IGNACIO CAMACHO-ABC
- Todo periodista necesita saber que tiene el respaldo de los propietarios ante la presión de los poderes públicos y privados
En cuatro décadas largas de oficio he conocido a muchas clases de ejecutivos. Algunos entendían poco de periodismo, otros lo trataban con condescendencia y hasta hubo quien se gastaba un cierto tono despectivo. Por fortuna también he visto editores comprometidos, personas nobles dispuestas a jugarse su patrimonio, su prestigio y a veces hasta el tipo: con los accionistas de Vocento, por ejemplo, se podría formar una asociación de víctimas del terrorismo. Los periodistas sólo pedimos a directivos y propietarios que nos dejen hacer nuestro trabajo, nos amparen ante las intrusiones de los poderes públicos y privados y, a ser posible, no se retrasen mucho en los pagos. Es verdad que no siempre somos comprensivos con su esfuerzo por cuadrar las cuentas de resultados pero en general lo que nos importa es contar con su respaldo cuando la información que publicamos provoca conflictos en ciertos despachos.
Luis Enríquez llegó a esta Casa hace trece años y muy mal no ha debido de hacerlo cuando ha durado tanto en el puesto de CEO, un sitio donde siempre hay algo ardiendo y es menester dedicar más tiempo de lo deseable a apagar fuegos. La primera vez que hablamos me planteó una idea algo estrambótica y lo mandé a esparragar, eso sí, con respeto. Luego fuimos forjando una amistad a prueba de (frecuentes) discusiones y desencuentros, y hoy es el día en que me toca decirle adiós con una cosquilla de desazón corriéndome por el cuerpo. A él sí le gusta el periodismo, para lo malo y para lo bueno y, aunque en ocasiones haya que levantarle barreras para que no te invada el terreno, sabe lo suficiente para ofrecer –y aceptar– consejos. En su gestión se ha empeñado, casi obsesionado, en atraer e incorporar talento, y hasta donde uno alcanza a saber jamás ha embridado una noticia o una investigación susceptible de hacer sonar su teléfono. Para un profesional, créanme, no hay nada más importante que eso.
No le ha tocado una buena época. Primero la crisis financiera, luego la de la pandemia, cuando el negocio de prensa comenzaba a levantar cabeza, y por último esta puñetera transición digital que a cada solución plantea un nuevo problema. En medio de ese vértigo los medios necesitan proteger su independencia ante la presión de la política, de las empresas y de un público cuya creciente polarización ideológica añade sobredosis de tensión externa. En esas circunstancias es esencial que cuando un periodista mira hacia arriba sepa que su libertad editorial y su autonomía intelectual tienen quien las defienda, y allí ha estado Luis para trasladar confianza, aliento, tranquilidad y firmeza. Prefiero las despedidas sin sentimentalismos, rápidas y escuetas, así que ahora que se marcha sólo quiero decirle, como en su día a Gistau, que se compre un impermeable y tenga cuidado ahí fuera. Y que cuando se relaje, misión imposible, me debe unas cervezas.