Del Blog de Santiago González
La somanta dialéctica que dio Cayetana Álvarez de Toledo a Pablo Iglesias Turrión dejó tras de sí algunas secuelas. Alberto Núñez Feijoó fue la voz cantante del PP para criticar a su portavoz en el Congreso: “ningún compañero de mi partido o de otros partidos de la oposición debe entrar al señuelo del Gobierno para crispar, provocar y perder los papeles”. Perder los papeles, un lugar común que viene a ocupar en el discurso del presidente de la Xunta la función del pensamiento. Se equivoca. Lo que ha hecho su portavoz ha sido encontrarlos. Los papeles los habían perdido otros.
Pongamos un ejemplo: Hoy se cumplen dos años de la moción de censura que depuso a Mariano Rajoy y llevó a la Moncloa a Pedro Sánchez. El artefacto ignoró el carácter constructivo que nuestra moción de censura había copiado del modelo alemán. El candidato no expuso programa alguno, solo una promesa implícita en el ejemplo de los ministros alemanes que dimitían cuando se descubría el plagio de sus tesis doctorales. Debió de perder los papeles: los de los ministros alemanes y los de su propia tesis.
También perdieron los papeles el juez José Ricardo de Prada y su cómplice, Julio de Diego, en la sentencia en la que el ponente introdujo fraudulentamente la acusación en la que sustentaron el doctor Sánchez y sus socios el derribo del presidente.
Feijóo cree que Cayetana crispó, provocó y perdió los papeles, claro. A mí me ha recordado tiempos infantiles, en los que el matoncete de la escuela acoquinaba a escolares más altos y fuertes, porque estos reculaban ante la determinación violenta y agresiva de un tipo físicamente irrelevante. Era mejor no encabronarlo, no provocar. En definitiva, no perder los papeles.
Así piensa una parte del PP, que está muy por debajo de las capacidades de su portavoz parlamentaria, pero no es un vicio exclusivo del partido conservador. La mayor parte de los españoles (un 63,7%) rechaza según El Español lo que dijo Cayetana de Iglesias Peláez, mientras los que reprueban la exhibición del macarrista-leninista acusando de golpista a Espinosa de los Monteros se quedan cuatro puntos y medio por debajo (59,2%). Hay una diferencia obvia: la acusación de ‘terrorista’ a Javier Iglesias es un hecho, (su propio vástago blasonaba de ello), mientras el hijo del terrorista hizo un proceso de intenciones al portavoz de Vox. Iglesias también presume de su amistad con los golpistas catalanes. Lo hizo de facto cuando visitó a Junqueras en la prisión de Lledoners para negociar con él los presupuestos y cuando reclamó la libertad de los golpistas catalanes el mismo día que imputó a Espinosa las ganas de un golpe de Estado y la falta de decisión para darlo. Los cielos se toman por asalto, que dijo Pablo con su memoria de pez (globo) en octubre del 14, plagiando el título del documental de Rioyo y López Linares sobre el asesino de Trotsky. En uno de los tuits en los que reivindicaba la militancia en un grupo terrorista de su padre, deseaba a los suyos ‘besos y piolets’.
Woody Allen cita en sus memorias (A propósito de nada) su obra maestra ‘Zelig’, en la que trata el deseo común del personal de ser aceptado, la obsesión por adscribirse al ‘mainstream’ de lo políticamente correcto: “Esa obsesión con el conformismo es lo que, finalmente, conduce al fascismo”. “Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento”, escribió Alberti, tan gran poeta como mala persona, pero esos papeles no se le habían caído a Cayetana Alvarez de Toledo.