Fernando Savater-El País
A pesar de haber tantas víctimas, estoy dispuesto a aceptar que el problema no es de índole moral, ni siquiera política, sino una cuestión epistemológica
Fue cuando lo del Prestige. Me gusta tanto la costa gallega que no tuve que fingir indignación. Firmé protestas, me manifesté contra el Gobierno del PP. Un día, almorzando con un alto cargo socialista y comentando ferozmente lo ocurrido, le pregunté qué habrían hecho ellos para gestionar la emergencia. Me respondió alegremente: “Seguro que lo mismo, pero no nos tocó a nosotros y hay que aprovechar”. No contesté nada, aunque aprendí la lección: nunca máis! Ahora no creo que los populares en el Gobierno hubieran gestionado mejor la epidemia que Sánchez y sus mariachis (peor es imposible). La situación era inédita y el país está demasiado despedazado por quienes pretenden ordeñarlo por separado como para poder ser gobernado con eficacia. Políticos torpes para lo común y hábiles para lo propio hay en todos los partidos, virtuosos de la mentira a falta de otras virtudes también. Quizá la diferencia estriba en que la tradición posfranquista señala las taras de los autoproclamados “progresistas” como defectos personales de individuos indignos del ideal mientras que las de los conservadores revelan un fondo cenagoso que contamina a toda su opción política. Pueden ser nefastos unos y otros, pero solo los primeros seguirán tan ufanos…
Ya no creo que el dilema sea entre malos y buenos, ni me siento con ánimos de buscar culpables. A pesar de haber tantas víctimas, estoy dispuesto a aceptar que el problema no es de índole moral, ni siquiera política, sino una cuestión epistemológica. Dijo el gran historiador Robert Conquest (a Christopher Hitchens le gustaba repetirlo) que todo el mundo es de derechas en los asuntos de los que de veras entiende. Eso podría explicar por qué son tan de izquierdas la mayoría de los ministros del actual Gobierno. Y sus corifeos y corifeas.