Rutinariamente, la prensa angloamericana presenta a ETA como un grupo ‘separatista’. ‘Terrorista’ nunca es una etiqueta usada. Ahora se soslaya que todo lo que ETA ha hecho esta vez es declarar un acto el fuego temporal, rutinariamente violado mediante asesinatos, chantajes y simples actos de terrorismo.
Los grupos pro-ETA nunca se han desasociado terminantemente de esa conducta asesina, en esencia suministrando un endoso implícito. Las declaraciones de la ilegalizada Batasuna no son simplemente expresiones de inclinaciones políticas respaldando la meta de la independencia o una estrategia separatista. ETA no está etiquetada por la Unión Europea y el gobierno de Estados Unidos como ‘terrorista’ por una decisión caprichosa. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha juzgado ese endoso como complicidad con las amenazas contra la democracia. La suspensión de Batasuna está por lo tanto justificada en su plena dimensión europea, como pena por la violación de los derechos básicos de todos los ciudadanos.
Lo que la democracia española ha ejecutado, según un reciente editorial del Financial Times, es ‘criminalizar la expresión de una opinión política’, como supuestamente ha hecho Batasuna. Esta evaluación olvida convenientemente que Alemania ha estado empleando los mismos mecanismos jurídicos ante intereses que respaldan ideologías de inclinación nazi. Israel tampoco permite expresiones de apoyo que niegan la existencia del holocausto. Estados Unidos prohibió la existencia de partidos comunistas y amputó los derechos de inmigración y visitas turísticas de antiguos miembros de tales organizaciones.
Una aseveración equivocada que se inserta frecuentemente en los informes e editoriales de los diarios británicos y estadounidenses es comparar el papel de los que simplemente son etiquetados como ‘nacionalistas’ con la banda terrorista en cuestión. El Partido Nacionalista Vasco (PNV) no es una organización violenta que usa la misma estrategia que ETA. Anhela la independencia del País Vasco. Pero ese partido, fundado y sostenido predominantemente por democristianos, no consiguió en las últimas elecciones, como lo había hecho exitosamente durante casi un cuarto de siglo, obtener una mayoría suficiente en el Congreso vasco. Una coalición insólita formada por socialistas y conservadores del PP defenestró al PNV del poder. Pero esos verdaderos nacionalistas no se fueron a las montañas, organizaron una guerrilla, y comenzaron a bombardear vecindarios civiles. Simplemente se reagruparon esperando a mejores tiempos, convencidos internamente que no tienen el apoyo sustancial para conseguir la meta de la independencia por medios democráticos.
La ‘banda armada’ (como es calificada oficialmente por la legislación española) no es un movimiento romántico ‘separatista’ ni un simple grupo ‘nacionalista’ que apunta a tener una ‘patria independiente’ (expresión usada por medios angloamericanos). Lo que todos los demócratas esperan, como el gobierno ha exigido sistemáticamente, es el anuncio de la disolución de la organización que ha causado más de 800 víctimas y que ha aterrorizado miles más con amenazas y chantajes, y que ha mantenido en vilo a millones en el País Vasco y en el resto de España durante medio siglo.
Los demócratas también demandan el firme compromiso de Batasuna y sus satélites para obedecer las leyes constitucionales. Entonces los presos pueden ver sus casos analizados uno por uno y ser forzados a cooperar en el establecimiento de una paz duradera, que es lo que todos los españoles y vascos desean, con la excepción de esa minúscula y lastimosa minoría. Quizá entonces la terminología ambigua usada por la prensa angloamericana cesará de confundir a los lectores. Pero, desgraciadamente, deberemos esperar a que ETA desaparezca.
Joaquín Roy, La República (Uruguay), 23/9/2010