JON JUARISTI – ABC – 28/05/17
· Algunos caminos de perfección conducen a Atapuerca.
Apoco de llegar el PSOE al Gobierno, en 2004 y en una librería del centro de Madrid que ambos frecuentábamos, mi amigo Miguel Ángel Bastenier me dijo: «Ha muerto la España castellanocéntrica». Apreciaba a Bastenier por encima de todas nuestras discrepancias, que no eran pocas, pero lo pomposo y fúnebre de la frase me hizo sonreír. «España –repliqué– dejó de ser castellanocéntrica, si lo fue alguna vez, hacia 1580, y a Ortega me remito. Desde entonces se ha esmerado en centrifugarse».
Hace ochenta años, en el Paraninfo de la Universidad de Valencia, Bosch Gimpera, prehistoriador y conseller de la Generalitat catalana, anunciaba también, ante Azaña, la muerte de la España castellanocéntrica. España estaba en guerra consigo misma y, por tanto, en serio riesgo de muerte por hemorragia, pero a don Pedro Bosch Gimpera le parecía aquél un momento idóneo para desmontar la nación en aras de la libertad de las naciones aherrojadas bajo la unidad postiza impuesta por la derecha romana de Pompeyo sobre Sertorio y sus cantonalistas del Valle del Ebro. A Azaña le debió de mosquear el discurso del conseller, pero no dijo nada para que no lo compararan con los castellanocéntricos Ortega y Menéndez Pidal, prófugos, a la sazón, de la España leal (y de la otra).
La España geográfica y étnica, lingüística y futbolística, es pluralísima. La nación, en cambio, no. La nación española, comunidad política inventada hace dos siglos por los liberales de todas las regiones, es unitaria y monolingüe en castellano. Si no fuera monolingüe en castellano, no podría ser nación. Sería un guirigay. Un puñado de tierra dividido y estéril, como la España geográfica y étnica, lingüística y futbolística.
Menéndez Pidal y Ortega advirtieron que, en España, la nación unitaria es cosa de la historia, y la pluralidad, en cambio, de la prehistoria. No es una parida ingeniosa: el propio Bosch Gimpera reconocía que lo plural era lo prehistórico y originario. Menéndez Pidal lo llamaba también lo «apartadizo», lo que desde el tiempo de los romanos caracterizaba a los habitantes de la península ibérica, especialistas en mear río abajo, como los afganos de Kipling, para que los vecinos no pudieran beber y se jorobasen.
A mí no me consta que nadie haya muerto por Euskadi, por Cataluña o por Galicia. En el último capítulo de la serie televisiva «Cuéntame», emitido por TVE esta misma semana, el niño Antoñito Alcántara, ante el pelotón de niños manchegos que juegan a fusilarle, afirma morir por Dios y por la República, dejando un poco perplejo al jefe enemigo, que objeta, muy sensatamente, que no se puede morir por las dos causas a la vez. Pero es que por eso han muerto siempre los españoles, por Dios o por la República, no por pluralidades prehistóricas. Por pluralidades prehistóricas, eso sí, a veces matan (por la espalda).
Por eso, cuando leo cosas como que «España es una nación de naciones con una única soberanía, pero tiene que reconocer a través del perfeccionamiento de la Constitución el carácter plurinacional de este país», me acuerdo de lo de la muerte anunciada tantas veces de la España castellanocéntrica, y sólo puedo pensar que esos caminos de perfección siempre han conducido de vuelta a la prehistoria y a las guerras hidráulicas y lingüísticas y atávicas y que no perfeccionan las constituciones, sino, acaso, el hacha de sílex.
Que no lo sepa Pedro Sánchez, que piensa (u opina) que las naciones son sentimientos, vale. Nadie se lo explicó en la ESO y luego fue ya tarde. Pero que sus mentores Escudero y Tezanos le dejen meterse (y amenazar con meternos a todos) en semejante carajal no tiene perdón de Dios (ni de la República).
JON JUARISTI – ABC – 28/05/17