JOSEP MARTÍ BLANCH-EL CONFIDENCIAL

  • Con el premio del escrutinio en la mano, puede decirse que a los de Oriol Junqueras les ha llegado por fin el turno en Cataluña de tomar la iniciativa

ERC no ha ganado las elecciones catalanas, pero es el único partido político en disposición de alcanzar la presidencia de la Generalitat. A quien se tire de los pelos por ello, argumentando que la victoria ha sido de Salvador Illa y del PSC, basta recordarle que en las elecciones se eligen diputados, no presidentes. Y que son la aritmética parlamentaria y la coyuntura política que marcan las alianzas posibles las que hacen el resto.

Así que, con el premio del escrutinio en la mano, puede decirse que a los de Oriol Junqueras les ha llegado por fin el turno en Cataluña de tomar la iniciativa y dejar de ir a remolque de los demás, que es lo que han hecho en los últimos 10 años.

Y así viene siendo, al menos, en teoría. Formalmente, se han puesto al frente de las negociaciones para sumar una mayoría parlamentaria que permita arrancar la legislatura. La CUP, extrema izquierda, las galaxias catalanas de Podemos, En Comú Podem, y el partido de Carles Puigdemont, JxCAT, son su objeto del deseo para acabar armando un tetrapartito que debería ser muy de izquierdas y con la ambición máxima en el terreno identitario de un referéndum de autodeterminación, nada de declaraciones de independencia.

Pero, por decirlo claramente, todo esto es tiempo perdido. Pura teatralización para no sacar la cabeza del ala y afrontar la realidad

Pero, por decirlo claramente, todo esto es tiempo perdido. Pura teatralización para no sacar la cabeza del ala y afrontar la realidad: descartando plenamente al PSC, que es lo que viene haciendo el candidato republicano, Pere Aragonès, desde el día después de las elecciones, el único Gobierno posible es la repetición del bipartito que Cataluña ha tenido en los últimos tres años, con los papeles de presidente y las carteras departamentales cambiando de manos.

Y ello da una enorme pereza a los republicanos. Tanta, que no hay ninguna prisa por afrontar esta realidad. Es tan poco gratificante el escenario que las negociaciones se han iniciado al ralentí, como si Cataluña estuviese al margen de la pandemia y no existiese una situación de emergencia económica que manejar. Tanta es la desgana que provoca el escenario de tener que entenderse de nuevo con quien se quería perder de vista.

Pere Aragonès sigue escondido. Incapaz, no ya de proyectar un liderazgo futuro, sino de ejercer las responsabilidades que tiene asignadas en estos momentos como presidente en funciones. Su voz durante los disturbios callejeros a cuenta de las manifestaciones de los últimos días ha sido inaudible. Apenas un susurro para recordar que está ahí, pero sin ninguna voluntad de mostrarse como el futuro presidente que será si finalmente se formase Gobierno.

Lo único que le hemos escuchado decir con claridad es que quiere gobernar desde cuanto más a la izquierda mejor y que desea hacerlo para protagonizar cuatro revoluciones: la social, la feminista, la verde y la democrática. Mucha revolución para tan poco motor, puede pensar alguien, y llevará razón.

Lo de gobernar cuanto más a la izquierda posible pasa por seducir a la CUP y a las galaxias catalanas de Podemos. A los cuperos les han puesto para embaucarlos la zanahoria de algún cargo relevante en la Mesa del Parlament, amén de plegarse a las exigencias de no criticar demasiado el vandalismo y sumarse a la campaña de criminalización de los Mossos d’Esquadra.

A En Comú Podem se les insiste que levanten el veto a JxCAT y se atrevan a compartir Gobierno con ellos. El anzuelo lleva el cebo de sumar esfuerzos desde la izquierda para inutilizar el poco fuelle conservador y los restos de trazas liberales que puedan quedar en el partido de Carles Puigdemont. Pura palabrería y gesticulación. Los comunes no van a entrar en un Gobierno con JxCAT.

Y ahí es donde se produce el vértigo de los republicanos: afrontar que la única negociación que cuenta es la que deben hacer con JxCAT. Y es ahí también donde se aprecia el riesgo de que Pere Aragonès acabe convertido en un nuevo Quim Torra. No porque vayan a inhabilitarle o porque sus discursos se asemejen, que no son para nada equiparables. Más bien, porque la negociación con JxCAT se produce en una situación de prácticamente empate técnico en las urnas. Y eso no da fuerza suficiente para doblegarlos. Pere Aragonès es un político, no un activista. Pero puede acabar atrapado en la misma telaraña que el expresidente inhabilitado: al frente de un Gobierno que no controle, sin plena autoridad reconocida por todos sus integrantes y sin proyecto compartido entre todos sus miembros.

Porque sentarse con JxCAT a negociar es hacerlo sobre si el presidente de la Generalitat podrá actuar como un verdadero presidente: si tendrá autoridad para aceptar o no las sugerencias de nombres para formar su Gobierno o si se los van a imponer en un trágala, si llegado el caso podrá cesar integrantes del Ejecutivo sin pedir permiso, si estará en condiciones de dirigir la política del Gobierno y ser la última voz en todas las políticas transversales que impulsen los departamentos. Y también es negociar si JxCAT acepta que el proyecto independentista que se ha impuesto en las urnas es el de la negociación con el Gobierno de España y que, en consecuencia, los de Carles Puigdemont no van a boicotearlo día sí, día también, desde el propio Gobierno de la Generalitat.

No hay motivos para no pensar que Aragonès pueda acabar convertido en el nuevo Torra

Saben que es una negociación utópica, aunque por necesidad de ambos acaben arrancando un sí a todos estos puntos que deben plantearse. Por eso, los republicanos van dando vueltas sobre sí mismos desde el día después de las elecciones, cuando renunciaron a la ventaja táctica de que disponían manteniendo a los socialistas en la ecuación.

Cada vez es más probable que el nuevo Gobierno sea como el anterior. Y siendo así, no hay motivos para no pensar que Pere Aragonès pueda acabar convertido en el nuevo Quim Torra. Una película que ya hemos visto.