla de esperanza y temor a los planes del Ministerio de Derechos Sociales de cara a los viajes del Imserso. Aunque han pasado a formar parte de los planes de millones de jubilados, gracias a sus precios, la subida de los costes han arruinado los márgenes del sector para quienes eran una forma de rellenar los huecos del calendario y mantener unos niveles mínimos de actividad. La ministra Belarra debería ser sensible a esta situación y aunque las cuentas de resultados le provoquen espasmos alérgicos, su obligación es considerarlos antes de fijar los precios de los viajes que patrocina.